5/31/2013

EL TENTADOR DE JESÚS. Los dos montes.



El encuentro entre maestro y discípulo ha estado determinado por la incomprensión de la muerte de Jesús por parte de Simón. 

Para los discípulos la muerte es un signo de fracaso total y Jesús intenta mostrarles la condición del hombre que pasa por medio de la muerte. 

Para esto, seis días después de estos hechos, “se llevó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y subió con ellos a un monte alto y apartado. Allí se transfiguró delante de ellos. (Mt 17,1-2). 

Jesús toma consigo a Simón, que el evangelista presenta únicamente con el sobrenombre (Pedro), indicando así que el discípulo será una vez más un obstáculo para Jesús. 

La indicación de lugar (“un monte alto”) es semejante a aquella ya aparecida en el episodio de las tentaciones en el desierto: Satanás, el tentador, había transportado a Jesús a lo alto de “un monte altísimo» ofreciéndole “todos los reinos del mundo con su gloria, diciéndole: Te daré todo eso si te postras y me rindes homenaje” (Mt 4,8-9). 

Esta vez es Jesús quien toma consigo al tentador y lo conduce sobre un “monte alto», lugar de la manifestación divina, donde tiene una “metamorfosis”, durante la cual su rostro “brillaba como el sol» (Mt 17,1-2), expresión que indica la plenitud de la condición divina (Mt 13,43). 

Con estas imágenes el evangelista intenta mostrar en Jesús la condición del hombre que ha pasado por la muerte: ésta no sólo no disminuye la persona, sino que le permite manifestar su máximo esplendor. 

Jesús muestra que la verdadera gloria del hombre no se consigue por medio del poder, sino con el don total de la propia vida. 

Durante esta metamorfosis “se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él» (Mt 17,3). 

Moisés, el legislador, y Elías, el mayor profeta, representan las promesas del pasado que Dios había manifestado por medio de la Ley y los Profetas, de los que éstos son sus supremos representantes. 

También, en esta situación, Pedro continúa haciendo de tropiezo, comportándose "como los hombres» y no "como Dios» (Mt 16,23), persistiendo en el papel de tentador con relación a Jesús: -Intervino Pedro y le dijo a Jesús: “Señor, viene muy bien que estemos aquí nosotros; si quieres, hago aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (Mt 17,4). 

La suspirada espera del liberador de Israel había llevado a creer que el Mesías se manifestaría en una de las fiestas más populares, la “fiesta de las tiendas», durante la cual los hebreos habitaban siete días en tiendas en recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto. 

Pedro invita a Jesús a manifestarse en esta fiesta ("haré aquí tres tiendas”) saliendo así al encuentro de las esperanzas del pueblo. 

De los tres personajes, Pedro no coloca a Jesús en el centro, el puesto más importante, sino a Moisés (“una para ti, otra para Moisés y otra para Elías-), Según Pedro, Jesús debe manifestarse como el Mesías esperado y, por esto, debe acomodarse a la Ley, proclamada por medio de Moisés e impuesta con el violento celo religioso del profeta Elías. 

«Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y dijo una voz desde la nube: “Éste es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadlo” (Mt 17,5). 

La intervención divina interrumpe bruscamente a Pedro "mientras estaba hablando». 

Dios confirma lo anunciado en el momento del bautismo de Jesús: Él es “el Hijo amado» (Mt 3,17), expresión hebrea con la cual se indica al hijo único, aquél al que «nombró heredero de todo .. (Heb 1,2).
El imperativo dado por Dios (“Escuchadlo”) no admite excepciones: es a Jesús a quien hay que escuchar y no a Moisés o a Elías. 

Pero Pedro no escuchará al Señor y continuará siendo su satanás. 

Al término de la última cena, Jesús advierte a sus discípulos que, por el momento, ninguno de ellos será capaz de seguirlo. 

Pedro no sólo no desmiente a Jesús ("aunque tenga que morir contigo, jamás renegaré de ti”), sino que persiste en el papel de Satanás divisor, arrastrando a los otros discípulos a su protesta (“Y los demás discípulos dijeron lo mismo», Mt 26,35).

