2/13/2012

ABREVIATURAS DE LOS TRATADOS DEL TALMUD.

M Misná.
Y Talmud de Jerusalén.
B Talmud de Babilonia.
B.B Baba Batra (daños).
B.M Baba Mezia (daños).
B.Q Baba Qamma (daños).
Ber. Berakot (bendiciones).
Kel. Kelim (cosas impuras).
Mek. Es.Mekhilta sobre el Éxodo.
P.Ab. Pirqe Aboth (sentencias de dotes).
Pea. Pea (límites).
Pes. Pesahim (pascua).
Qid. Qiddushim (matrimonio).
Sanh. Sanhedrin (tribunales).
Shab. Shabbat (Sábado.

GLOSARIO.

APÓCRIFO: Escrito considerado como no inspirado y, consiguientemente, no admitido en el canon o lista de libros sagrados.

ARAMEO: Lengua semítica, muy semejante al hebreo, hablada en Israel en tiempos de Jesús.

BAAL: (Señor). Propietario. Patrono. Marido. A veces indica el nombre de divinidades paganas.

DIEZMO: Décima parte de los productos de la tierra y de los animales que hay que ofrecer para el mantenimiento del templo.

ESCRIBA:Máxima autoridad judía en el campo legislativo y religioso.

FARISEOS: Grupo de laicos obsevantes de las mínimas prescripciones de la Ley, especialmente de los preceptos relativos a lo puro y lo impuro.

GEHENNA: (En hebreo: ge-hinnon), abreviación de ge-ben-himmon: valle del hijo de Hinnom): Valle al sur de Jerusalén donde se realizaban sacrificios humanos en honor al Dios Moloc; transformado en basurero en tiempos de Jesús.

JUDAÍSMO: Movimiento religioso originado después de la vuelta del destierro de Babilonia.

LXX: Traducción griega de la Biblia Hebrea.

MESÍAS: "Ungido" (del Señor). Cristo es la traducción griega.

RABBÍ: Título honorífico usado en Israel para designar a los estudiosos e intérpretes de la Biblia.

RABINO: Guía espiritual-jurídico de la comunidad hebrea.

SÁBADO: Día de descanso, de absoluta abstención del trabajo y culmen de la semana hebrea. El sábado comienza la tarde del viernes al despuntar la primera estrella y termina la tarde del sábado.

SINAGOGA: (Casa de la asamblea). Lugar de reunión y de oración de la comunidad hebrea.

TALMUD: (Estudio) Indica el conjunto de la Misná, más el comentario a la misma hecho por los rabinos. Es conocido como Talmud de Jerusalén (o palestinense) y Babilonio, según el lugar de formación.

YAHVÉ: Vocalización de YHWH, tetragrama sagrado del nombre de Dios, cuya exacta pronunciación se desconoce. En su lugar los hebreos leen Adonai (Señor mío).

CONCLUSIÓN. EL SANTO, EL PAPA Y EL EVANGELIO.

Hay dos personajes que, para bien o para mal, han influido ampliamente en la historia del cristianismo.
Uno se había enamorado de la buena noticia traída por Jesús hasta identificarse con ella.
El otro apenas ha sido tratado de refilón.
Uno llegó a santo, el otro a papa. El papa fue refractario al evangelio.
Hoy el santo es más actual que nuca y el papa es ignorado.
De hecho, mientras el humilde Juan, hijo de la señora Pica y Bernardone e Asís, conocido con el nombre e Francisco, está presente con su estilo de vida y con sus enseñanzas, ninguno se acuerda del belicoso Lotario, hijo de los condes de Segni, llegado a papa con el nombre de Inocencio III.
Los dos vivieron en la misma época y fueron hijos de la mentalidad y de la cultura de aquel tiempo.
Ambos leyeron el mismo evangelio y eligieron seguir a Jesús.
Pero los modos de manifestar este seguimiento son extremadamente diferentes.
Si todavía hoy se ora y se canta con las palabras de Francisco ("Alabado seas mi Señor..."), los escritos de Lotario, por suerte, se han olvidado.
Lotario escribió cuando todavía era cardenal El desprecio del mundo, libro que durante casi seis siglos fue un bestseller y formó, o mejor deformó, la espiritualidad cristiana. Francisco escribió sólo unas pocas, pero incisivas líneas todavía válidas.
Lotario, confundiendo su tétrico pesimismo con santas inspiraciones, escribió:
"El hombre es concebido de la sangre putrefacta por el ardor de la lujuria, y se puede decir que ya están junto a su cadáver los gusanos funestos. De vivo engendró lombrices y piojos, de muerto engendrará gusanos y moscas; de vivo ha creado estiércol y vómito, de muerto producirá pudredumbre y hedor; de vivo ha cebado a un solo hombre, de muerto cebará gusanos sin número... Felices aquellos que mueren antes de nacer y que antes de conocer la vida han probado la muerte... mientras vivimos morimos continuamente y dejaremos de ser muertos cuando acabemos de vivir, porque la vida mortal no es otra cosa que una muerte viviente.." (De cont. mundi. 3,4).
Según Lotario, cuando Jesús resucita a Lázaro llora "no porque Lázaro había muerto, sino más bien porque lo llamaba de la muerte a la miseria de la vida" (1,25).
Si para Lotario todo es horrible y fuente de llantos, para Francisco todo es bello y fuente de bendición: "Alabado seas mi Señor con todas tus criaturas... Tu eres santo, Señor Dios único, que haces cosas estupendas... Tú eres belleza..." (Cántico de las Criaturas y Alabanzas de Dios Altísimo).
Frente a los problemas de la época ambos respondieron con soluciones diferentes.
El Papa Inocencio III es el papa más poderoso del medievo, aquél que llevará hasta el culmen la concepción de la realeza papal, y el estado de la Iglesia a su máxima extensión.
Es él quien sueña que la Iglesia está a punto de derrumbarse, pero ésta será salvada por el hermano Francisco: "Ve, repara mi casa que, como ves, está toda en ruinas".
El papa pensó salvar la Iglesia anunciando la cuarta cruzada contra los sarracenos y convocó incluso un concilio (Lateranense IV) para definir aproximadamente unos setenta modos de hacer la "guerra santa" o bien cómo matar a los infieles del modo más eficaz (y nunca se mata con tanto gusto como cuando se asesina en nombre de Dios).
Francisco fue desarmado al sultán y se hizo su amigo.
Inocencio, hombre belicoso y violento, dio comienzo a la primera forma de Inquisición (la episcopal) y quemó en la hoguera a cuantos en la Iglesia no estaban de acuerdo con él. Tétrico en vida, su fin fue macabro.
Murió cuando estaba a punto de subir en su caballo con la espada en la mano para combatir a los enemigos y su cadáver, abandonado de todos y en avanzado estado de descomposición, fue despojado y robado por los ladrones en la catedral de Perugia.
Francisco, al acercarse la muerte, se hizo desvestir y poner desnudo en tierra y murió cantando un himno de alabanza, rodeado del amor de sus hermanos.
Un único Señor, un solo evangelio, dos respuestas diferentes, un solo santo.

