7/21/2011

SANIDAD Y COMISIONES.

El sermón del monte termina con el desconcierto de las multitudes que se quedaron impresionadas de la enseñanza de Jesús que «enseñaba con autoridad y no como los letrados» (Mt 7,28-29).

La gente se da cuenta de que la enseñanza de Jesús viene de Dios y que la doctrina de los letrados no tiene la procedencia divina que ellos querían hacer creer.

Después de la exposición teórica del amor de Dios Jesús pone en práctica lo anunciado y, a través de diez acciones dirigidas a comunicar vida, demuestra hasta dónde llega el amor del "Padre que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos" (Mt 5,45).

La primera de estas acciones tiene por protagonista un leproso (Mt 8,1-4). La lepra, instrumento de castigo de Dios para con los culpables, era temida como una maldición divina (Nm 12,9-12; 2Re 15,5). El leproso era considerado como un "aborto que sale del vientre, con la mitad de la
carne comida" (Nm 12,12).

Rápidamente reconocibles, pues debían llevar las vestiduras rasgadas y gritar: "¡Inmundo! ¡inmundo! (Lv 13,45), los leprosos vivían separados de la sociedad y no podían acercarse a nadie ni nadie podía acercarse a ellos.

Equiparados a los cadáveres, su curación era considerada tan imposible como la resurrección de un muerto (2Re 5,7). A lo largo de la Biblia se conocen solamente dos curaciones de leprosos: la de María, hermana de Moisés, lle-
vada a cabo por Dios (Nm 12,9-15), y la del Naamán el sirio realizada por el profeta Eliseo (2Re 5,1-14).

La situación de los leprosos era de desesperanza, porque sólo Dios podía quitarles la lepra, pero la Ley enseñaba que, sólo tras ser purificados, podían dirigirse a Dios. Y para ello debían subir al templo de Jerusalén donde les esperaban cuarenta latigazos si se aventuraban a entrar (Kel.
Tos. 1,8).

Pero si el acceso al Dios del templo está prohibido, siempre es posible acceder al Dios que se manifiesta en el hombre Jesús.

Y un leproso, transgrediendo la Ley que le prohibía todo contacto humano, toma la iniciativa, se acerca a Jesús y le pide: "Señor, si quieres, tu puedes purificarme".

El leproso no pide ser curado de la 1epra, sino ser purificado, esto es, que se le quite aquella impureza que le impide dirigirse a Dios, el único que habría podido curarlo de la terrible enfermedad (la curación de la lepra no bastaría, sin embargo, para volver puro al hombre).

El evangelista subraya este propósito, omitiendo en la narración términos como curación o curar, poniendo en evidencia el carácter religioso de la petición de purificación.

En el único caso de curación, narrado por la Biblia, llevada a cabo por un individuo, el profeta Elíseo, verdadero hombre de Dios, para respetar la ley rechaza todo contacto con el leproso a quien no quiere ni ver, curándolo a distancia (2Re 5,10).

Jesús, por el contrario, no huye del leproso, sino que transgrediendo la Ley (Nm 5,1-4), "extendíó la mano y lo tocó" (Mt 8,3). "Extender la mano" es la expresión con la que se describe la acción líberadora de Dios y de Moisés en las diez plagas: «Yo extenderé la mano y heriré a Egipto»
(Ex 3,20). «Extiende tu mano sobre Egipto, haz que la langosta invada el país» (Ex 10,12).

Si este gesto provoca destrucción y muerte, la acción de Jesús se realiza para restituir la vida: "Quiero, queda limpio» (Mt 8,3).

A la petición del leproso "si quieres, puedes limpiarme", el Señor no responde "puedo", sino "quiero": por primera vez, demuestra Jesús que el designio de Dios, ya anunciado en el "Padre nuestro" (Mt 6,10), es la eliminación de cualquier barrera que impida a su amor alcanzar a todos los
hombres para darles la posibilidad de llegar a ser hijos suyos.

Jesús, el Dios con nosotros (Mt 1,23), revela la falsedad de una legislación que pretendía provenir de Dios y que enseñaba que era necesario ser puro para acercarse a él. Jesús demuestra que la acogida del amor de Dios es la que hace puros: y en seguida quedó limpio de la lepra. (Mt 8,3).

Y con la lepra se deshace también la enseñanza de los escribas basada en la discriminación entre los hombres en nombre de Dios; el Señor dirige su amor ("queda limpio") también al individuo que se consideraba castigado por
Dios.

Jesús no rehabilita al hombre por sus méritos, sino gratuítamente, como don del amor de Dios.

No así los sacerdotes del templo que especulan con los sufrimientos humanos y cobran comisiones por cualquier cosa.

De hecho los sacerdotes tenían el poder de declarar curado a un leproso o no, y de permitirle su reinserción en la sociedad (Lv 14,1-32).

Este precioso certificado de curación realizada era concedido mediante la extorsión (que los sacerdotes llamaban "ofrecirniento") de "dos corderos sin defecto, una cordera añal sin defecto, doce litros de flor de harina de ofrenda, amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite" (Lv 14,10).

Impuesto sobre la salud que intentó cobrar también Guejazí. Este, criado de Eliseo, pensó sacar algo de la acción del profeta, que había curado gratuitamente al leproso y, una vez sano, "porfió a Naamán, hasta que le metió en dos costales seis arrobas de plata con dos mudas de ropa, que entregó a un par de esclavos para que se los llevasen" (2Re 5,23). La codicia del criado sería severamente castigada: "-Que la enfermedad de Naamán se te pegue a ti y a tus descendientes para siempre", le dijo Eliseo (2Re 5,27).

