8/23/2013

A LA MESA CON EL MUERTO (Jn 12,1-8;13,21-30). Última cena para dos.



Los mismos temas de la celebración de Betania (la cena, la bolsa retenida por Judas, los pobres, la muerte de Jesús) reaparecen en la última cena, en el dramático intento hecho por Jesús para conquistar a Judas. 

En esta cena, que será la última entre ambos, tanto más se haga Judas agente de las tinieblas que intentan apagar la luz, más resplandecerá la luz del amor del Señor. 

Para Jesús, fruto de la cena será la muerte, y en la cruz él manifestará la gloria del Padre. 

Judas, al término de la cena, será engullido para siempre por las tinieblas. 

En la cena de Betania, la comunidad festejaba el retorno a la vida de Lázaro, el discípulo muerto; en la última cena, Judas se convierte en instrumento de muerte para el que es el autor de la vida. 

Durante esta cena Jesús, “el Señor y el Maestro” (Jn 13,14), lava los pies de los discípulos. 

El Señor se hace siervo para que todos los siervos se sientan señores, y se hace maestro para que todos aprendan de él a servir. 

Pero el gesto del amor a Jesús ha sido inútil con Judas (“no todos estáis limpios”, Jn 13,11), que permanece para siempre en la impureza, siervo y discípulo de su verdadero maestro, el diablo. 

Mientras Jesús sigue respondiendo con amor alodio de Judas, el discípulo es solamente capaz de gestos hostiles y el pie que Jesús ha lavado se le alzará en contra: “El que come el pan conmigo me ha puesto la zancadilla” (Jn 13,18; Sal 41,10). 

Frente a la resistencia de este discípulo, que rechaza toda oferta de amor, Jesús no se rinde y hace un último intento, porque el Padre no lo ha enviado para juzgar y condenar, sino para salvar, y su voluntad es que ninguno se pierda, ni siquiera el traidor. 

Entre los hebreos era costumbre que el señor de la casa iniciase la comida mojando un pedazo de pan en el plato y lo ofreciese al huésped más importante. 

Para Jesús es Judas el más importante de los comensales, porque es el único que corre el peligro de perderse definitivamente. 

Por esto, al comenzar la cena, Jesús, “tomó el trozo y mojándolo se lo dio a Judas de Simón Iscariote” (Jn 13,26). 

Los verbos tomar y dar son los mismos usados por los otros evangelistas para la descripción de la última cena, cuando Jesús tomó un pan y se lo dio a los discípulos (Mt 26,26). 

Con la oferta del trozo, gesto de amor preferencial, Jesús pone su vida en manos del discípulo traidor que debe elegir qué hacer. 

Pero Judas, convertido en instrumento del que “desde el principio ha sido homicida”, sigue cobijando sentimientos de muerte y no come el trozo, sino que lo toma y se va. 

Comer habría significado la asimilación a Jesús, “pan de vida” (Jn 6,35). 

Judas, sin embargo, asimilado al “que tenía dominio sobre la muerte, es decir, al diablo” (Heb 2,14), toma el pan, y “en cuanto recibió el trozo, entró en él Satanás» (Jn 13,27). 

El evangelista es radical: o se acoge a Jesús, factor de vida, y se llega a ser «hijos de Dios» (Jn 1,12), o se lo prende para entregarlo a la muerte y hacerse “hijos del diablo» (1 Jn 3,10). 

Rechazando la vida que Jesús le ofrece, Judas pierde la suya, y se confirma como “hijo de la perdición» (Jn 17,12). 

Jesús, viendo que ahora Judas persevera en su plan diabólico, no lo fuerza a aceptar su don vital y, en un último gesto de amor, no lo denuncia a los otros discípulos, sino que le facilita la vía de salida diciéndole: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Jn 13,27). 

Ninguno de los comensales comprende estas palabras. Algunos, recordando el interés de Judas por los miserables, pensaron que éste debería dar algo a los pobresPero Judas, “tornado el trozo, salió en seguida; era de noche” (Jn 13,30). 

Judas, abandonado definitivamente la esfera de la luz, se sumerge en la oscuridad (noche). 

Jesús ha venido como “luz del mundo», pero Judas “ha preferido las tinieblas a la luz, porque ... todo el que obra con bajeza, odia la luz». (Jn 3,19-20). 