SACERDOTES DEL DIOS "MAMMÓN"

Mientras las mujeres van a llevar un anuncio de vida, también los guardias llevan un mensaje, pero de muerte: las mujeres van a los discípulos, que ahora por primera vez Jesús llama sus "hermanos", por cuanto "cumplen la voluntad del Padre" (Mt 12,50); los guardias van a sus enemigos, aquellos que cumplen los deseos de su padre, el diablo, "homicida desde el principio" (Jn 8,44).
"Los sumos sacerdotes se reunieron con los senadores, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una suma considerable, encargándoles: "Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo calmaremos y os sacaremos de apuros".
Aquéllos, tomada la considerable suma de dinero, "siguieron las instrucciones. Por eso corre esta versión entre los judíos hasta el día de hoy".
Los guardias eran romanos al servicio del gobernador. Eran los dominadores de Palestina: y sin embargo los conquistadores fueron conquistados por la "suma considerable".
Dispuestos a traicionar al gobernador, a jurar en falso, los guardias, con tal de embolsarse unas pocas monedas, son en realidad mercenarios prontos a venderse a quien más ofrezca.
El episodio de los guardias comprados se narra solamente en el evangelio de Mateo, donde el dinero aparece siempre con una luz siniestra y como instrumento de muerte de parte del rival de Dios, Mammón, el dios-lucro.
Con el dinero los sumos sacerdotes se habían apoderado de Jesús, traicionado y vendido por Judas, y con el dinero ahora intentan impedir el anuncio de la resurrección.
Jesús había dicho que no era "posible servir a Dios y a Mammón".
Si de cara a esta alternativa "los fariseos, que eran amigos del dinero, se burlaban de él" (Lc 16,13-14), los sumos sacerdotes habían elegido sin duda a qué dios servir.
Ellos son sacerdotes de Mammón, el dios falso que oprime y comunica muerte.
Quien tiene por dios el dinero no puede ser testigo de la resurrección, sino sólo su negador.
Judas, por dinero, ha traicionado a su maestro, pero los sumos sacerdotes con el dinero han traicionado a Dios.
Los sumos sacerdotes y fariseos esconden la verdad para mantener sus propios privilegios, definen a Jesús "un embustero" y a la resurrección como "una impostura" (Mt 27,63-64), incurriendo en lo que se define en los evangelios como "calumnia contra el Espíritu" (Mt 12,31-32).
El sanedrín, que se había reunido ya para dar muerte a Jesús (Mt 26,3.59; 27,1.7.62), lo hace ahora para impedir la noticia de la resurrección.
Y el evangelio de Mateo se cierra con el pretendido contraste entre "enseñanzas": mientras las últimas palabras de las autoridades religiosas son las instrucciones dadas a los guardias para ocultar la vida del resucitado, la última enseñanza de Jesús a sus discípulos se dirige a comunicar vida indestructible a la humanidad entera: "Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos para vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo" (Mt 28,19).

