1/04/2012

LAS ESPOSAS DE DIOS.

La perícopa de la Samaritana se interpreta a la luz del libro de Oseas, el profeta de Samaría que, partiendo de su trágica situación matrimonial, fue el primero en utilizar la imagen nupcial para indicar las relaciones entre Dios y su pueblo.

A pesar de que Gomer, la mujer de la que había tenido tres hijos, lo traicionó con muchos amantes, el profeta continuaba estando enamorado de su esposa de una manera tan obstinadamente fiel, que le sirvió para comprender la inmensidad del amor de Dios hacia su pueblo.

Cuando Oseas encuentra finalmente a su mujer después de la enésima fuga, la ataca de un modo furibundo pasándole lista de sus innumerables culpas de esposa infiel y madre infame, pero junto a la sentencia (“Por esto ... “), en lugar de una condena, sale de su corazón la propuesta de un nuevo viaje de bodas: “voy a seducirla, llevándomela al desierto y hablándole al corazón ... Aquel día me llamarás -esposo mío- y no me
llamarás: Ídolo mío” (Os 2,16.18) .
Habiendo comprendido Oseas que la mujer buscaba en sus amantes aquel amor que no podía recibir de un marido-dueño, cambia su comportamiento; el amor que fomenta con su esposa es incompatible con el estado de subordinación al cual la mujer se atenía en relación a su marido (señor mío) y le propone una relación más íntima (marido mío): « Me casaré contigo para siempre» (Os 2,21).

El comportamiento del profeta, obviamente, no fue comprendido por sus contemporáneos que lo tomaron por insensato y demente.
Pero Oseas, tan enamorado de su mujer como para concederle el perdón sin asegurarse de su arrepentimiento real, intuye que también para Israel la conversión no será la condición para recibir el perdón de Dios, sino su efecto.

Mientras la tradición religiosa predicaba que era necesario arrepentirse para obtener el perdón de los pecados (Eclo 17,24), Oseas comprende que el perdón de Dios se concede antes de que se solicite, como se formulará más tarde en el Nuevo Testamento: -El Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores: así demuestra Dios el amor que nos tiene- (Rom 5,8).
Jesús, a quien el evangelista ha presentado ya con los rasgos del esposo (Jn 3,29), sigue como Oseas las huellas de la adúltera y, al encontrarla, se dirige a ella llamándola señora (lit. mujer con el significado de mujer/esposa). En el evangelio de Juan, Jesús se dirige con este apelativo a tres personajes femeninos: la madre (Jn 2,4; 19,26), la samaritana (Jn 4,21) y María Magdalena (Jn 20,15).
Son las tres -esposas de Dios-: la madre de Jesús representa la esposa siempre fiel de la antigua alianza, de la que Jesús proviene; la samaritana, la adúltera que el esposo reconquista con su amor y María Magdalena, la esposa de la nueva alianza.

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