2/13/2012

ABREVIATURAS DE LOS TRATADOS DEL TALMUD.

M Misná.
Y Talmud de Jerusalén.
B Talmud de Babilonia.
B.B Baba Batra (daños).
B.M Baba Mezia (daños).
B.Q Baba Qamma (daños).
Ber. Berakot (bendiciones).
Kel. Kelim (cosas impuras).
Mek. Es.Mekhilta sobre el Éxodo.
P.Ab. Pirqe Aboth (sentencias de dotes).
Pea. Pea (límites).
Pes. Pesahim (pascua).
Qid. Qiddushim (matrimonio).
Sanh. Sanhedrin (tribunales).
Shab. Shabbat (Sábado.

GLOSARIO.

APÓCRIFO: Escrito considerado como no inspirado y, consiguientemente, no admitido en el canon o lista de libros sagrados.

ARAMEO: Lengua semítica, muy semejante al hebreo, hablada en Israel en tiempos de Jesús.

BAAL: (Señor). Propietario. Patrono. Marido. A veces indica el nombre de divinidades paganas.

DIEZMO: Décima parte de los productos de la tierra y de los animales que hay que ofrecer para el mantenimiento del templo.

ESCRIBA:Máxima autoridad judía en el campo legislativo y religioso.

FARISEOS: Grupo de laicos obsevantes de las mínimas prescripciones de la Ley, especialmente de los preceptos relativos a lo puro y lo impuro.

GEHENNA: (En hebreo: ge-hinnon), abreviación de ge-ben-himmon: valle del hijo de Hinnom): Valle al sur de Jerusalén donde se realizaban sacrificios humanos en honor al Dios Moloc; transformado en basurero en tiempos de Jesús.

JUDAÍSMO: Movimiento religioso originado después de la vuelta del destierro de Babilonia.

LXX: Traducción griega de la Biblia Hebrea.

MESÍAS: "Ungido" (del Señor). Cristo es la traducción griega.

RABBÍ: Título honorífico usado en Israel para designar a los estudiosos e intérpretes de la Biblia.

RABINO: Guía espiritual-jurídico de la comunidad hebrea.

SÁBADO: Día de descanso, de absoluta abstención del trabajo y culmen de la semana hebrea. El sábado comienza la tarde del viernes al despuntar la primera estrella y termina la tarde del sábado.

SINAGOGA: (Casa de la asamblea). Lugar de reunión y de oración de la comunidad hebrea.

TALMUD: (Estudio) Indica el conjunto de la Misná, más el comentario a la misma hecho por los rabinos. Es conocido como Talmud de Jerusalén (o palestinense) y Babilonio, según el lugar de formación.

YAHVÉ: Vocalización de YHWH, tetragrama sagrado del nombre de Dios, cuya exacta pronunciación se desconoce. En su lugar los hebreos leen Adonai (Señor mío).

CONCLUSIÓN. EL SANTO, EL PAPA Y EL EVANGELIO.