2/08/2012

EL MUERTO ESTÁ VIVO, LOS VIVOS, MUERTOS.

El ángel corre la piedra del sepulcro, que separaba definitivamente el mundo de los muertos del de los vivos, y se sienta sobre ella, con la posición típica del vencedor (Ap 2,21): con la resurrección de Jesús la muerte ha sido definitivamente vencida.
La irrupción de la vida se convierte, sin embargo, en una experiencia funesta para cuantos son guardianes de la muerte: en lugar de ser vivificadados por la manifestación del Dios de la vida, los guardias se vuelven "como muertos".
No teniendo vida en sí, no sólo no consiguen percibirla cuando ésta se manifiesta, sino que se introducen aún más "en tinieblas y en sombras de muerte" (Lc 1,79).
Ellos se autoexcluyen del anuncio del ángel que, ignorando a los guardias que han tenido miedo de la aparición hasta el punto de desfallecer, anima solamente a las dos mujeres: "No tengáis miedo. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado; no está aquí, ha resucitado, cmo tenía dicho".
Y les encarga ir a decir a los discípulos que Jesús, resucitado de los muertos, los preceerá en Galilea; allí lo verán.
Una vez comprendido que no se puede buscar entre los muertos al que vive (Lc 24,5), las dos mujeres abandonan rápidamente el sepulcro, y conforme se alejan de la tumba, su temor se desvanece, sustituido por una gran alegría que es confirmada por el encuentro con Jesús.
La fe de las discípulas en la resurrección no sebasa en la visión de un sepulcro vacío, que había sido también visto por los guardias, sino en la experiencia de Jesús vivo y vivificante que se les acerca y las saluda diciendo: "Alegraos". Esta expresión, que aparece solamente dos veces en el Evangelio de Mateo, es la misma que se utiliza al final de las bienaventuranzas: "Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido" (Mt 5,12).
La primera palabra pronunciada por Jesús resucitado está unida a la recompensa por la fidelidad a las bienaventuranzas incluso en la persecución. Esta "recompensa" es una vida capaz de superar a la muerte, ahora visible en Jesús, que confirma a las mujeres cuanto les había anunciado el ángel: los discípulos si quieren verlo deben subir a Galilea.
La necesidad de ir a Galilea, que en el relato de la resurrección aparece tres veces para subrayar la importancia del encuentro en esta región, no es comprensible desde el punto de vista histórico.
La incongruencia es que, mientras Jesús está muerto, es sepultado y resucita en el sur, en Judea, en Jerusalén, y los discípulos están en aquella ciudad, se les dice que si quieren verlo deben subir al norte, a Galilea: ¿por qué recorrer más de cien kilómetros y aplazar por tanto al menos tres o cuatro días el importante encuentro con Jesús resucitado?
En los evangelios de Lucas y de Juan, Jesús se aparece a sus discípulos en Jerusalén el mismo día de la resurrección:"Aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: Paz con vosotros" (Jn 20,19; Lc 24,36).
El evangelio de Marcos contiene la cita en Galilea como en mateo (Mc 16,7), pero luego el último redactor, añadiendo los episodios de las apariciones, escribe que Jesús el mismo día de la resurrección "se apareció a los Once, estando ellos a la mesa" (Mc 16,14).
Mateo es ciertamente el único evangelista que condiciona la aparición de Jesús resucitado a Galilea (Mt 26,32), indicación que no guarda relación con un itinerario geográfico, sino con un camino de fe.
Como las mujeres han encontrado a Jesús solamente después de haberse alejado del sepulcro, así los discípulos comprenden que, si quieren ver al Señor, deben abandonar Jerusalén, ciudad de muerte "que mata a los profetas y apedrea a cuantos Dios sigue enviándoles" (Mt 23,37), ciudad donde, según Mateo, Jesús resucitado no se aparecerá nunca.
Por esto los once discípulos suben a Galilea, y a pesar de que Jesús no había especificado el lugar preciso para el encuentro, van "al monte que Jesús les había indicado" (Mt 28,16).
Ni el "monte" (sin nombre), ni tampoco Galilea, indican un punto topográfico, sino teológico. El único monte de Galilea que aparece en el evangelio de Mateo es el lugar donde Jesús anunció con las bienaventuranzas el programa del reino de Dios.
El evangelista quiere hacer comprender que, si se quiere encontrar a Jesús resucitado, es necesario situarse en el ámbito de las bienaventuranzas y practicarlas (Mt 5,1-10).
Experimentar a Jesús resucitado no es un privilegio concedido hace dos mil años a una decena de privilegiados, sino una posibilidad ofrecida a los creyentes de todos los tiempos: la visión de Dios no es un premio reservado para el futuro, sino una constante, cotidiana experiencia en el presente para los "limpios de corazón", las personas límpidas y transparentes, proclamadas dichosas porque "verán", experimentarán a Dios de modo permanente en su existencia (Mt 5,8).
Los discípulos son once, está ausente Judas, el hombre a quien "más le valdría no haber nacido" (Mt 26,24).
El "monte" es el lugar de aquellos que, aceptando las bienaventuranzas, han elegido voluntariamente junto con la pobreza el compartir generosamente cuanto tienen y son. Judas no puede estar entre ellos. É, "ladrón" (Jn 12,6) es un adorador del dios Mammón, cuyo culto cruento pide continuamente sacrificios humanos.
Por treinta siclos de plata, el precio de un esclavo, Judas ha vendido a Jesús y a sí mismo (Mt 26,14-16; Éx 21,32).
Pero si Jesús, por dinero, ha encontrado la muerte física, Judas, el "hijo de la perdición" (Jn 17,12), por dinero, ha ido al encuentro de la aniquilación definitiva de su persona, engullido por la muerte eterna (Mt 19,28; 27,3-10).

