1/04/2012

LOS FARISEOS.

Los fariseos son laicos piadosos que, para acelerar la llegada del reinado de Dios, se empeñan en vivir cotidianamente las prescripciones exigidas al sacerdote en el período limitado durante el que presta servicio en el templo (Lv 9-10; 21-22,1-9).
Su estilo de vida los distingue y separa de la gente común (de donde el término fariseo que significa separado). La vida de un fariseo está dominada por la preocupación de observar fielmente los seiscientos trece preceptos de la Ley.
Obsesionado por el exacto cumplimiento del descanso en día de sábado, el fariseo está atento a no realizar ninguno de los 1.521 trabajos prohibidos y a no caer en la gravísima transgresión de escribir ni siquiera dos letras del alfabeto (Shab. M. 12,3).
El otro gran cuidado concierne a la ley de la pureza que observa con una minuciosidad obsesiva, para evitar ser tocado o tocar inadvertidamente objetos y personas impuras, volviendo de este modo nulas las innumerables oraciones que jalonan su jornada: desde el canto del gallo (“Bendito el que dio inteligencia al gallo para distinguir entre el día y la noche”) cuando abre los ojos (“Bendito el que vuelve videntes a los ciegos”) hasta que los cierra (“Bendito aquél que hace caer los lazos del sueño sobre mis ojos”) (Ber. B.60b).
Todo un tratado, llamado de las Bendiciones prescribe cuáles y cuántas son las oraciones que hay que recitar para ser gratos a un Dios que pretende ser bendecido por el hombre en todo momento del día y en cualquier lugar donde éste se encuentre, incluso desde la letrina: -Bendito el Señor que ha formado al hombre con sabiduría y ha creado en él muchos agujeros. Está claro que si uno se abre y otro se obtura no le sería posible vivir- (Ber. B. 60b).
Jesús define toda la categoría de los fariseos como hipócritas: en lugar de practicar las buenas obras para que los hombres “glorifiquen al Padre del cielo” (Mt 5,16), hacen alarde de sus innumerables devociones para ser glorificados por los hombres (Mt 6,2).
Pervirtiendo las obras de piedad que, en lugar de hacerlas a favor de los hombres, las hacen en provecho propio, los fariseos desvían hacia sí la gloria que debía ser para Dios: creen rendir culto a Dios, pero en realidad se ponen idolátricamente en su lugar y, como enseña la Escritura, -la invención de los ídolos es el principio de la prostitución (Sab 14,12). Pero esta forma de prostitución no sólo no es desaprobada por el mundo religioso, sino que es alentada y presentada como modelo de perfección.

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