Hay dos personajes que, para bien o para mal, han influido ampliamente en la historia del cristianismo.
Uno se había enamorado de la buena noticia traída por Jesús hasta identificarse con ella.
El otro apenas ha sido tratado de refilón.
Uno llegó a santo, el otro a papa. El papa fue refractario al evangelio.
Hoy el santo es más actual que nuca y el papa es ignorado.
De hecho, mientras el humilde Juan, hijo de la señora Pica y Bernardone e Asís, conocido con el nombre e Francisco, está presente con su estilo de vida y con sus enseñanzas, ninguno se acuerda del belicoso Lotario, hijo de los condes de Segni, llegado a papa con el nombre de Inocencio III.
Los dos vivieron en la misma época y fueron hijos de la mentalidad y de la cultura de aquel tiempo.
Ambos leyeron el mismo evangelio y eligieron seguir a Jesús.
Pero los modos de manifestar este seguimiento son extremadamente diferentes.
Si todavía hoy se ora y se canta con las palabras de Francisco ("Alabado seas mi Señor..."), los escritos de Lotario, por suerte, se han olvidado.
Lotario escribió cuando todavía era cardenal El desprecio del mundo, libro que durante casi seis siglos fue un bestseller y formó, o mejor deformó, la espiritualidad cristiana. Francisco escribió sólo unas pocas, pero incisivas líneas todavía válidas.
Lotario, confundiendo su tétrico pesimismo con santas inspiraciones, escribió:
"El hombre es concebido de la sangre putrefacta por el ardor de la lujuria, y se puede decir que ya están junto a su cadáver los gusanos funestos. De vivo engendró lombrices y piojos, de muerto engendrará gusanos y moscas; de vivo ha creado estiércol y vómito, de muerto producirá pudredumbre y hedor; de vivo ha cebado a un solo hombre, de muerto cebará gusanos sin número... Felices aquellos que mueren antes de nacer y que antes de conocer la vida han probado la muerte... mientras vivimos morimos continuamente y dejaremos de ser muertos cuando acabemos de vivir, porque la vida mortal no es otra cosa que una muerte viviente.." (De cont. mundi. 3,4).
Según Lotario, cuando Jesús resucita a Lázaro llora "no porque Lázaro había muerto, sino más bien porque lo llamaba de la muerte a la miseria de la vida" (1,25).
Si para Lotario todo es horrible y fuente de llantos, para Francisco todo es bello y fuente de bendición: "Alabado seas mi Señor con todas tus criaturas... Tu eres santo, Señor Dios único, que haces cosas estupendas... Tú eres belleza..." (Cántico de las Criaturas y Alabanzas de Dios Altísimo).
Frente a los problemas de la época ambos respondieron con soluciones diferentes.
El Papa Inocencio III es el papa más poderoso del medievo, aquél que llevará hasta el culmen la concepción de la realeza papal, y el estado de la Iglesia a su máxima extensión.
Es él quien sueña que la Iglesia está a punto de derrumbarse, pero ésta será salvada por el hermano Francisco: "Ve, repara mi casa que, como ves, está toda en ruinas".
El papa pensó salvar la Iglesia anunciando la cuarta cruzada contra los sarracenos y convocó incluso un concilio (Lateranense IV) para definir aproximadamente unos setenta modos de hacer la "guerra santa" o bien cómo matar a los infieles del modo más eficaz (y nunca se mata con tanto gusto como cuando se asesina en nombre de Dios).
Francisco fue desarmado al sultán y se hizo su amigo.
Inocencio, hombre belicoso y violento, dio comienzo a la primera forma de Inquisición (la episcopal) y quemó en la hoguera a cuantos en la Iglesia no estaban de acuerdo con él. Tétrico en vida, su fin fue macabro.
Murió cuando estaba a punto de subir en su caballo con la espada en la mano para combatir a los enemigos y su cadáver, abandonado de todos y en avanzado estado de descomposición, fue despojado y robado por los ladrones en la catedral de Perugia.
Francisco, al acercarse la muerte, se hizo desvestir y poner desnudo en tierra y murió cantando un himno de alabanza, rodeado del amor de sus hermanos.
Un único Señor, un solo evangelio, dos respuestas diferentes, un solo santo.

SACERDOTES DEL DIOS "MAMMÓN"