La última vez que Simón Pedro aparece en el evangelio de Mateos es para Constatar su propia traición.
Si todos los discípulos huyeron y abandonaron a Jesús a su destino, Pedro ha sido el único en renegar completamente de su maestro recurriendo incluso a juramentos e imprecaciones (“Entonces Pedro se puso a echar maldiciones y a jurar», Mt 26,74). 

Y, con la traición, Simón Pedro sale definitivamente de la escena evangélica y no reaparecerá más: “Y saliendo fuera, lloró amargamente» (Mt 26,75),Pedro llora desesperado, como llora quien ha perdido toda esperanza, viendo naufragadas todas sus expectativas. 

Mientras en el evangelio de Mateo es ésta la última dramática vez en la que Simón Pedro aparece, el evangelio de Marcos se cierra con una ulterior posibilidad ofrecida al discípulo traidor.

A las mujeres que fueron al sepulcro para “embalsamar el cuerpo de Jesús” (Mc 16,1) se les confirma que Cristo ha resucitadoEste anuncio debe ser comunicado a los discípulos del Señor, pero de modo especial a Pedro (“Decid a sus discípulos y, en particular, a Pedro: “Va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os había dicho”, Mc 16,8).

Si Pedro ha renegado de Jesús, el Señor le permanece fiel. 

El discípulo es invitado a recorrer de nuevo las etapas de su llamada, partiendo de Galilea donde, por primera vez, había encontrado a Jesús que lo había llamado a ser “pescador de hombres. (Mc 1,17). 

Como entonces había dejado las redes y seguido a Jesús, así ahora debe librarse de las redes del miedo y del remordimiento, en las que ha quedado atrapado y, finalmente, seguir a su Señor.

EL TENTADOR DE JESÚS. Pedro.



Jesús había invitado a Simón Pedro a ser pescador de hombres (Mt 4,19) y, sin embargo, Pedro ha sido el único discípulo en ser pescado por el Señor, el único al que Jesús ha debido repetir el reproche: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” (Mt 8,26; 14,31). 

La reprensión de Jesús se debe no tanto al fallido intento de Pedro de caminar sobre el agua, cuanto a haber puesto en duda su identidad divina. 

El Señor había tranquilizado a los discípulos que, viéndolo caminar sobre el mar, creían ver un fantasma: “¡Ánimo, soy yo!” 

A pesar de que Jesús se había dado a conocer a los discípulos como el Dios de Israel (“Yo soy”, Éx 3,14), Pedro no se fía y se vuelve al Señor con una expresión de desconfianza (“Señor, si eres tú”, (Mt 14,28), semejante a la pronunciada por el diablo en el desierto (“Si eres Hijo de Dios”, (Mt 4,3.6). 

Mediante este recurso literario el evangelista lleva a identificar en Simón al tentador de Jesús. De hecho, Pedro es la única persona a quien Jesús llama “Satanás” (Mt 16,23) porque, como el diablo, trata de desviarlo de sus planes. 

La única vez que, en el evangelio de Mateo, Simón Pedro es representado de modo positivo, lo es solamente por breves instantes y ni siquiera por mérito propio, sino de Dios que lo ha inspirado. 

Dado que sobre la identidad de Jesús hay una confusión muy grande (hay quien lo toma por Juan el Bautista, quien por el profeta Elías o Jeremías), el Señor quiere saber si, al menos, sus discípulos tienen las ideas claras. Simón Pedro diciendo: “Tu eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16,16) responde por todos. 

Jesús había sido ya reconocido por los discípulos como “Hijo de Dios» (Mt 14,33); ahora Simón Pedro añade que la característica de este Dios es ser el”vivo”, el Dios que comunica vida. 

Jesús, incluso apreciando la respuesta del discípulo, capaz de estar en sintonía con Dios (“eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo», (Mt 16,17), se vuelve a Simón llamándolo -hijo de Jonás- (Mt 16,17). 

Jonás es el único profeta que había hecho lo contrario de lo que Dios le había pedido. 

Enviado por Dios a predicar la conversión a la ciudad pagana de Nínive, Jonás tomó la dirección opuesta: “Se levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor» (Gn 1,3). 