Dentro de poco el traidor volverá, en la cabeza del grupo de guardias que prenderá a Jesús, llevando consigo “ faroles, antorchas y armas” (Jn 18,3). 

Portador de muerte (armas), camina en la oscuridad, y por esto tiene necesidad de "antorchas y faroles".

Judas es instrumento de las tinieblas que intentan sofocar la luz que brilla en Jesús. 

Pero mientras Judas saldrá de la escena evangélica de noche, la luz de Jesús continuará brillando más que nunca, porque “la tiniebla no la ha apagado» (Jn 1,5). 

A LA MESA CON EL MUERTO (Jn 12,1-8; 13,21-30). Alergia al Perfume.



En la última cena, Jesús se levantará de la mesa y lavará los pies a los discípulos. 

En Betania es María quien, “tomando una libra de perfume de nardo auténtico de mucho precio, le ungió los pies a Jesús y le secó los pies con el pelo. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume” (Jn 12,3). 

A través de la figura de María, la comunidad expresa a Jesús su reconocimiento por el don indestructible de la vida. 

Los detalles particulares de esta manifestación de sentimiento remiten al Cantar de los cantares, libro del amor por excelencia. 

A la orden del Señor de quitar la piedra del sepulcro, Marta había objetado realistamente: «¡Señor, ya huele mal” (Jn 11,39). 

Una vez quitada la piedra, no es el hedor de la muerte el que enferma a la comunidad, sino el perfume de la vida el que la embriaga. 

A la exagerada cantidad de este ungüento (una libra equivalía a cerca de trescientos cincuenta gramos, corresponde la calidad del mismo, el “nardo auténtico de mucho precio”, perfume que en el Cantar de los cantares expresa el amor de la esposa hacia su rey: “Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo despedía su perfume” (Cant 1,12). 

Incluso la especial referencia a los cabellos, con los que María seca los pies de Jesús, remite también al Cantar de los cantares, donde se lee que “tus cabellos de púrpura, con sus trenzas, cautivan a un rey” (Cant 7,6). 

Mientras la comunidad celebra a Lázaro, el muerto que está vivo, la fiesta se ve turbada por Judas, el vivo que está ya muerto. 

Envuelto en el hedor de la muerte, Judas no tolera el olor de la vida y, apenas la casa se llena de aquel perfume, interviene protestando: “¿Por qué razón no se ha vendido este perfume por trescientos denarios de plata y no se ha dado a los pobres? “ (Jn 12,5). 

Es la segunda vez que este discípulo aparece en el evangelio de Juan. En la primera, refiriéndose Jesús a él, lo había denunciado como un diablo: “¿No os elegí yo a vosotros, los Doce? y, sin embargo, uno de vosotros es un diablo”(Jn 6,70). 

En el evangelio de Juan el diablo es definido como aquél que ha sido embustero y homicida “desde el principio” (Jn 8,44). 

Como el diablo, Judas es mentiroso y asesino. Su protesta por la acción de María no nace del hecho de que “le importasen los pobres, sino porque era un ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban” (Jn 12,6). 

En el evangelio de Juan, la única vez que Judas habla es para defender su cuenta corriente. 

El amor demostrado por la comunidad a Jesús daña el interés de Judas, porque, para él, la ganancia es el valor más importante.

A Judas no le interesan los pobres. La ayuda a los necesitados es sólo un pretexto para robar todavía más.
Judas reprende a María, porque su gesto de amor hacia Jesús ha ido en detrimento de los pobres, pero en realidad es el mismo Judas, en cuanto ladrón, quien causa la pobreza de éstos. 

Definido por Mateo como el hombre que “más le valdría no haber nacido” (Mt 26,24), Judas es el verdadero difunto de esta cena: no teniendo en sí la vida, el discípulo traidor no comprende qué hay que festejar. 

La comunidad, para expresar su reconocimiento al Señor, ha preferido más un signo de amor que el dinero, ya que considera la vida un don “tan precioso» que no tiene precio (el valor del perfume equivale a un año de trabajo de un asalariado). 

Judas prefiere el dinero al amor. 

Por esto el discípulo es presentado por los evangelistas como el traidor de Jesús: haber entregado al maestro a los guardias no es sino el gesto final de una continúa infidelidad a Jesús y a su mensaje. 

Jesús ha enseñado a entregar todo lo que se es y se tiene, comunicando sobreabundancia de vida. 