Como el profeta Elíseo, Jesús cura gratuitamente al leproso, y ahora lo envía al sacerdote para "ofrecer el donativo que mandó Moisés como prueba contra ellos" (Mt 8,4).

No es un respetuoso obsequio de Jesús a la legislación (que él mismo ha transgredído), sino una invitación tendente a hacer tomar conciencia al leproso y a los sacerdotes de la novedad de la buena noticia de Dios.

La prueba que Jesús envía a los sacerdotes es que Dios actúa al contrario de ellos (sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero", Mi 3,11), y el hombre es invitado a experimentar la diferencia entre el don gratuito del Dios de Jesús y la avaricia del insaciable Dios de los sacerdotes.

¿PLAGAS DE EGIPTO?

MOisés y Jesús son los liberadores de su pueblo.
Los metodos usados son diversos.
Si Moisés se recuerda por "los terribles portentos» que había obrado en presencia de todo Israel (Dt 34,12), masacrando a enemigos e israelitas en nombre de Dios, Jesús dara su vida y sera asesinado en nombre de Dios.

Del Dios de Moisés.

Moisés, para llevar a los hebreos a la fe en Dios no duda en desencadenar luchas fratricidas ("mate cada uno aunque sea al hermano, al compañero, al pariente, al vecino") haciendo masacrar de una sola vez "unos tres mil
hombres del pueblo" (Ex 32,27-28); para librar a su gente de la esclavitud egipcia desencadena contra el opresor una serie de prodigios tradicionalmente conocidos como las doce plagas de Egipto, aunque en la narración el término plaga (Ex 11,1) se utiliza solamente para designar el último prodigio: la matanza de "todos los primogénitos de Egipto, desde el primogénito del Faraón que se sienta en el trono hasta el primogénito de la sierva que atiende al molino, y todos los primogénitos del ganado» (Ex 11,5).

Antes de esta divina carnicería, Dios y Moisés dirigen contra los egipcios un creciente número de calamidades.

Se inicia con la transformación del agua del Nilo en sangre, prodigio realmente modesto que no impresionó grandemente a los egipcios por cuanto «los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos" (Ex 7,22); lo mismo sucedió con la invasión de las ranas. Los magos se
rindieron, sin embargo, al tercer prodigio, al no conseguir «producir mosquitos» (Ex 8,14).

Después de los mosquitos tocó el turno a las moscas (Ex 8,17), seguido de la matanza del ganado (de los egipcios, pero "del ganado de los israelitas no murió ni una res" (Ex 9,6) y de las "úlceras", que atacaron incluso a los magos poniéndolos definitivamente fuera de combate (Ex 9,8-11).

En el hit-parade de las desgracias, en el séptimo puesto se colocó "el terrible pedrisco» seguido de "las langostas» y de "las densas tinieblas» (Ex 9,13-10,23).

Mateo es el único evangelista que presenta, en contraposición a las diez plagas, una concatenación de diez acciones de Jesús dirigidas a liberar al pueblo, las cuales en lugar de sembrar desventuras comunicarán vida incluso a los «enemigos» (Mt 8,9).

Si en las plagas los elementos de la naturaleza y los animales se usan como medio para castigar a los hombres, en los gestos de Jesús son los animales. (cerdos, Mt 8,28-34) Y los elementos de la naturaleza hostiles al hombre (mar y truentos, Mt 8,23-27) los que son dominados.

Las diez plagas culminan con la muerte del faraón.

A las diez acciones de Jesús sigue la resurrección de la hija de un personaje que el evangelista presenta simplemente como "jefe" (Mt 9,18-26), omitiendo ya la especificación "de la sinagoga", ya el nombre de "Jairo" (como se lee en los otros evangelios, Mc 5,22; Lc 8,41), para colocarlo en
paralelo con el faraón, el jefe de los egipcios.

DIVINA CARNICERÍA.

Puede parecer extraño que un episodio tan grave como la matanza de "todos los niños de dos años para abajo en Belén y sus alrededores» (Mt 2,16), ordenada por Herodes, sea narrado solamente por Mateo e ignorado por los otros evangelistas; en particular llama la atención el silencio de Lucas, el evangelista que «lo ha investigado todo con rigor desde el principio» (Lc 1,3) y, que narra, al igual que Mateo, los episodios relativos al nacimiento de Jesús (Lc 1,3).

Que algunos hechos considerados importantes por un evangelista sean ignorados por otro, depende de la línea teológica que el autor del evangelio se fijó previamente, y que es propia de cada uno de ellos. Solamente se puede llegar a la plena comprensión de los episodios expuestos en un evangelio cuando se conoce el esquema seguido por el evangelista.

Mateo es el único que narra la matanza de los inocentes, porque su línea teológica tiende a seguir las huellas de la vida de Moisés, presentando, sin embargo, a Jesús como superior a aquél de quien se había dicho: «No ha surgido en Israel otro profeta como Moisés» (Dt 34,10).

Para hacer comprender a sus lectores el parangón entre Moisés y Jesús, el evangelista divide su obra en cinco partes, como los cinco primeros libros de la Biblia (Pentateuco), considerados obra de Moisés, donde se desarrolla su vida y enseñanza.

Como Moisés fue salvado por una intervención divina de la matanza de los niños hebreos, decretada por el faraón (Ex 1,15-22; 2,1-10), igualmente Jesús se salvará de la matanza de los niños betlemitas ordenada por Herodes.