SANEDRÍN Y SOBORNOS.

MT 28.

La tradición iconográfica de Pascua consagra la imagen de Jesús resucitado que sale victorioso del sepulcro con el estandarte de la cruz en mano, con alborozo de ángeles y terror de guardias.
Esta fantasiosa descripción, contenida en un apócrifo del siglo II (Evangelio de Pedro, 36-40), está ausente de los cuatro evangelios reconocidos como auténticos por la Iglesia.
Los evangelistas no describen el momento de la resurrección de Jesús, sino solamente lo acaecido después: si ninguno ha sido testigo de la resurrección, todos pueden serlo de Jesús resucitado.
En el evangelio de Mateo, son dos mujeres las protagonistas del encuentro con el resucitado, "María Magdalena y la otra María" (madre de Santiago y de José), ya presentadas como las que "habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo" y testigos de la crucifixión y sepultura (Mt 27,55-56).
Mientras las dos discípuloas están junto al sepulcro, "la tierra tembló violentamente, porque el ángel del Señor bajó del cielo y se acercó, corrió la losa y se sentó encima".
"El ángel del Señor", expresión con la que se indica la acción de Dios mismo cuando se comunica con la humanidad (Éx 3,2-6), ha aparecido ya al comienzo del evangelio de Mateo para anunciar la vida de Jesús y luego para defenderla de la trama homicida de Herodes (Mt 1,20-24; 2,13).
Esta tercera intervención suya tiende a confirmar que la vida, cuando procede de Dios, es indestructible.
El terremoto que acompaña su venida es uno de los signos que en el Antiguo Testamento precedían a la manifestación de Dios: en el libro del Éxodo está escrito que antes de que Yahvé descendiese sobre el Sinaí, "toda la montaña temblaba" (Éx 19,18).
También este terremoto precede a una revelación divina, como cuando Jesús expiró y "la tierra tembló" (Mt 27,51): en la muerte de Jesús se había revelado todo el amor de Dios, en la resurrección se manifiestan las consecuencias de su amor fiel.

LA CASA DEL LEPROSO.