Mientras las mujeres van a llevar un anuncio de vida, también los guardias llevan un mensaje, pero de muerte: las mujeres van a los discípulos, que ahora por primera vez Jesús llama sus "hermanos", por cuanto "cumplen la voluntad del Padre" (Mt 12,50); los guardias van a sus enemigos, aquellos que cumplen los deseos de su padre, el diablo, "homicida desde el principio" (Jn 8,44).
"Los sumos sacerdotes se reunieron con los senadores, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una suma considerable, encargándoles: "Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo calmaremos y os sacaremos de apuros".
Aquéllos, tomada la considerable suma de dinero, "siguieron las instrucciones. Por eso corre esta versión entre los judíos hasta el día de hoy".
Los guardias eran romanos al servicio del gobernador. Eran los dominadores de Palestina: y sin embargo los conquistadores fueron conquistados por la "suma considerable".
Dispuestos a traicionar al gobernador, a jurar en falso, los guardias, con tal de embolsarse unas pocas monedas, son en realidad mercenarios prontos a venderse a quien más ofrezca.
El episodio de los guardias comprados se narra solamente en el evangelio de Mateo, donde el dinero aparece siempre con una luz siniestra y como instrumento de muerte de parte del rival de Dios, Mammón, el dios-lucro.
Con el dinero los sumos sacerdotes se habían apoderado de Jesús, traicionado y vendido por Judas, y con el dinero ahora intentan impedir el anuncio de la resurrección.
Jesús había dicho que no era "posible servir a Dios y a Mammón".
Si de cara a esta alternativa "los fariseos, que eran amigos del dinero, se burlaban de él" (Lc 16,13-14), los sumos sacerdotes habían elegido sin duda a qué dios servir.
Ellos son sacerdotes de Mammón, el dios falso que oprime y comunica muerte.
Quien tiene por dios el dinero no puede ser testigo de la resurrección, sino sólo su negador.
Judas, por dinero, ha traicionado a su maestro, pero los sumos sacerdotes con el dinero han traicionado a Dios.
Los sumos sacerdotes y fariseos esconden la verdad para mantener sus propios privilegios, definen a Jesús "un embustero" y a la resurrección como "una impostura" (Mt 27,63-64), incurriendo en lo que se define en los evangelios como "calumnia contra el Espíritu" (Mt 12,31-32).
El sanedrín, que se había reunido ya para dar muerte a Jesús (Mt 26,3.59; 27,1.7.62), lo hace ahora para impedir la noticia de la resurrección.
Y el evangelio de Mateo se cierra con el pretendido contraste entre "enseñanzas": mientras las últimas palabras de las autoridades religiosas son las instrucciones dadas a los guardias para ocultar la vida del resucitado, la última enseñanza de Jesús a sus discípulos se dirige a comunicar vida indestructible a la humanidad entera: "Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos para vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo" (Mt 28,19).

2/08/2012

EL MUERTO ESTÁ VIVO, LOS VIVOS, MUERTOS.