Judas ha hecho siempre lo contrario: lo que pertenece a los otros lo ha tomado para sí, anteponiendo siempre el propio interés al de los demás. Eligiendo la riqueza al amor, Judas “no merece sino desprecio» (Cant 8,7). 

Jesús pone fin a la polémica de Judas e invita a este discípulo, que parece tener tan dentro los problemas de los pobres, a no limitarse a hacer beneficencia con ellos, sino a acogerlos en la comunidad: a los indigentes no se ha de dar limosna, sino entregarse uno mismo. 

Judas había protestado afirmando que era conveniente dar aquellos dineros a los pobres. 

Jesús le advierte que los necesitados no deben ser objeto de una actividad caritativa de la comunidad, sino los componentes de la misma: -Los pobres los tenéis siempre entre vosotros» (Jn 12,8). 

Judas, no pudiendo apoderarse ahora de los “trescientos denarios” de perfume, intervendrá más tarde vendiendo a Jesús por “treinta monedas de plata” (Mt 26,15), el precio de un esclavo (Éx 21,32).

A LA MESA CON EL MUERTO (Jn 12,1-8; 13,21-30). Judas.



Jesús inicia la última semana de su vida volviendo a Betania, “donde estaba Lázaro, el muerto al que él había levantado de la muerte. Le ofrecieron allí una cena» (Jn 12,2). 

Esta cena se une en Juan temáticamente a la otra única cena presente en su evangelio, la “última cena» (Jn 13,1-2). 

En Betania, la cena en honor de Jesús sustituye el banquete fúnebre con el que se recordaba al difunto y prefigura la celebración eucarística como acción de gracias al Señor, fuente de vida: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva» (Jn 6,54). 

A través de la resurrección de Lázaro, la comunidad ha comprendido que la existencia del creyente no se limita a la vida física, sino que prosigue, sobrepasando el umbral de la muerte, en la esfera de Dios. 

Esta realidad es festejada con una cena en la que “Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban reclinados con él a la mesa” (Jn 12,2). En esta cena cada participante realiza una acción: Marta es la que sirve, su hermana unge a Jesús, Judas protesta y Jesús anuncia su muerte. 

De los cinco personajes presentes el único que no hace nada es Lázaro. 

Omitiendo el sujeto a quien se ofrece la cena, y que puede ser tanto Jesús como Lázaro, (“le ofrecieron allí una cena», (Jn 12,2), el evangelista une el discípulo al maestro: es la presencia del Señor la que hace posible la del muerto- resucitado, que es nombrado sólo en relación con Jesús (“reclinado con él”). 

Una vez que sus hermanas lo han liberado de los lazos de la muerte, Lázaro ha podido ir al Padre, y ahora, unido a Jesús, puede estar con él presente en la comunidad, santuario donde se manifiesta la gloria del Señor.

8/13/2013

LA RESURRECCIÓN DE LOS VIVOS. (Jn 11,1-45). Los vivos no mueren.



Los primeros cristianos estaban hasta tal punto convencidos de poseer una vida más fuerte que la muerte que creían estar ya resucitados y estar “sentados en los cielos » (Ef 2,6; Col 3,1). Convicción que era formulada de este modo en un evangelio apócrifo: “Quien dice: 'primero se muere y después se resucita, se engaña'. Si no se resucita mientras se está aún en vida, tras morir, no se resucita ya» (Evangelio de Felipe, 90). 

Jesús, que ha comunicado a los discípulos su vida, pide a Marta ser capaz de ver los efectos de esta vida indestructible también en la muerte del hermano y le pregunta: «¿Crees esto? (Jn 11,26)

Recibida la respuesta afirmativa, tiene que convencer ahora a la otra hermana, María, que está llorando con los judíos. 

Y comienza a llorar también Jesús. 

Si el llanto parece general, las motivaciones son diferentes. Para ponerlas de relieve el evangelista usa dos verbos distintos para “llorar”. 

Para el llanto, que es común a María y a los judíos, utiliza el verbo griego que expresa el lamento de quien no tiene ya esperanza, como el llanto de Raquel que se desespera por sus hijos ”porque ya no existen » (Mt 2,18), o el de Jesús por el trágico destino de Jerusalén (Lc 19,41). 

Para el llanto de Jesús, el evangelista usa el verbo con el que se expresa dolor, pero no desesperación. 

