1/10/2012

SACERDOTES EN SUSPENSIÓN DE PAGOS.

La acción de Jesús se dirige a eliminar de raíz est comercio sagrado.
Remontándose a la más genuina tradición profética de denuncia de un culto no requerido por Dios (pero que por desgracia el que gusta a los hombres, Am 4,5), Jesús denunciará el templo como "cueva de ladrones" (Mt 21,13) donde se ofrece a Dios aquello que se le roba al hombre.
Ya el profeta Oseas había dicho claramente que el que se hace ilusiones de buscar al Señor "con ovejas y vacas no lo encontrará jamás" (Os 5,6) y a Miqueas, que se preguntaba con qué cosas se podría presentar dignamente ante el Señor (si "con becerros de un año" o "con un millar de carneros o diez mil arroyos de aceite"), Dios le había respondido: "Hombre, ya te he explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad y que seas humilde con tu Dios" (Miq 6,6-8; 1 Sm 15,22).
La relación con Dios no se establece a través del culto, sino con la vida: "Misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6,6; Mt 9,13).
Los evangelistas desarrollan esta temática en la narración de la curación del paralítico de Cafarnaún (Mt 9,1-8), espisodio importante porque es la única vez en los evangelios en los que Jesús perdona los pecados (en Lucas el perdón es concedido también la prostituta, Lc 7,48)
A Jesús que, tanto con su enseñanza como con sus obras, ha presentado a un Dios que dirige hacia todos su amor (Mt 8,1-13), "intentaban acercarle un paralítico echado en un catre" (Mt 9,2).
Jesús que ve en esta gente la fe, se vuelve al paralítico con palabras cargadas de afecto: "¡Ánimo, hijo! Se te perdonan tus pecados" (Mt 9,2).
La fe, esto es, la adhesión a Jesús, cancela los pecados del hombre.
A simple vista puede parecer que la acción de Jesús defrauda las expectativas del enfermo que quizás contaba con ser curado.
Pero no era ésta la esperanza del paralítico que, en la cultura de la época, era tenido por un cadáver que respiraba y, por tanto, tenido por incurable.
En toda la Biblia no existe un solo caso de curación de personas completamente paralizadas, y en el Talmud, donde se ruega por todo y por todos, no se encuentra una sola oración para pedir la curación de un paralítico.
La frase pronunciada por Jesús desencadena la reacción encolerizada de los teólogos oficiales presentes, que encuentran incompatible la fácil absolución concedida por el Señor con la doctrina tradicional enseñada por ellos y emiten inmediatamente su sentencia con autoridad.
Aludiendo a Jesús en tono fuertemente despectivo, comentan escandalizados: "Éste blasfema" porque, como enseña su catecismo, "sólo Dios puede perdonar los pecados" (Mc 2,7).
El Evangelista subraya la total incompatibilidad entre Dios y la institución religiosa que pretende representarlo: la primera vez que los miembros de la jerarquía religiosa escuchan a Jesús, no sólo no reconocen en él la palabra de Dios, sino que lo denuncian como blasfemo.
La acción de Jesús de restituir la vida es para los defensores de la ortodoxia un crimen digno de muerte (Lv 24,16), capital por el sumo sacerdote, máxima autoridad religiosa, y por todo el sanedrín: "El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:-Ha blasfemado, ¿qué falta hacen más testigos? Acabáis de oír la blasfemia, ¿qué decidís?" Contestaron: "Pena de muerte" (Mt 26,65-66).
El gesto de Jesús es peligroso para el sistema.
Ha perdonado los pecados de aquel fulano sin ni siquiera nombrar a Dios sin que el paralítico le haya pedido perdón, confesado sus pecados, recitado el mea culpa y, sobre todo, sin que haya pagado en penitencia ni siquiera un polluelo.
Si se toma en serio la enseñanza de Jesús de que, para obtener el perdón de los pecados, basta perdonar las culpas a otro (Mc 11,25), porque " donde el perdón es un hecho, no hay necesidad de más ofrendas por el pecado (Heb 10,18), el pueblo no tendrá por qué ir más al santuario para obtener la absolución, y vendrá la bancarrota del templo y el desempleo de los sacerdotes.
La institución se alarma: "Este hombre realiza muchas señales. Si lo dejamos seguir así, todos van a darle su adhesión " (Jn 11,47).
Es el primer choque entre Jesús y las autoridades religiosas.
Mientras Jesús ve en los portadores del paralítico la fe, en los teólogos ve la maldad de sus pensamientos.
Jesús no los encara en el plano teológico, sino en el de la vida: "?Qué es más fácil, decir "Se te perdonan tus pecados" o decir "levántate y echa a andar"?
Que una persona haya sido perdonada realmente por Dios no es un hecho visible y ninguno lo puede garantizar, pero la curación de un enfermo considerado incurable es verificable por todos.
Y, sin esperar respuesta alguna, Jesús pasa a la acción y cura al paralítico que "se levantó y se marchó a su casa". Jesús no se ha limitado a perdonar al hombre su pasado de pecador, sino que le ha transmitido fuerza vital para una nueva vida, y la gente presente en el episodio, habiendo comprendido que esta capacidad no es una facultad exclusiva de Jesús, "da gloria a Dios, que ha dado a los hombres tal autoridad". El montaje teológico de los escribas cae por tierra junto con la imagen de Dios predicado por ellos. Si sólo Dios puede al mismo tiempo "perdonar las culpas y curar las enfermedades" (Sal 103,3), Dios está con Jesús.
No es él quien blasfema, sino las autoridades religiosas las que calumnian a Dios presentándolo deseoso de los sacrificios del hombre.
Teólogos y sacerdotes que tenían la tarea de enseñar, "hacen perecer al pueblo por falta de conocimiento" (Os 4,6).
Para tutelar los propios intereses y el propio prestigio, éstos han llegado hasta el punto de falsificar la misma ley de Dios que se glorían de observar escrupulosamente: "¿Por qué decís: "Somos sabios, tenemos la Ley del Señor?" si la ha falsificado la pluma de los escribanos" (Jr 8,8).
Las autoridades religiosas y espirituales transmiten al pueblo una idea falsa de Dios y de sus exigencias, empujándolo de hecho a adorar un ídolo falso creado para uso y abuso propio. Y el pueblo es conducido a la absurda situación de que cuanto más cree venerar a Dios más se aleja en realiad de él: "Ha multiplicado los altares para pecar" (Os 8,11).

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