La acción se desenvuelve en "Betania, en la casa de Simón, el leproso", cuando "faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos, y los sumos sacerdotes y los letrados andaban buscando cómo dar muerte a Jesús prendiéndolo a traición" (Mc 14,1).
Betania, situada frente a Jerusalén, es la aldea de la que Jesús salió para subir al templo y arrojar "a los que vendían y compraban" (Mc 11,12-15).
Mientras en Jerusalén, en el sanedrín, se decide el asesinato de Jesús, en Betania, en la casa de un leproso, considerado maldito por Dios, encuentra refugio el Dios con los hombres (es significativo que la etimología popular mantenga como significado de Betania "Casa de los pobres").
En la escena de Betania se describen tres reacciones diferentes a la decisión de matar a Jesús, tomada por las autoridades: la acción de la mujer representa a cuantos han elegido seguir hasta el límite a su maestro afrontando con él la cruz; la reacción indignada de los discípulos manifiesta la incomprensión por la muerte de Jesús, considerada "una pérdida", y la traición de Judas indica el abandono de Jesús por parte de cuantos miran sobre todo su propio interés.
"Estando él (Jesús) reclinado a la mesa... llegó una mujer". Esta mujer, cuyo gesto deberá ser dado a conocer al "mundo entero", es anónima (solamente en el evangelio de Juan la mujer es identificada como María, hermana de Lázaro, Jn 12,3): más allá de la realidad histórica, en este personaje el evangelista representa el modelo de adhesión a Jesús con el que todo lector puede identificarse.
La mujer, que tiene consigo "un frasco de perfume de nardo auténtico de mucho precio, quebró el frasco y se lo fue derramando en la cabeza".
En los evangelios cualquier detalle que de suyo no ayude a arrojar luz sobre el texto (que el perfume sea de nardo o de jazmín, ¿qué cambia?) tiene siempre un significado cargado de connotaciones teológicas. En esta acción, la única del evangelio en que Jesús pide que se divulgue por todos sitios, el evangelista cuida los detalles enriqueciéndolos de significado.
El perfume es símbolo de vida que se opone al hedor de la muerte (mientras Lázaro, muerto, yace en el sepulcro "despide mal olor"), pero después, en el banquete al que asiste resucitado, "toda la casa se llena de la fragancia del perfume" (Jn 11,39; 12,2-3).
Pero el perfume es también símbolo del amor, y para evidenciar este significado el evangelista especifica que es de nardo.
Este preciosísimo ungüento, extraído de las racíes de una planta típica de la India es hata tal punto costoso que era con frecuencia falsificado (Plinio, Hist. nat. 12,72); en toda la Biblia aparece únicamente en el Cantar de los Cantares para expresar el amor de la esposa para con el esposo: "Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo despedía su perfume" (Cant 1,12; 4,13.14).
Marcos, que reconoce en Jesús abiertamente al Esposo (Mc 2,19), simboliza en la mujer anónima la comunidad-esposa y presenta la relación de amor entre Jesús y cuantos lo siguen con la imagen, querida por los profetas, de la relación nupcial entre Dios y su pueblo (Os 2).
El evangelista, para precisar que este nardo es "genuino", utiliza un término que significa "auténtico" referido a cosas, y "fiel" cuando se atribuye a personas.
Este recurso literario sirve a Marcos para representar con la imagen del perfume genuino el amor fiel de la mujer.
Finalmente se subraya que este perfume de "gran valor", es valorado por los escandalizados comensales "en más de trescientos denarios".
Teniendo en cuenta que el salario medio de un obrero era de un denario al día (Mt 20,2), el valor del perfume corresponde a casi un año de salario.
El "gran valor" de este perfume, expresión del amor auténtico, es una ulterior alusión al Cantar de los Cantares; "Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable" (Cant 8,7).
Mientras Judas piensa ganar algo traicionando al amor, la mujer demuestra a Jesús un amor que no tiene precio, porque el amor, el auténtico, no calcula, "no busca su interés" (1 Cor 13,5).
También la acción de romper el vaso y derramar el ungüento sobre la cabeza de Jesús es rica en significado simbólico. El amor no puede ser verdadero si no se hace don, y en el gesto de quebrar el vaso la mujer intenta expresar la ofrenda de su vida, como hará Jesús (Mc 10,45).
Marcos precisa además que el ungüento es derramado por la mujer sobre la cabeza de Jesús.
El evangelista equipara la acción de la mujer a la de los profetas encargados de ungir al rey de Israel: "Coge la aceitera y derrámasela sobre la cabeza, diciendo: "Así dice el Señor: Te unjo rey de Israel" (2 Re 9,1-3; 1 Sm 10,1).
Con su acción la mujer reconoce en Jesús al verdadero rey y se declara dispuesta a dar su vida con aquel que, algunos días después, será crucificado como "Rey de los Judíos" (Mc 15,26).
Gracias a este gesto la mujer se convierte para Jesús en "perfume de su conocimiento" ("Doy gracias a Dios, que constantemente nos asocia a la victoria que él obtuvo por el Mesías y que por medio nuestro difunde en todas partes el perfume de su conocimiento", 2 Cor 2,14).
Pero si la mujer, derramando el perfume, se muestra dispuesta a dar su propia vida, otros, aquellos que "acompañan" a Jesús, pero no lo "siguen", encuentran inútil la muerte del Mesías y reaccionan enojados: "¿Por qué se ha malgastado así el perfume?".
Jesús había dicho: "El que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo" (Mc 8,35).
La mujer ha aceptado esa "pérdida" de la vida, y lo ha manifestado en la "pérdida de perfume" para convertirse ella misma en "perfume de Cristo... olor que da vida y sólo vida" (2 cor 2,15-16).
En la reacción indignada del grupo, que considera un derroche el derramamiento del perfume, el evangelista representa a cuantos no han aceptado la invitación a la entrega total de sí mismos.
Éstos, que quieren "salvar la propia vida", consideran un error la muerte de Jesús y no están dispuestos a seguirlo por el camino de la cruz.
De hecho, según Marcos, en el Gólgota no habrá ningún hombre, sino solamente las mujeres "que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían prestándole servicio, y además otras muchas que habían subido con él a Jerusalén" (Mc 15,40).

2/07/2012

LA MUJER DEL EVANGELIO.

(Mc 14,3-9)