El culmen de la vida de Moisés llega cuando sube a un monte (Sinaí) para recibir de Dios el Decálogo, como códice de la alianza con el pueblo (Ex 19-20); Jesús, como Moisés, también sube a un monte, pero será él mismo, el hombre-Dios quien proclame con las Bienaventuranzas la nueva alianza. Finalmen.te, Mateo es el único evangelista que concluye su evangelio situando a Jesús en un monte, porque sobre un monte (Nebo) concluyó la existencia de Moisés (Dt 34,1-5); pero mientras la muerte de Moisés pone fin al libro del Deuteronomio: el evangelio de Mateo termina presentando a Jesús resucitado, manifestando una vida capaz de superar la muerte. Y si Moisés, antes de morir tuvo necesidad de asegurarse un sucesor en la figura de Josué (Dt 34,9), Jesús, mas vivo que nunca, no tiene necesidad de
vicarios, y declara a los suyos: "Yo estoy con vosotros todos los días" (Mt 28,20).

DE LOS ESTABLOS A LAS ESTRELLAS.

La curiosidad hacia los misteriosos magos no se ha dirigido hacia los pastores de Belén, que quedaron afortunadamente en el anonimato (Lc 2,1-20).

Si Mateo ha dado primacía a la dimensión universal poniendo como mensajeros del Señor a los magos paganos, que eran considerados los más apartados de Dios y excluidos por Israel, el evangelista Lucas pone de relieve el aspecto de los marginados dentro de la Sociedad judía.

En la época de Jesús los pastores no gozaban de derechos civiles y eran tenidos por parias en la sociedad.

Embrutecidos por su trabajo vivían inmersos en el envilecimiento, y desde el punto de vista de las normas religiosas en la impureza total, sin ninguna posibilidad de redención, por cuanto eran ignorantes de la Ley divina y estaban imposibilitados para practicarla. Eran considerados y tratados del mismo modo que las bestias, con una diferencia a favor de éstas: "Se puede sacar fuera un animal caído en un foso, pero no a un pastor" (Tos. B.M. 2,33).

Los pastores, considerados pecadores empedernidos, no sólo no son excluidos de la salvación, Sino que están entre los primeros en la lista de las personas que el Mesías deberá eliminar a su llegada, según la enseñanza del rey Salomon: En el reino del Señor «no habitará ningún hombre acostumbrado al mal» (Sal. Salom. 17,24-28).

Precisamente a éstos, los más alejados de Dios, se vuelve el «Angel del Señor" (expresión que no indica un ser distinto de Dios, sino el mismo Señor en la forma tangible con la que se manifiesta a los hombres): «y la gloria del Señor los envolvió de claridad"(Lc 2,9).

"Todos los impíos serán aniquilados en masa", pronosticaba el piadoso salmista (Sal 37,38). Pero cuando Dios encuentra a los pecadores no los aniquila con el fuego destructor: los envuelve con su amor.

No palabras de condena, sino anuncio de "una gran alegría", el nacimiento de aquél que los librará de la marginación. Anuncio que es confirmado por «una muchedumbre del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: gloria a Dios en lo alto, y paz en la tierra a los hombres de su
agrado» (Lc 2, 13-14).

La gloria de Dios se manifiesta visiblemente comunicando paz (felicidad) a todos los hombres en cuanto destinatarios de su amor.

En el mismo tiempo en que el Poder representado por el emperador Octavio, el "César Augusto», piensa hacer un censo de «toda la tierra" a él sometida, para que ninguno evada el pago de los tributos, el Amor se manifiesta con un mensaje de liberación dirigido a todos los hombres: «Hoy os ha nacido un Salvador."

Al dominador "a quien, embaucador como todos los poderosos, se le hacía llamar «salvador de todo el mundo" se contrapone la «buena noticia" del nacimiento del verdadero "Salvador".

Y los pastores van a Belén a transmitir la buena noticia que han recibido.

Para encontrar a Dios no hay que ir a Jerusalén, sino a Belén donde Dios había dicho: «Yo no veo como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón" (lSam 16,7).

Pastores y magos que, en cuanto pecadores y paganos, no pueden acercarse al Dios del templo, tienen acceso libre a Dios en el hombre.

Aquellos a los que la religión ha recluido en las tinieblas, son los primeros en darse cuenta de la luz que brilla, mientras cuantos viven en el esplendor permanecen en las tinieblas.

Cuando Jesús, don de Dios a la humanidad, se presenta en la historia, ningún sacerdote de Jerusalén se apercibirá de ello. La gente de mala vida (pastores) y los paganos (magos), sí.

Las dos categorías de personas que los sacerdotes mantenían excluidas de la salvación a causa de su comportamiento moral y religioso perciben los signos de Dios.

Sus censores, no.

Escribe el evangelista que «todos los que lo oyeron, quedaron sorprendidos de lo que decían los pastores» (Lc 2,18).

Desde que el mundo es mundo, Dios premia a los buenos y castiga a los malos; ¿qué novedad es esta de un Dios «bondadoso con los ingratos y malvadosr" (Lc 6,35).

Si Dios en lugar de castigar a los pecadores les demuestra su amor, ¡ya no hay religión!

Todos se desconciertan con esta tremenda novedad, incluso María. Pero ella no la rechaza, sino que la acoge, para continuar estando en sintonía con un Dios siempre nuevo. Y los pastores «se volvieron glorificando y alabando a Dios»: glorificar y alabar a Dios se consideraba una tarea exclusiva
de los ángeles (Lc 2,13-14). Después de haber tenido la experiencia del Dios-Amor, esta tarea es posible incluso para los pastores.

