7/12/2011

¿DIOS? UN CUERNO DE SALVACIÓN

La buena noticia de Jesús es expresada por los evangelistas preferiblemente por medio de imágenes más que por formulaciones teológicas. Por esta razón cuando se lee el evangelio es necesario distinguir qué es lo que pretende co
municar el autor y cómo lo expresa.

El mensaje que transmite el evangelista es la Palabra de Dios siempre actual en el tiempo. El modo de presentarla, sin embargo, pertenece a su mundo cultural.

Algunos ejemplos tomados del lenguaje común ayudan a comprender esta distinción entre el mensaje y el modo de transmitirlo. Fulanito se encuentra en precarias condiciones económicas es una frase formulada de modo correcto, pero será más incisiva si se expresa con una imagen: Fulanito está sin blanca. También se puede decir de uno que se ha quedado
muy sorprendido, pero más gráfico es decir que se ha caído
de las nubes. Del descarado se dice que es un cara dura, un tempera-
mento extravagante es el de uno que tiene pájaros en la cabeza y si alguno es particularmente nervioso se dice que es un manojo de nervios. Igualmente el orador aburrido hace bostezar al público y del que le toca la lotería se dice que ha sido besado por la diosa Fortuna.

En la cultura española se comprende que estas expresiones son modos de hablar que no hay que entender al pie de la letra. Pero estas expresiones, leídas después de dos mil años en otras culturas, podrían ser tomadas literalmente.

Las figuras usadas en la cultura oriental no siempre equivalen a las occidentales, y con frecuencia son diametralmente opuestas; la oca, imagen de sabiduría en el mundo hebreo (Ber 9,57a) lo es de estupidez en el occidental. En el evangelio, Jesús se refiere a Herodes llamándolo -ese
zorro ... » (Le 13,32). Este animal, que en la cultura occidental
representa la astucia, en el mundo semítico se consideraba el animal más insignificante: -es mejor ser la cola de un león que la cabeza de un zorro- (P. Ab. 4,20). Jesús no considera a Herodes astuto, sino insignificante.

En el lenguaje ordinario, las imágenes se ilustran frecuentemente con números: el vaso que se rompe lo hace en mil pedazos; las cosas se repiten cien veces, se dice -te llevo esperando una hora-, o -hace un siglo que no te veo; se dan dos pasos, se habla del tercer mundo y se dice algo a los
cuatro vientos.

En la Biblia los números, por lo común, no tienen tanto un valor aritmético cuanto figurado.

Ya desde las primeras páginas se encuentran cifras con valor simbólico, de los siete días de la creación (Gn 2,2) a la edad de los patriarcas: Matusalén, el que vivió más que todos, llegó, ni más ni menos, a la edad de 969; Adán vivió sólo 930 y Noé, que fue padre a los 500 años de vida, llegó
hasta los 950. Después el Creador se enfada con la humanidad y fija para todos el límite de 120 años de vida (Gn 6,3).

Los números tienen igualmente un valor figurado en los evangelios. El número tres significa completamente. Pedro reniega de Jesús tres veces y cuando anuncia Jesús que resucitará al tercer día (Mt 16,21) no da indicaciones para el triduo pascual, sino que asegura que volverá a la vida de modo definitivo, con la derrota completa de la muerte.

El número siete significa todo, el doce Israel, cuarenta una generación, cincuenta es el número que designa la acción del Espíritu Santo (Pentecostés) y setenta, el número de las naciones paganas.

En el lenguaje cotidiano para expresar la testarudez de un individuo se dice que está sordo para lo que no le interesa; el obstinado está ciego y quien tiene una conducta vacilante cojea.

En la Biblia, ceguera y sordera indican obstinación Os 42,18-19) y en los evangelios los ciegos no son los que no ven, sino aquellos que no quieren o no pueden ver el ideal de hombre propuesto por Jesús.

Por esto Jesús llama a los fariseos «ciegos y guías de ciegos» (Mt 15,14).

Los dos ciegos de Jericó representan a los discípulos Santiago y Juan que ambicionan los puestos de prestigio (Mt 20, 20-23). Cegados por una tradición que presentaba un Mesías guerrero según el modelo del violento rey David, no ven al Cristo que -ha venido no para ser servido, sino
para servir y dar su vida por todos» (Mt 20,28).

La misión de Jesús de devolver la vista a los ciegos (Le 4,18) Y de curar otras enfermedades no mira tanto a lo físico de las personas cuanto a su interioridad.

Esta misión puede ser continuada por la comunidad de creyentes con propuestas y acciones que permitan a los hombres alcanzar la plenitud de la condición humana, correspondiente al designio de Dios sobre el hombre.

Los evangelistas, describiendo las curaciones realizadas por Jesús, no pretenden presentar un Cristo ambulante de primeros auxilios, sino la acción profunda del Señor que tiende a eliminar los obstáculos que impiden acoger su mensaje. Por esto los evangelistas evitan la palabra griega
que significa milagro y en su lugar usan preferiblemente el término signo.
En los evangelios no hay milagros, sino signos que Jesús hace y que la comunidad de los creyentes está obligada a continuar.

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