Juan Bautista desarrolló su actividad solamente con hombres y para hombres.
La única vez que se encontró con una mujer perdió la cabeza en el sentido literal de la palabra: fue "decapitado" (Mc 6,17-29).
En el Talmud está escrito que es mejor que "las palabras de la Ley sean destruidas por el fuego en vez de ser enseñadas a las mujeres" (Sota B. 19a) y en la lengua hebrea no se conoce un término para indicar "discípula"; esta palabra existe solamente con terminación masculina. En un mundo donde se afirma que "la mejor de las mujeres practica la idolatría" (Qid. Y. 66cd) y se consideran desgraciados aquellos padres a los que les nace una niña (Qid B. 82ab), el comportamiento de Jesús hacia las mujeres encontró dificultades para ser comprendido y aceptado por parte de la comunidad cristiana primitiva. Incapacidad que se refleja en los apócrifos, escritos menos preocupados por la ortodoxia, pero quizá más cercanos a la realidad histórica.
En estos textos se advierten todas las tensiones entre los hombres, capitaneados por Pedro, y las mujeres, representadas por María Magdalena.
Pedro, en nombre de los discípulos, se dirige al Señor lamentándose de que "nosotros no seamos capaces de soportar a esta mujer (María Magdalena), porque ella nos quita toda ocasión de hablar: no ha dejado hablar a ninguno de nosotros, sino que es ella la que habla siempre (Pistis Sophia 36).
María Magdalena responde por su parte acusando a Pedro "que está acostumbrado a amenazarme y odia nuestro sexo" (Pistis Sophia 2,72)
La presencia de las mujeres en la comunidad cristiana debía ser totalmente insoportable para los discípulos cuando en el Evangelio de Tomás (apócrifo de la mitad del siglo II) Pedro pide expresamente que las mujeres sean arrojadas de la comunidad: "Simón Pedro dijo: ¡Que María se aleje de nosotros, porque las mujeres no merecen la vida!".
Jesús acoge la petición de Pedro, transformando a Magdalena en Magdaleno: "Jesús respondió: Ea, yo la volveré hombre", para llegar a la deducción teológico-espiritual de que sólo "si la mujer se hace hombre entrará en el reino de los cielos" (Evangelio de Tomás, 114).
Probablemente la igual dignidad y libertad de palabra connaturales al mensaje de Jesús habían llevado a cierto desorden a las mujeres que, hambrientas de saber, después de milenios de forzado mutismo, finalmente podían tomar la palabra.
Su locuacidad en las asambleas, que parecía confirmar lo escrito en el Talmud ("diez medidas de palabras descendieron al mundo, de las que nueve cogieron las mujeres, y una los hombres", Qid B. 49b), empujó a Pedro a preguntar: "¡Señor mío, que cesen de preguntar las mujeres, de modo que nosotros también preguntemos!". Y una vez más Jesús, condescendiente con las lamentaciones de Pedro, "dice a Marúa y a las mujeres: "Dadle a vuestros hermanos varones la oportunidad de preguntar también ellos" (P.S. 2,146).
En estos apócrifos parecen reflejarse las consecuencias de las gravosas y discriminatorias limitaciones introducidas por un interpolador en la Carta a los Corintios.
Éste, buscando quitar la palabra concedida por Pablo a las mujeres (1 Cor 11,5), y no pudiendo remitirse a la enseñanza de Jesús, debe recurrir al Antiguo Testamento: "Las mujeres guardan silencio en la asamblea, no les está permitido hablar; en vez de eso, que se muestren sumisas, como lo dice también la Ley. Si quieren alguna explicación, que les pregunten a sus maridos en casa, porque está feo que hablen las mujeres en las asambleas" (1 Cor 14,34-35; Gn 3,16).
En la primera carta a Timoteo está escrito: "La mujer, que escuche la enseñanza quieta y con docilidad. A la mujer no le consiento enseñar ni imponerse a los hombres" (1 Tim 2,11-12).
Para justificar tanta misoginia, el autor hace lo imposible, llegando incluso a incomodar a Adán y Eva, porque "a Adán no lo engañaron, fue la mujer quien se dejó engañar y cometió el pecado" (1 Tim 2,14). Para las pobres mujeres, la única salvación consiste en imitar a las conejas y traer hijos sin parar: "Llegará a salvarse por la maternidad" (1 Tim 2,15), dejando abierto el problema de si el consejo es válido también para las núbiles y las vírgenes.
Pero la rivalidad hombre-mujer se vislumbra también en las diversas líneas teológicas seguidas por los evangelistas: ¿A quién se concede la primera aparición de Jesús resucitado? ¿A María de Magdala y a las mujeres (Jn 20,11-18; Mt 28,1-9) o a los hombres? (Lc 24,13-43; 1 Cor 15,3-8).
En este clima de impronta masculina (el envuelto de espiritualismo es el más despiadado), aparece aún más sorprendente lo que está escrito en el evangelio de Marcos, donde el único episodio que Jesús pide que sea dado a conocer al mundo entero es la acción realizada por una mujer: "Os aseguro que en cualquier parte del mundo entero donde se proclame esta buena noticia, se recordará también en su honor lo que ha hecho ella" (Mc 14,9; Mt 26,13).

CORAZÓN DE MAMÁ

(Mt 20,17-34).