7/20/2011

LOS DOCE REYES MAGOS.

La tendencia, habitual en el pasado, a poner nombre a aquellos personajes que los evangelistas presentan de modo rigurosamente anónimo, no ha eludido hacerla con los magos. La vaga información dada por Mateo de que "algunos magos llegaron de Oriente a Jerusalén" no pareció suficiente, hasta el punto que se quiso precisar su número, sus nombres e incluso su censo.

Para el número se parte de un mínimo de dos (como se encuentra en una pintura de la catacumba de los santos Pedro y Marcelino), que se convierte en cuatro en el siglo tercero (catacumba de Santa Domitila), hasta llegar a un máximo de doce en algunas listas de la Edad Media.

Finalmente se establece el número por los regalos que llevan al niño ("oro, incienso y mirra") y queda fijado en tres.

Muy pronto se pasó de la hipótesis a la certeza de que los Magos fueron reyes, según lo escrito en el Salmo 72,10: "Que los reyes de Sabá y Arabia le ofrezcan sus dones".

Más complicado resulta determinar sus nombres. Entraron en competencia una lista oriental y otra etíope. De las dos predominó la propuesta occidental, y los Magos, definitivamente tres y reyes, pasaron a llamarse Gaspar;
Melchor y Baltasar. En clima de paridad se estableció que uno fuese blanco, otro amarillo y el tercero negro.

Tanto folclore ha hecho pasar a segundo término la gran importancia de estos personajes, definidos por Crisóstomo los primeros padres de la Iglesia (Comentario a Mateo, 7,4), transformados en simples figurillas del pesebre.

En la antigüedad el término magos indicaba aquellos que se dedicaban a las artes ocultas, desde los adivinos a los astrónomos-sacerdotes.

En el Antiguo Testamento griego (versión de los Setenta) se los cita una sola vez, en el libro de Daniel, unidos a los astrólogos y a los encantadores como intérpretes de sueños (Dn 2,20; 2,2).

Charlatanes y embusteros por lo general, los magos no gozaban de buena fama, hasta el punto de que esta palabra terminó por significar engañador, corruptor.

Para la cultura y la religión judías los magos son personajes doblemente impuros, por ser paganos y por dedicarse a una actividad condenada por la Biblia (Lv 19,26) y severamente prohibida a los judíos: "El que aprende algo de un mago merece la muerte» (Shab. V, 75a).

También en el Nuevo Testamento el término mago tiene siempre connotaciones negativas (Hch 8,9-24); en la catequesis primitiva se prohíbe a los cristianos la práctica de la magia, situada entre la prohibición de robar y la de abortar (Did. 2,2).

Sin embargo, para Mateo, los magos, aquellos que la religión declara excluidos de la salvación, son los primeros en darse cuenta de la presencia de Dios en la humanidad y en informar de ello a los judíos que, en lugar de alegrarse, se alarman: "Herodes s sobresaltó, y con él Jerusalén entera»
(Mt 2,3). Herodes convoca a los sumos sacerdotes y escribas para informarse sobre el lugar donde debía nacer el Mesias: este título revela que a quien teme Herodes, y con él toda Jerusalén, es al Mesías, el liberador de Israel.

El terror que le sobrecoge es el mismo que, según la tradición, se apoderó del Faraón y de todos los egipcios al enterarse del nacimiento de Moisés referido a ellos por los magos (Ant. 2,205): la llegada del liberador sumergió en el pánico a los dominadores que decidieron la matanza de
todos los niños hebreos (Ex 1,16-22).

Ahora el anuncio del nacimiento del nuevo rey alarma a Herodes (que en cuanto idumeo no tenía derecho a ser rey de los judíos y temía por la estabilidad de su trono), y con él se amedrenta "toda Jerusalén».

Isaías había profetizado para Jerusalén un futuro esplendoroso: "Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre tí" (Is 60,1), pero en el evangelio de Mateo, Jerusalén, desde el primer momento al último, aparece envuelta en tinieblas.

La estrella, signo divino percibido solamente por estos paganos impuros, no brilla sobre Jerusalén: la luz del Señor no se aparece a aquellos que en su nombre excluyen, sino a los excluidos; en esta ciudad, tan santa como asesina, no será posible tener la experiencia de Jesús resucitado.

Sólo después de que los magos abandonen Jerusalén, comparada en el libro del Apocalipsis con Egipto, tierra de esclavitud (Ap 11,8), vuelve a brillar la estrella para indicar hacia donde deben dirigirse: "Al ver la estrella les dio muchísima alegría" (Mt 2,10). El evangelista subraya el contraste entre el susto de Herodes (y de todo Jerusalén) y la alegría de los magos.

Cuando se manifiesta Dios, el rey y los habitantes de la Ciudad Santa temen por lo que perderán: el trono y el templo; los magos se alegran por aquello que han venido a ofrecer como regalo: "oro, incienso y mirra».

"Al entrar en casa, vieron al niño» (Mt 2,11).

No en un palacio real, sino en una habitación común está la presencia del verdadero rey; no en el templo, sino en una casa reside el "Díos con nosotros» (Mt 1,23).