Definiendo a Simón “hi]o de Jonás”, Jesús describe el itinerario de este discípulo: testarudo como Jonás, irá contra la voluntad de su Señor, pero al fin, como el profeta, se convertirá. 

Por esto, no obstante los límites de Simón Pedro, Jesús lo declara idóneo para la construcción de su comunidad: "Ahora yo te digo: “Tú eres Piedra, y sobre esa roca vaya edificar mi comunidad” (Mt 16,18).
En su respuesta Jesús utiliza para Simón el término griego que indica una piedra que puede ser usada para la construcción.

La traducción latina de esta perícopa “.Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam”) llegó a identificar los términos “pedro” y “piedra” como género masculino y femenino del mismo nombre. En el texto griego el término petros, usado por Simón es nombre común con el que se indica una piedra que se puede recoger o lanzar (2 Mac 1,16; 4,41) y puede utilizarse para la construcción de una casa. La iglesia de Jesús se edifica sobre la Piedra que significa la roca sólida sobre la cual se puede construir con seguridad (“Todo aquél que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca» [en griego, petrarú, (Mt 7,24). 

La Iglesia de Jesús será edificada sobre la roca que es el Señor mismo (“Esta roca era Cristo», 1 Cor 10,4).
Todos aquellos que, como Simón Pedro, reconocen en Jesús “el Hijo del Dios vivo” son las “piedras vivas» (1 Pe 2,5) con las que se edifica la comunidad cristiana. 

Ahora que los discípulos han comprendido finalmente la identidad de su maestro, “Jesús empezó a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, padecer mucho a manos de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día» (Mt 16,21). 

Jesús anuncia que su subida a Jerusalén no será en plan de triunfo, como ellos había esperado, sino de fracaso. 

Su muerte será obra del sanedrín, máximo órgano jurídico y religioso de Israel, compuesto por “los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas». 

Al oír esto, Simón, declarado hacía poco "dichoso» por el Señor, porque estaba inspirado por el Padre, reacciona contra Jesús como un “Satanás”.

Como el profeta Jonás no estaba de acuerdo con los proyectos de su Dios, así Pedro comienza una oposición a su Señor que culminará en la traición: “Pedro lo tomó aparte y empezó a increparlo”. '¡Líbrete Dios, Señor! ¡No te pasará a ti eso!'. (Mt 16,22). 

Habiendo reconocido en Jesús al -Hijo del Dios vivo», Pedro no comprende y no acepta que, para transmitir la vida, el Mesías deba encontrar la muerte. 

Pedro increpa a Jesús como el Señor increpa a los demonios (Mt 17,18), porque para él el itinerario de Jesús no es el de Dios. 

“Pero Jesús, se volvió y dijo a Pedro: ¡Vete! ¡Quítate de en medio, Satanás! Eres un tropiezo para mí, porque tu idea no es la de Dios, sino la humana» (Mt 16,23). 

Jesús reacciona contra Pedro con las mismas palabras usadas con el tentador en el desierto: “vete, Satanás” (Mt 4,10), porque Pedro se muestra como el adversario, contrario al plan de Dios. 

De piedra apta para la construcción de la comunidad, Pedro se convierte en piedra de escándalo (palabra griega con la que se indica una piedra que hace tropezar). Pero si Jesús demuestra hacia Satanás un rechazo total (“¡Vete!»), a Simón Pedro le ofrece una ulterior posibilidad y, por esto, añade: “Ponte detrás de mí”, invitando al discípulo a ocupar el puesto que le toca: es él quien debe seguir a Jesús y no al contrario. 

Jesús renueva a Simón la propuesta que le hizo cuando, junto al hermano Andrés, lo invitó a seguirlo: “Veníos en pos de mí» (Mt 4,19). 

Simón re emprende el seguimiento de Jesús, pero continuando en su papel de tentador del Mesías.

SIMÓN CABEZADURA. La espada de Jesús.




La última vez que, en el evangelio de Juan, es mencionado Simón con el sobrenombre de “Pedro .. será también la última en la que se portará de modo opuesto a la demanda de Jesús. 

Escribe el evangelista que “era la tercera vez que se manifestó Jesús a los discípulos después de levantarse de la muerte” (Jn 21,14). 

Entre Jesús y Simón queda una cuenta pendiente que ahora el Señor quiere normalizar. 