De las cuatro madres nombradas en el Evangelio de Mateo, la de los Zebedeos es la única que no tiene nombre, y cuando es citada no se la recuerda como mujer de Zebedeo, sino únicamente como la madre de sus hijos.
Esta mujer, que vive en función de sus hijos, de hecho es conocida solamente como "la madre de los hijoz de Zebedeo" (Mt 20,20). Es nombrada además formando parte del grupo de mujeres que han "seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo" (Mt 27,55). Pero el fin último de este servicio se desvela en una intervención que desenmascara una ambición desde tiempo incubada, y arroja una luz tan negativa sobre esta mujer que Lucas, el evangelista que exalta el papel de las mujeres en su evangelio, se ve obligado a censurar todo el episodio.
Jesús contempla Jerusalén y por tercera vez trata de hacer comprender a los discípulos su programa: "Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y letrados: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen" (Mt 20,18-19).
Jesús no podía ser más claro: en Jerusalén, el hijo de Dios no será coronado rey de la Ciudad Santa, sino clavado en un patíbulo donde morirá como un "maldito de Dios" (Dt 21,23; Gál 3,13).
Jesús trata de hacer comprender a sus discípulos que no sube a Jerusalén para quitar el poder a cuantos lo detentan, sino que va para ser matado por los representantes de Dios y del César.
Las otras dos veces en las que Jesús ha intentado hacer comprender a sus discípulos el significado de la subida a Jerusalén, la acogida por parte de ellos no había sido buena; más aún, la primera vez, Jesús había sido expresamente increpado por Pedro a quien no agradaba su funesto programa (Mt 16,21-23). Al segundo intento los discípulos se habían inquietado momentáneamente, pero, después, la perspectiva de permanecer sin un jefe había tenido como efecto el desencadenamiento de un litigio sobre la común aspiración de todo el grupo: "¿Quién es más grande en el reino de Dios?" (Mt 18,1).
Esta tercera vez, la declaración de Jesús sobre la ya cercana muerte y resurrección es interrumpida por la inoportuna acción de una mujer: "Entonces se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos para rendirle homenaje y pedirle algo".
El evangelista subraya el gesto de la mujer que se inclina delante de Jesús, pero en realidad el bajarse en gesto de humildad esconde el deseo de elevarse por encima de los otros. De hecho la imperativa demanda de la mujer es: "Dispón que cuando tú reines, estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".
Con esta demanda la madre, y con ella los hijos demuestran ser completamente sordos a cuanto ha sido anunciado por Jesús, porque están cegados por sus sueños de gloria ("Por mucho que oigáis no entenderéis", Mt 13,14).
Sentarse a la derecha e izquierda de alguien significa tener el mismo poder (1 Re 2,19). La mujer del Zebedeo, deseosa de una carrera ascendente para sus propios hijos, ordena a Jesús proceder rápidamente al nombramiento de Santiago y Juan como "primeros ministros" de su reino.
Comentando esta escena, Jerónimo liquida la intervención de la madre de los hijos de Zebedeo como "causada por la impaciencia típicamente femenina... un error de mujer dictado por el amor materno" (III,21).
Qué cosa no haría una madre con tal de ver colocados a sus propios hijos.
Pero la madre no sabe que está empujando a la ruina a sus hijos y dividiendo al grupo de los discípulos.
En lugar de responder a la mujer, Jesús se vuelve directamente a los discípulos y les pregunta si también ellos están de acuerdo con la petición de su madre, si son conscientes de las crecientes dificultades que habrán de afrontar para permanecer a su lado y que se concretarán en la condena a muerte.
El diálogo se desenvuelve en un plano equívoco. Mientras que para los discípulos "sentarse a la derecha e izquierda" de Jesús significa asegurarse los primeros puestos en palacio, para Jesús se trata de ser capaces de afrontar el deshonor y la muerte infamante: "¿Sois capaces de pasar el trago que voy a pasar yo?".
Los dos presuntuosos discípulos, dispuestos a todo con tal de conseguir el poder, no tienen ninguna duda y responden descaradamente: "Podemos".
Cuestión de tiempo.
Un par de días después, durante la cena con Jesús, afirmarán heroicamente estar preparados para morir con él (Mt 26,35), pero de pronto, después de la cena, en Getsemaní, cuando finalmente se encuentren de cara al "cáliz" que hay que beber, se revelarán pusilánimes, fuertes solamente en su torpeza.
A la petición de Jesús de estar cerca de él en aquellos terribles instantes que precederán al arresto del hijo de Dios "con machetes y palos, como si fuera un bandido" (Mt 26,55), responderán durmiéndose profundamente, prontos, sin embargo, a despertarse de golpe al primer atisbo de peligro para su integridad física y a huir como conejos: "Todos los discípulos lo abandonaron y huyeron" (Mt 26,56).
"El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga", había dicho Jesús (Mt 16,24); pero en el patíbulo, a derecha e izquierda, no estarán los dos discípulos, sino "dos ladrones" (Mt 27,38). Mientras tanto el resultado inmediato de la recomendación de la madre de los discípulos es la enésima disputa en el interior del grupo de los seguidores de Jesús, que "se indignaron contra los dos hermanos" no ciertamente por sus pretensiones, sino por haberse adelantado con engaño en la carrera sin exclusión de zancadillas para ocupar los puestos más importantes (Mt 18,1).