Los magos, advertidos por Dios de no volver a Herodes en Jerusalén, se vuelven a su tierra "por otro camino", expresión muy rara en el Antiguo Testamento que se utiliza para indicar el abandono del santuario de Bet-el,
la Casa de Dios (1Re 13,9-10) donde se adoraba el becerro de oro (1Re 12,26.33), convertida, por esto, en símbolo del lugar idolátrico por excelencia: Bet-Aven, Casa funesta (Os 4,15).

Jerusalén para el evangelista no es la ciudad santa don se acoge a Dios sino la casa del pecado donde Jesús sera asesinado:lo que no logró Herodes lo conseguirán los sumos sacerdotes (Mt 26,65-66).

EL ABUELO DE JESÚS.

(Mt 2,1-12; Lc 2,1-20)

¿Cómo se llamaba el abuelo de Jesús?

La respuesta depende del evangelio que se consulte. En Mateo el nombre del abuelo de Jesús es Jacob (Mt 1,16), pero en Lucas es Elí (Lc 3,23). Ciertamente para la historia de la salvación no es Importante conocer el nombre exacto del padre de José, pero esta discrepancia entre los evangelistas es solamente el aspecto menor de las grandes diferencias que se encuentran entre un evangelio y otro.

Profundas divergencias que impiden conocer con exactitud lo que Jesús hizo y dijo históricamente, incluso en aquellos aspectos considerados importantes en la tradición cristiana como la "última cena". Este episodio es narrado por los tres evangelistas, que no se ponen de acuerdo ni. en las
palabras pronunciadas por Jesús sobre el pan y el vino, ni en los gestos que las acompañaron.

De hecho los evangelistas no se preocuparon de transmitir con exactitud los acontecimientos históricos, sino la verdad de fe contenida en ellos.

La verdad es una, los modos de formularla son diferentes como sucede en Mateo y Lucas, que comienzan sus evangelios con una misma verdad presentada por medio de situaciones y personajes diferentes. La verdad que quieren
transmitir es que los individuos, marginados por la religión y mantenidos alejados de Dios, son en realidad los primeros en percibir su presencia en medio de la humanidad. Esto es lo que quieren transmitir los evangelistas. Los modos de transmitirlo, el cómo, son diferentes.

7/13/2011

EL NÚMERO UNO.

Al presentar a los individuos vistos con los «ojos» de Jesús, los evangelistas tienen predilección por los "personajes representativos».

Éstos son individuos que se presentan de modo anónimo, por cuanto su realidad trasciende la dimensión histórica para proyectarse en la actualidad de cualquier tiempo. A través del recurso literario de eliminar toda referencia anagráfica, los evangelistas presentan personajes en los que cualquier lector se puede ver reflejado.

Una tradición, crecida de modo paralelo a los evangelios y que ha tenido su vértice en los evangelios apócrifos, "ha bautizado" de hecho a estos anónimos, creando no poca confusión en la comprensión de los evangelios.

Con el mismo procedimiento con el cual la pecadora anónima, protagonista del evangelio de Lucas (7,36-50), ha sido identificada con María de Magdala, al discípulo amado (que no "predilecto") por Jesús se le ha dado el nombre de "Juan". Pero el evangelista, incluso presentando muchas
veces a este discípulo, evita cuidadosamente darle otra identidad a no ser la de ser objeto del amor de Jesús. El evangelio no pretende dar a conocer las proezas del "número uno" entre los discípulos, una persona digna de recordarse con admiración nostálgica, sino que muestra cuál es
para Jesús el comportamiento del discípulo ideal que todos pueden aspirar a ser.

Por eso, desde el principio del evangelio, el autor presenta a un discípulo del que nunca dará detalles, siempre presente en los momentos clave de la vida de Jesús: el llamamiento, la cena, la muerte, la resurrección.

A! aparecer Jesús, este discípulo, ya seguidor de Juan el Bautista, abandona diligentemente a su maestro para seguir al nuevo maestro del que no se separará ya nunca mostrándose así dispuesto a acoger la novedad anunciada por el Bautista On 1,26-39).

La tradición, además de bautizar con el nombre de "Juan" a este discípulo, lo ha considerado siempre el "benjamín" de los discípulos de Jesús y le ha dado el apelativo de discípulo "predilecto".

La representación iconográfica de la última cena alimenta la interpretación de este discípulo como el "preferído" de Jesús, representándolo reclinado lánguidamente sobre el pecho del Señor.

Naturalmente la responsabilidad de esta melindrosa representación no es del autor del evangelio.

En el evangelio no hay discípulos "predílectos": es solamente Jesús el "predilecto" del Padre (Mt 3,17). El discípulo anonimo se describe como aquél "a quien Jesús amaba" 13,23) o "al que Jesús quería bien" (Jn 20,2), términos que no indican un amor o amistad preferente, sino la relación
normal que Jesús establece con todos los que lo acogen y le dan su adhesión.

En el mismo evangelio estas expresiones se encuentran referidas tanto a Lázaro como a sus hermanas María y Marta: "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro" (In 11,5.3.11). Ser amado por Jesús y ser su amigo no son prerrogativas de un personaje particular, sino característica
de todo miembro de la comunidad: "Vosotros sois mis amigos", asegura Jesús (Jn 15,14) y esta amistad se basa en la aceptación del ideal común de manifestar visiblemente el amor del Padre en la propia existencia (Jn 15,12).

En la descripción de la última cena, el evangelista, al decir que este discípulo "se reclinaba sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23), no pretende señalar la privilegiada posición de un discípulo favorito del maestro, sino una profunda verdad teológica válida para todos los que intentan seguir a Jesús.