“Cuando acabaron de almorzar, le preguntó Jesús a Simón Pedro: -Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” (Jn 21,15). 

Simón no esperaba estas palabras. 

Jesús recuerda a Simón que es el “hijo de Juan»: había tratado de ser discípulo de Jesús, pero, por dentro, había seguido siendo discípulo del Bautista. 

Y Jesús le pregunta si lo ama más que los otros discípulos. 

Simón no puede responder que lo ama más que los otros, porque ha sido el único en negarlo. 

Jesús le ha preguntado si lo “ama” y Simón Pedro, recurriendo una vez más a su astucia, responde descaradamente: “Señor, sí, tú sabes que te quiero» (Jn 21,16). 

Mientras que Jesús le ha preguntado al discípulo si tiene un amor capaz de hacerse don gratuito, él ha respondido que lo quiere, un afecto que denota amistad. 

De cualquier modo, Jesús acepta la respuesta del discípulo y lo invita a procurar vida a los otros: “Apacienta mis corderos» (In 21,15). 

Pero Pedro no ha respondido a Jesús y el Señor vuelve a la carga una segunda vez repitiendo la pregunta: “Le preguntó de nuevo por segunda vez: “Simón de Juan, ¿me amas?” (Jn 21,16). 

Esta vez Jesús ha evitado todo parangón con los otros discípulos y se ha limitado a preguntar a Simón si lo «ama». 

Pedro no comprende a dónde quiere llegar Jesús y así le repite por segunda vez que lo .. quiere» (Jn 21,16).
Y el evangelista, recordando las tres veces que Pedro ha renegado de Jesús, escribe: “La tercera vez le preguntó: “Simón de Juan, ¿me quieres?” (Jn 21,17). 

Por dos veces ha preguntado Jesús a Simón si lo ama y otras tantas Pedro ha respondido que lo “quiere”. Esta tercera y última vez Jesús le pregunta si lo “quiere”. 

Todo se le derrumba.

“Pedro se puso triste, porque la tercera vez le había preguntado: “¿Me quieres?”, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero» (Jn 21,17). 

El discípulo que presumía de conocerse mejor que su maestro, finalmente admite que Jesús lo conoce todo.
La palabra del Señor “viva y enérgica, más tajante que una espada de dos filos» golpea a Pedro, quien comprende que -no hay criatura que escape a la mirada de Dios» (Heb 4,12.13). 

Jesús quebranta los sueños de gloria de Pedro y le anuncia que tendrá su mismo fin  ““extenderás los brazos”), Solamente después de haberle indicado “con qué clase de muerte iba a manifestar la gloria de Dios», lo invita finalmente a seguirlo: “y dicho esto añadió: Sígueme” (Jn 21,18-19). 

Este final jovial parece haber puesto término al duro pulso entre maestro y discípulo. 

Pero la testarudez de Pedro se resiste a desaparecer. Jesús le acaba de decir a Simón: “Sígueme”, y ¿qué hace él? “Pedro, al volverse ...• (Jn 21,20). Incapaz de seguir a Jesús, Simón Pedro se vuelve y ve «que lo seguía aquél discípulo a quien Jesús amaba” (Jn 21,20). 

Pedro, el discípulo que había errado todo desde el primer momento, quiere ahora seguir como seguro guía espiritual “al discípulo que Jesús amaba”, aquél que le estuvo siempre cercano, en la cena, pero también en la cruz y que fue el primero que lo reconoció resucitado.

Pero Jesús no acepta ningún tipo de mediación entre sí y los discípulos, y renueva la invitación a Simón: “Tú sígueme”, (Jn21,22).

Jesús es el único a quien hay que seguir, porque sólo él conduce al Padre.

Cualquier mediador entre Jesús y los hombres, por muy santo que sea, no haría otra cosa que obstaculizar la plena comunicación entre el Señor y los suyos.

SIMÓN CABEZADURA. La espada de Pedro.



La primera vez que Simón es nombrado por el evangelista con el sobrenombre de “Pedro” tiene lugar durante la última cena, cuando Jesús lava los pies a los discípulos. 