Todos los discípulos están convencidos de seguir a un Mesías victorioso por el camino del triunfo. Y Jesús, con paciencia verdaderamente divina, intenta una vez más hacerles comprender quién es y qué quiere hacer, y que su reino no tiene nada que ver con lo imaginado y esperado por ellos.
Su idea de un reino basado en el poder y el dominio, no sólo les separa del reino anunciado por Jesús, sino que los vuelve en todo semejantes a los paganos, donde "los jefes de las naciones las dominan y los grandes les imponen su autoridad".
A continuación Jesús advierte a los discípulos que so comunidad no deberá imitar la estructura del poder existente en la sociedad: "No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande sea servidor vuestro y el que quiera ser primero sea siervo vuestro".
Jesús había enseñado a los suyos que "le basta al discípulo con ser como su maestro" (Mt 10,25), y ahora les pide aprender de él, que "no ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos" (Mt 20,28).
A la petición de la madre de Santiago y Juan, y al sucesivo encuentro con el resto del grupo, el evangelista hace seguir un episodio muy importante,la última curación realizada por Jesús, última ocasión para recibir de él la vida antes de que sea matado.
La escena que sigue a la petición de los dos discípulos tiene por protagonista a dos ciegos, personajes en los que el evangelista representa la ceguera de Santiago y Juan, discípulos que, tentados por la ambición del poder, no llegan a "ver" la voluntad de Dios en el itinerario de Jesús.
Mientras Jesús se ha presentado a sí mism como uno que saldrá al paso de calumnias y persecuciones, y ha invitado a sus discípulos a afrontar valientemente el desprecio de la sociedad ("si al cabeza de familia le han puesto de mote Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa!", Mt 10,25), estos ciegos son figura de los discípulos, incapaces de ver porque, en lugar de seguir al Mesías despreciao "en su tierra y en su casa" (Mt 13,57), siguen sus sueños de gloria.
Para facilitar la identificación de los dos ambiciosos discípulos con los dos ciegos, el evangelista, con un artificio literario, hace desaparecer del relato a todos los discípulos dejando en escena únicamente a los ciegos y la multitud. Después coloca toda una serie de términos que permiten al lector identificar en los dos ciegos de Jericó a los hijoz de Zebedeo.
Santiago y Juan habían pedido estar sentados a la derecha y a la izquierda de Jesús en su reino. Los dos ciegos son presentados sentados, pero "junto al camino", expresión que en el evangelio de Mateo se encuentra únicamente en la parábola del sembrador (Mt 13,1-23).
Como "una semilla sembrada junto al camino", la enseñanza de Jesús se ha perdido a causa de la ambición y el deseo de poder ("el Malo"): "Siempre que uno escucha el mensaje del Reino y no lo entiende, viene el Malo y se lleva lo sembrado en su corazón" (Mt 13,19).
A través de estas imágenes, el evangelista quiere significar que cuantos están dominados por la ambición y el poder son completamente refractarios a la simiente-mensaje de Jesús, igual que los dos discípulos que, mientras Jesús habla de muerte, persiguen ideales de grandeza: "Por mucho que véais no percibiréis" (Mt 13,14).
Los dos ciegos, oyendo que pasaba Jesús, se pusieron a gritar: "¡Señor, ten piedad de nosotros, hijo de David!".
En esta invocación está la causa de la ceguera. Los dos ciegos, como los dos discípulos, reconocen en Jesús al Señor, pero entendido como "hijo de David".
El "hijo" en la cultura hebrea es aquél que se asemeja al padre en el comportamiento.
Los discípulos están ciegos, porque piensan que Jesús es "hijo de David", esto es, que se comporta como el gran rey de Israel que unificó todas las tribus y dio gran expansión al reino, y que asignó a sus más íntimos amigos los puestos más importantes (2 Sam 8,15-18).
Pero Jesús es el "hijo de Dios vivo" (Mt 16,16, no el "hijo de David", Mt 22,41-45).
En el programa de Jesús hay un reino, pero el de Dios, no el de Israel.
También Jesús ensanchará los confines del reino, pero dando la vida y no quitándola a los otros, como el sanguinario David, que "no dejaba con vida hombre ni mujer (1 Sm 27,9).
Si a David no se le permitirá construir el templo a Dios, porque sus manos "han derramado mucha sangre" (1 Cr 22,8), Jesús, fuente de vida, con su sangre, será el verdadero templo de Dios (Jn 2,19-21).
Jesús se vuelve a los dos ciegos con la misma pregunta formulada a la madre de sus discípulos (¿Qué quieres?): "¿Qué queréis que haga por vosotros?".
Los dos ciegos/discípulos piden a Jesús poder recuperar la vista, y Jesús, enviado de Dios "para abrir los ojos a los ciegos" (Is 42,6), "les tocó los ojos y al momento recuperaron la vista".
Los discípulos parecen ahora capaces de seguir a Jesús y no solamente de acompañarlo... pero la curación obrada por Jesús se mostrará ineficaz y aquellos mismos ojos liberados volverán a las tinieblas; el seguimiento de Jesús se detendrá en Getsemaní "porque sus ojos no se les mantenían abiertos" (Mt 26,43).
Jesús había pedido a Santiago y a Juan (junto a Pedro) vigilar y orar para 2no ceder a la tentación" (Mt 26,41).
Los tres que aspiraban a ser "tenidos por columnas" de la comunidad (Gál 2,9), en lugar de vigilar se duermen; la tentación los ha vencido.