Al comienzo de su evangelio, Juan, para mostrar a Jesús como el que está en total sintonía con el Padre, usa una expresión figurada: Jesús está "en el seno del Padre" (Jn 1,18). "Estar en el seno (o regazo) de alguien" significa tener con él una intensa e íntima comunión (el pobre Lázaro a su muerte es transportado "al seno de Abrahán", (Lc 16,22).

El término traducido por "seno" es utilizado por el evangelista sólo dos veces en su evangelio: en el prólogo, referido a Jesús, y en la cena referido al discípulo anónimo, poniendo los dos temas en estrecha relación.

Como Jesús goza de la plena intimidad con Dios, igualmente sus discípulos y todos los creyentes son llamados a esta relación con él y con el Padre (Jn 17,21).

Esta comunión, expresada en la cena, prepara y funda la escena siguiente, la crucifixión, donde estará también presente el discípulo anónimo.

El cuarto evangelio es el único que no refiere la invitación a cargar con la cruz como condición para el seguimiento de Jesús, pero es también el único en señalar la presencia de algunas personas junto a la cruz (Jn 19,25-27).

Estar junto a la cruz de Jesús no es sólo un signo de compasión solidaria con el crucificado, sino que significa estar disponible como él para la donación de la propia vida, y el discípulo anónimo, presente junto a la cruz, manifiesta haber comprendido el significado de la cena y muestra de
este modo tener la misma capacidad de Jesús de entregar la vida por amor a sus amigos (Jn 15,13).

En la sucesión de acontecimientos que siguen a la muerte de Jesús, el discípulo anónimo llegará el primero al sepulcro de su maestro (Jn 20,2-8) y será el único en percibir la presencia del Señor vivo y vívífícanre (Jn 21,7).

Apareciendo al principio del evangelio como el primer discípulo de Jesús, su presencia "siempre anónima" cierra el relato evangélico en el que el discípulo se presenta, no solamente como capaz de dar un testimonio autorizado de cuanto ha experimentado, sino también de transmitirlo a
otros (Jn 21,24).

El evangelista, incluso presentando a este discípulo anónimo como el ideal de seguidor de Jesús, subraya que no es el modelo a seguir.

Simón Pedro, el discípulo que siempre se equivocó en todo, que llegó hasta a traicionar a su maestro negándolo, ahora quisiera tener un guía seguro para estar cierto de no errar y pide poder seguir las huellas del discípulo perfecto. Pero Jesús no se lo permite ("Tú sígueme", Jn 21,22): es Jesús el único camino a seguir (In 14,6) y el ünícó modelo para aprender a amar igual que nos sentimos amados.

7/12/2011

EL PREFERIDO DE JESÚS.

Jesús declara que su misión consiste en manifestar a todo hombre el amor de Dios, sumergiendo ("bautizando")al hombre en el Espíritu, la fuerza creadora del Padre (Jn 1,33).

Esta acción de Jesús va dirigida a todos.
Como el Padre, Jesús no ama al hombre gracias a sus méritos, porque es bueno, sino que éste tiene la posibilidad de hacerse bueno, porque es objeto de un amor sin condíciones.

Dirigiendo este amor hacia los "ingratos y malvados". (Lc 6,35), Jesús desmiente la visión de un dios Justiciero '. El Padre no le ha encomendado destruir, sino dar Vida: "Dios no envió el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,17). La actividad de Jesús no consistirá en "cortar y echar al fuego a
todo árbol que no dé buen fruto" (Lc 3,9), sino en "cavar alrededor y echar estiércol" (Lc 13,8), favoreciendo las condiciones vitales necesarias para producir fruto.

Cuando Jesús se encuentra con alguien, los evangelistas dicen que "lo vio" (Mc 1,16), utilizando el mismo verbo usado siete veces en el libro del Genesis en el relato de la creación: "y vio Dios que era bueno" (Gn 1,3.10.12.18.21.25.31).

Jesús, el Hombre-Dios, cuando encuentra a alguien lo "ve" con la misma mirada del Dios de la creación, una mirada que comunica amor ("Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor", Mc 10,21).

El creador mira "la tierra informe y desierta" y le parece buena (Gn 1,2.10), y su mirada la transforma, le comunica vida animándola: "Envías tu espíritu y los creas, y repueblas la faz de la tierra» (Sal 104,30).

Jesús fija su mirada creadora en el caos de la persona para re-crearla con su amor como canta el profeta Sofonías: "Te renovará con su amor" (Sof 3,17). El hombre, cuando encuentra al Señor, no es nunca humillado por la penosa vision de sus propias miserias, sino embriagado por la inagotable riqueza del amor de Dios (Lc 15).

En sintonía con el Dios que "no mira la apariencia, sino el corazón" (1 Sm 16,7), los evangelios enseñan que es necesario encontrar a Jesús para aprender a mirar a las personas, acontecimientos y cosas con la mirada misma del Creador, la misma con la que Jesús miraba incluso a sus asesinos: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen"(Lc 23,34).

Al fariseo piadoso que ve su casa manchada por la presencia de "una pecadora» (Lc 7,36-50), Jesús le reprende por su mirada y lo invita a ver a un ser humano: "¿Ves esta mujer?".

Igualmente, mientras los ojos del fariseo ven un "pecador y un publicano", los de Jesús ven "un hombre" sentado al mostrador de los impuestos (Mt 9,9) y en lugar de evitar al que era considerado la personificación del pecado, lo invita a comer a su casa.

El amor derramado escandalosamente sobre quien no lo merece provoca en todo momento las protestas de cuantos regulan la conducta propia de acuerdo con la fiel observancia de la Ley.