En esta acción Jesús choca con un claro rechazo por parte de Simón: “Le dijo Pedro: No me lavarás los pies jamás” (Jn 13,8). 

Lavar los pies era una obligación de los inferiores con relación a sus patronos, del esclavo hacia su señor, de la mujer hacia su marido, de los hijos hacia sus padres y de los discípulos hacia su maestro. 

Simón se opone, porque ha comprendido perfectamente el significado del gesto de Jesús, “el Maestro” (Jn 13,14) que, en lugar de hacerse lavar los pies por los discípulos, se hace siervo y le lava los pies. 

Pedro ha comprendido que Jesús, lavando los pies a los discípulos, no está dando una lección de humildad, sino demostrando su verdadera grandeza que consiste en servir a los otros. 

Simón, que ambiciona el papel de líder del grupo, rechaza el servicio de Jesús, porque sabe que, si lo acepta, también él deberá hacer lo mismo para con los otros discípulos (“Os dejo un ejemplo para que igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también entre vosotros”, (Jn 13,15). 

Pedro no permite que Jesús se abaje, porque él mismo no está dispuesto a abajarse y frente a la amenaza de Jesús.

(“Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo», Jn 13,8) juega la carta del rito purificador semejante al que los judíos hacían por Pascua: “Simón Pedro le dijo: “Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza» (Jn 13,9). Pedro quiere transformar la acción de Jesús en un rito, vaciando de significado el gesto de su maestro. 

Pero Jesús no cede. 

Para el Señor, la pureza no se consigue con un rito, sino por el servicio prestado a los otros. 

Al término de la cena, Simón vuelve a contradecir al Señor, que le había dicho hacía poco claramente: “Adonde me voy no eres capaz de seguirme ahora, pero, al fin, me seguirás” (Jn 13,36). 

Pedro, que se opone a Jesús y rechaza dejarse lavar los pies, porque no está dispuesto a servir a sus hermanos, no está en sintonía con el amor de Jesús y no puede seguirlo en el don total de sí mismo. 

Discípulo presuntuoso que cree conocerse mejor de lo que lo conoce Jesús: “Señor, ¿por qué no soy capaz de seguirte ya ahora? Daré mi vida por ti » (Jn 13,37). 

Simón no ha comprendido que Jesús no pide la vida a los hombres, sino que es él mismo quien la da a todos. No entiende que no se trata de dar la vida por Jesús, sino de darla con él a los hermanos. 

“Replicó Jesús: ¿qué vas a dar tu vida por mí? Pues sí, te lo aseguro: Antes que cante el gallo me habrás negado tres veces» (Jn 13,38). 

Que Simón no sea capaz de seguir a su maestro se ve claramente en el momento del prendimiento de Jesús cuando, una vez más, este discípulo será nombrado con el solo sobrenombre de “Pedro » (Jn 18,11). 

Durante la cena, Jesús había dicho a sus discípulos que el único distintivo de los discípulos era un amor como el suyo, capaz de hacerse don: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros» (Jn 13,35). 

En realidad, lo que distingue a Simón de los otros discípulos es ser el único que tiene armas y el único que reacciona con violencia en el prendimiento de Jesús: «Entonces, Simón Pedro, que llevaba un machete, lo sacó, agredió al siervo del sumo sacerdote y le cortó el lóbulo de la oreja derecha» (Jn 18,10). 

Su bravuconada no es aprobada por Jesús, que le ordena inmediatamente: “Mete el machete en su funda” .. (Jn18,11). 

Poco después, mientras el Señor, hecho cautivo, se encara con el sumo sacerdote, denunciando la injusticia cometida en contra suya, Simón se derrumba delante de un siervo: “¿No te he visto yo en el huerto Con él? De nuevo lo negó Pedro y, en seguida, cantó un gallo” (Jn 18,26-27). 

Jesús había enseñado y demostrado que el servicio hace libres a los hombres y que, quien no 10 acepta, sigue siendo siervo. 

Pedro, que no acepta el servicio, sigue siendo un siervo entre los siervos: “Estaba también Pedro con ellos, allí parado y calentándose” (Jn 18,18). 

Pedro, aparentemente libre, es, en realidad, prisionero de su miedo, mientras Jesús, atado, no ha perdido su libertad.