Mientras el lamento de María y de los judíos es signo de desconsuelo por la muerte a la que consideran el fin de todo, las lágrimas de Jesús manifiestan su sufrimiento por la desaparición del amigo. 

En esta oscura situación Jesús toma la iniciativa y pregunta: «¿Dónde lo habéis puesto? Lc contestaron: Ven a verlo, Señor” (Jn 11,34). 

Marta y María responden con las mismas palabras con las que Jesús había invitado a sus primeros discípulos a morar con él: “Venid y lo veréis » (Jn 1,39). 

Mientras las palabras de Jesús indicaban a los discípulos el lugar de la vida, las mismas palabras en boca de los discípulos conducen hacia el lugar de la muerte. 

y Jesús, estremeciéndose frente a la torpeza de los discípulos que están  “afligidos como esos otros que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13), se llega a la tumba donde han puesto a Lázaro. 

Este sepulcro «era una cueva con una losa puesta en la entrada» (Jn 11,38). 

La importancia de la piedra está subrayada por la repetición por tres veces de este término en la narración (Jn 11,38.39.41). 

La piedra, puesta en la entrada del sepulcro, separaba definitivamente el mundo de los vivos del de los muertos e indicaba el fin de todo (“poner una piedra encima”). 

Por esto la primera orden de Jesús es la de quitar la piedra que impedía todo contacto entre el muerto y los vivos. 

A esta orden la fe de Marta vacila y ella replica a Jesús: -Señor, ya huele mal, lleva cuatro días» (Jn 11,39).
En la respuesta que Jesús da se encierra el significado de toda la narración: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Díos?” (Jn 11,40). 

Pero en el coloquio tenido con Marta, Jesús no le había hablado de la «gloria de Dios», sino de una vida capaz de superar la muerte (“El que me presta adhesión, aunque muera, vivirá», Jn 11,25). 

El evangelista quiere hacer comprender que en esta vida indestructible se hace visible la acción de Dios, la «gloria», que hace posible «ver» sólo si se cree. 

La resurrección de Lázaro depende de la fe de la hermana: «Si crees ... verás». 

Si Marta no cree, no verá nada. 

Para cuantos no creen, el sepulcro permanece cerrado y Lázaro permanece muerto y podrido en espera de la «resurrección del último día». 

Condicionando la resurrección de Lázaro a la fe de Marta, el evangelista quiere hacer comprender que lo que sigue no es tanto un suceso histórico, cuanto teológico; no mira a la crónica de los hechos, sino a la fe. 

Una vez que las hermanas del muerto deciden quitar la piedra puesta sobre el sepulcro, se abren finalmente a la vida. 

Y Jesús, dando gracias al Padre que libra de la muerte, «gritó muy fuerte: «¡Lázaro, ven fuera!” (Jn 11,43).
Jesús había anunciado que llegaría la hora en que todos los que estaban en los sepulcros oirían su voz y saldrían de ellos. 

“Salió el muerto con las piernas y los brazos atados con vendas» (Jn 11,44). 

Esta descripción de Lázaro se remonta a la imagen del más allá según la cual el difunto es prisionero de la muerte (“Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo», Sal 116,3).

La última orden dada por Jesús es: “Desatadlo y dejadlo que se marche» (Jn 11,44). 

Contrariamente a lo que los presentes se esperaban, Jesús no devuelve a Lázaro a las hermanas y ni siquiera pide acogerlo y festejar su vuelta a la vida. 

Una vez que Lázaro ha sido librado de las vendas que lo tenían prisionero en el mundo de la muerte, debe ser dejado ir. 

El verbo “ir”, usado para Lázaro, es el mismo utilizado por el evangelista para indicar el camino de Jesús hacia el Padre (Jn 8,14; 13,3). 

Lázaro debe proseguir su camino hacia el Padre y continuar en la esfera de Dios su existencia, en un progresivo crescendo de vida junto al que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos» (Ef 3,20). 

El evangelista invita a los discípulos a un cambio de mentalidad. 

Soltando a Lázaro de las vendas que lo tienen prisionero en la tumba, la comunidad se libera de la creencia judía según la cual la muerte era el fin de todo y se abre a la novedad cristiana, según la cual la muerte es el inicio de una nueva vida.

Paso que no será posible mientras se esté llorando delante del sepulcro: “¿Por qué buscáis entre los muertos a quien vive?” (Lc 24,5).