A su protesta Jesús replica: "¿O ves tú con malos ojos (lit.tienes el ojo malo) que yo sea generoso?" (Mt 20,15).

Para tener la mirada de Jesús es necesario sustituir el ojo "malo" por el "generoso" (Mt 6,22-23), expresiones figuradas que indican, respectivamente, avaricia y generosidad (Dt 15,9-11), Y sintonizar la capacidad de amor con la de un Dios generoso capaz de "tener misericordia de todos" (Rom 11,32).

Esta nueva visión es fruto de la fe de los individuos, único "colirio para untárselo en los ojos y ver" (Ap 3,18).

Jesús "toca" los ojos de los ciegos, pero éstos se abren en la medida de su propia fe: "Que se os cumpla, según la fe que tenéis" (Mc 9,29) y como sucedió al celoso fariseo Saulo, que "incluso teniendo los ojos abiertos no veía nada", es necesario que le caigan "de los ojos una especie de escamas" (Hch 9,8-18) para recuperar la vista y reconocer a Dios (Hch 9,5).

EVANGELIOS PARA ANALFABETOS.

Llegados a este punto surge una pregunta espontánea: 

¿Los evangelios son tan difíciles de interpretar? ¿No han sido escritos con un lenguaje accesible a todos?

Ciertamente es así.

Los evangelios no han sido escritos para ser leídos, sino oídos, dado que la mayor parte de los primeros creyentes eran analfabetos (Hch 4,13).

Los evangelistas, literatos idóneos de las comunidades cristianas, transmitían sus escritos a otras comunidades donde el lector, persona de cultura expresamente encargada para ello (Ap 1,3) no se limitaba a leer el texto, sino que lo interpretaba y lo explicaba a la gente.

En un lugar particularmente difícil del evangelio de Marcos, el autor hace expresamente una advertencia: "Que el lector preste atención» (Mc 13,14).

Naturalmente para vivir en plenitud el mensaje de Jesús es suficiente incluso una lectura no profunda.

Expresiones como "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os maltratan. (Lc 6,27) no necesitan tanto de explicación cuanto de ser llevadas a la práctica.

Pero si se quiere comprender -lo que es la anchura y largura, la altura y profundidad- (Ef 3,18) del amor del Padre contenido en la Escritura es necesario un trabajo de investigación. Los evangelistas de hecho no presentan un relato histórico de lo que Jesús realizó, sino una teología de lo que la comunidad puede hacer: no una vida de Jesús, sino su significado en la vida de la comunidad. No hechos extraordinarios para suscitar la admiración en el lector, sino una invitación para continuar la obra de Jesús (Jn 14,12).

LOS CUERNOS DE URÍAS.

En la Biblia existen numerosas expresiones idiomáticas que no tienen el significado que parecen presentar literalmente.

Derramar aceite sobre la cabeza (Sal 23,5) equivale a perfumar y echar las sandalias (Sal 60,10), a conquistar. A montonar carbones encendidos sobre la cabeza de alguien (Rom 12,20) no significa quemarlo, sino sacarle los colores a la cara, avergonzarlo.

~acarías anuncia al Liberador esperado con la expresión b,íbhca un cuerno de salvación (Le 1,69), donde el cuerno, símbolo de fuerza, tiene el significado de potente y se refiere a la fuerza de Dios (Sal 18,3).

Cuando estos criterios no se tienen presentes en la traducción, el texto resulta ininteligible.

El lector ordinario, que no tiene por qué conocer todos estos giros lingüísticos, encontrará incompresible la invitación que hace el rey David a su oficial Urías: -Anda a casa a lavarte los pies» ( 2Sm 11 ,8).

Lavarse los pies es un eufemismo para indicar dormir con la mujer (2 Sam 11,11).

David, que -en el tiempo en que los reyes acostumbran a ir a la guerra» prefería quedarse en Jerusalén haciendo el amor, había obtenido los favores de la esposa de Urías mientras éste estaba luchando contra los amonitas (2 Sm 11',1).

Llamado de nuevo, Urías a Jerusalén, el rey David intenta atribuirle la paternidad del niño que espera Betsabé.

Dado que Urías, cornudo pero no estúpido, rechaza lavarse los pies, David no tiene otra salida que asesinarlo (2Sm 11,14-17).

Un claro ejemplo de cómo una expresión puede ser comprendida sólo si se la sitúa en su contexto cultural, se encuentra en el bautismo de Jesús.
Juan anuncia la llegada de Jesús como aquél del que no es digno de desatar la correa de la sandalia (In 1,27).

En la cultura occidental la expresión puede parecer un ejemplo piadoso de humildad por parte de Juan Bautista.
El contenido de la frase es, en realidad, mucho más rico.

La fórmula desatar la correa de la sandalia pertenece a las normas jurídicas que regulaban el matrimonio hebreo, y se refieren a la ley del Levirato (del latín leuir, cuñado), institución que se encargaba de conservar el patrimonio del clan familiar (Dt 25,5-10).

Cuando una mujer se quedaba viuda sin haber tenido hijos, el cuñado tenía la obligación de fecundarla (Gn 38). El niño nacido de esta unión debería llevar el nombre del marido difunto.

Si el cuñado se negaba, el pariente jurídicamente más próximo, adquiría el derecho de dejar embarazada a la viuda mediante la ceremonia llamada del descalce, que consistía en quitar la sandalia del pie del que tenía el derecho a hacerla (Rut 4,7-8).

Conociendo este contexto cultural, la expresión usada por el Bautista se inserta en la simbología hebrea de la relación matrimonial entre Dios-esposo e Israel-esposa (Os 2).

Juan, de quien el pueblo creía que era el Mesías esperado (In 1,19-20) afirma que el derecho a fecundar a Israel no le pertenece; él no es el esposo, sino Jesús (In 3,29-30).

¿DIOS? UN CUERNO DE SALVACIÓN

La buena noticia de Jesús es expresada por los evangelistas preferiblemente por medio de imágenes más que por formulaciones teológicas. Por esta razón cuando se lee el evangelio es necesario distinguir qué es lo que pretende co
municar el autor y cómo lo expresa.

El mensaje que transmite el evangelista es la Palabra de Dios siempre actual en el tiempo. El modo de presentarla, sin embargo, pertenece a su mundo cultural.

Algunos ejemplos tomados del lenguaje común ayudan a comprender esta distinción entre el mensaje y el modo de transmitirlo. Fulanito se encuentra en precarias condiciones económicas es una frase formulada de modo correcto, pero será más incisiva si se expresa con una imagen: Fulanito está sin blanca. También se puede decir de uno que se ha quedado
muy sorprendido, pero más gráfico es decir que se ha caído
de las nubes. Del descarado se dice que es un cara dura, un tempera-
mento extravagante es el de uno que tiene pájaros en la cabeza y si alguno es particularmente nervioso se dice que es un manojo de nervios. Igualmente el orador aburrido hace bostezar al público y del que le toca la lotería se dice que ha sido besado por la diosa Fortuna.

En la cultura española se comprende que estas expresiones son modos de hablar que no hay que entender al pie de la letra. Pero estas expresiones, leídas después de dos mil años en otras culturas, podrían ser tomadas literalmente.

Las figuras usadas en la cultura oriental no siempre equivalen a las occidentales, y con frecuencia son diametralmente opuestas; la oca, imagen de sabiduría en el mundo hebreo (Ber 9,57a) lo es de estupidez en el occidental. En el evangelio, Jesús se refiere a Herodes llamándolo -ese
zorro ... » (Le 13,32). Este animal, que en la cultura occidental
representa la astucia, en el mundo semítico se consideraba el animal más insignificante: -es mejor ser la cola de un león que la cabeza de un zorro- (P. Ab. 4,20). Jesús no considera a Herodes astuto, sino insignificante.

En el lenguaje ordinario, las imágenes se ilustran frecuentemente con números: el vaso que se rompe lo hace en mil pedazos; las cosas se repiten cien veces, se dice -te llevo esperando una hora-, o -hace un siglo que no te veo; se dan dos pasos, se habla del tercer mundo y se dice algo a los
cuatro vientos.

En la Biblia los números, por lo común, no tienen tanto un valor aritmético cuanto figurado.

Ya desde las primeras páginas se encuentran cifras con valor simbólico, de los siete días de la creación (Gn 2,2) a la edad de los patriarcas: Matusalén, el que vivió más que todos, llegó, ni más ni menos, a la edad de 969; Adán vivió sólo 930 y Noé, que fue padre a los 500 años de vida, llegó
hasta los 950. Después el Creador se enfada con la humanidad y fija para todos el límite de 120 años de vida (Gn 6,3).

Los números tienen igualmente un valor figurado en los evangelios. El número tres significa completamente. Pedro reniega de Jesús tres veces y cuando anuncia Jesús que resucitará al tercer día (Mt 16,21) no da indicaciones para el triduo pascual, sino que asegura que volverá a la vida de modo definitivo, con la derrota completa de la muerte.

El número siete significa todo, el doce Israel, cuarenta una generación, cincuenta es el número que designa la acción del Espíritu Santo (Pentecostés) y setenta, el número de las naciones paganas.

En el lenguaje cotidiano para expresar la testarudez de un individuo se dice que está sordo para lo que no le interesa; el obstinado está ciego y quien tiene una conducta vacilante cojea.

En la Biblia, ceguera y sordera indican obstinación Os 42,18-19) y en los evangelios los ciegos no son los que no ven, sino aquellos que no quieren o no pueden ver el ideal de hombre propuesto por Jesús.

Por esto Jesús llama a los fariseos «ciegos y guías de ciegos» (Mt 15,14).

Los dos ciegos de Jericó representan a los discípulos Santiago y Juan que ambicionan los puestos de prestigio (Mt 20, 20-23). Cegados por una tradición que presentaba un Mesías guerrero según el modelo del violento rey David, no ven al Cristo que -ha venido no para ser servido, sino
para servir y dar su vida por todos» (Mt 20,28).

La misión de Jesús de devolver la vista a los ciegos (Le 4,18) Y de curar otras enfermedades no mira tanto a lo físico de las personas cuanto a su interioridad.

Esta misión puede ser continuada por la comunidad de creyentes con propuestas y acciones que permitan a los hombres alcanzar la plenitud de la condición humana, correspondiente al designio de Dios sobre el hombre.

Los evangelistas, describiendo las curaciones realizadas por Jesús, no pretenden presentar un Cristo ambulante de primeros auxilios, sino la acción profunda del Señor que tiende a eliminar los obstáculos que impiden acoger su mensaje. Por esto los evangelistas evitan la palabra griega
que significa milagro y en su lugar usan preferiblemente el término signo.
En los evangelios no hay milagros, sino signos que Jesús hace y que la comunidad de los creyentes está obligada a continuar.