El ángel corre la piedra del sepulcro, que separaba definitivamente el mundo de los muertos del de los vivos, y se sienta sobre ella, con la posición típica del vencedor (Ap 2,21): con la resurrección de Jesús la muerte ha sido definitivamente vencida.
La irrupción de la vida se convierte, sin embargo, en una experiencia funesta para cuantos son guardianes de la muerte: en lugar de ser vivificadados por la manifestación del Dios de la vida, los guardias se vuelven "como muertos".
No teniendo vida en sí, no sólo no consiguen percibirla cuando ésta se manifiesta, sino que se introducen aún más "en tinieblas y en sombras de muerte" (Lc 1,79).
Ellos se autoexcluyen del anuncio del ángel que, ignorando a los guardias que han tenido miedo de la aparición hasta el punto de desfallecer, anima solamente a las dos mujeres: "No tengáis miedo. Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado; no está aquí, ha resucitado, cmo tenía dicho".
Y les encarga ir a decir a los discípulos que Jesús, resucitado de los muertos, los preceerá en Galilea; allí lo verán.
Una vez comprendido que no se puede buscar entre los muertos al que vive (Lc 24,5), las dos mujeres abandonan rápidamente el sepulcro, y conforme se alejan de la tumba, su temor se desvanece, sustituido por una gran alegría que es confirmada por el encuentro con Jesús.
La fe de las discípulas en la resurrección no sebasa en la visión de un sepulcro vacío, que había sido también visto por los guardias, sino en la experiencia de Jesús vivo y vivificante que se les acerca y las saluda diciendo: "Alegraos". Esta expresión, que aparece solamente dos veces en el Evangelio de Mateo, es la misma que se utiliza al final de las bienaventuranzas: "Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido" (Mt 5,12).
La primera palabra pronunciada por Jesús resucitado está unida a la recompensa por la fidelidad a las bienaventuranzas incluso en la persecución. Esta "recompensa" es una vida capaz de superar a la muerte, ahora visible en Jesús, que confirma a las mujeres cuanto les había anunciado el ángel: los discípulos si quieren verlo deben subir a Galilea.
La necesidad de ir a Galilea, que en el relato de la resurrección aparece tres veces para subrayar la importancia del encuentro en esta región, no es comprensible desde el punto de vista histórico.
La incongruencia es que, mientras Jesús está muerto, es sepultado y resucita en el sur, en Judea, en Jerusalén, y los discípulos están en aquella ciudad, se les dice que si quieren verlo deben subir al norte, a Galilea: ¿por qué recorrer más de cien kilómetros y aplazar por tanto al menos tres o cuatro días el importante encuentro con Jesús resucitado?
En los evangelios de Lucas y de Juan, Jesús se aparece a sus discípulos en Jerusalén el mismo día de la resurrección:"Aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: Paz con vosotros" (Jn 20,19; Lc 24,36).
El evangelio de Marcos contiene la cita en Galilea como en mateo (Mc 16,7), pero luego el último redactor, añadiendo los episodios de las apariciones, escribe que Jesús el mismo día de la resurrección "se apareció a los Once, estando ellos a la mesa" (Mc 16,14).
Mateo es ciertamente el único evangelista que condiciona la aparición de Jesús resucitado a Galilea (Mt 26,32), indicación que no guarda relación con un itinerario geográfico, sino con un camino de fe.
Como las mujeres han encontrado a Jesús solamente después de haberse alejado del sepulcro, así los discípulos comprenden que, si quieren ver al Señor, deben abandonar Jerusalén, ciudad de muerte "que mata a los profetas y apedrea a cuantos Dios sigue enviándoles" (Mt 23,37), ciudad donde, según Mateo, Jesús resucitado no se aparecerá nunca.
Por esto los once discípulos suben a Galilea, y a pesar de que Jesús no había especificado el lugar preciso para el encuentro, van "al monte que Jesús les había indicado" (Mt 28,16).
Ni el "monte" (sin nombre), ni tampoco Galilea, indican un punto topográfico, sino teológico. El único monte de Galilea que aparece en el evangelio de Mateo es el lugar donde Jesús anunció con las bienaventuranzas el programa del reino de Dios.
El evangelista quiere hacer comprender que, si se quiere encontrar a Jesús resucitado, es necesario situarse en el ámbito de las bienaventuranzas y practicarlas (Mt 5,1-10).
Experimentar a Jesús resucitado no es un privilegio concedido hace dos mil años a una decena de privilegiados, sino una posibilidad ofrecida a los creyentes de todos los tiempos: la visión de Dios no es un premio reservado para el futuro, sino una constante, cotidiana experiencia en el presente para los "limpios de corazón", las personas límpidas y transparentes, proclamadas dichosas porque "verán", experimentarán a Dios de modo permanente en su existencia (Mt 5,8).
Los discípulos son once, está ausente Judas, el hombre a quien "más le valdría no haber nacido" (Mt 26,24).
El "monte" es el lugar de aquellos que, aceptando las bienaventuranzas, han elegido voluntariamente junto con la pobreza el compartir generosamente cuanto tienen y son. Judas no puede estar entre ellos. É, "ladrón" (Jn 12,6) es un adorador del dios Mammón, cuyo culto cruento pide continuamente sacrificios humanos.
Por treinta siclos de plata, el precio de un esclavo, Judas ha vendido a Jesús y a sí mismo (Mt 26,14-16; Éx 21,32).
Pero si Jesús, por dinero, ha encontrado la muerte física, Judas, el "hijo de la perdición" (Jn 17,12), por dinero, ha ido al encuentro de la aniquilación definitiva de su persona, engullido por la muerte eterna (Mt 19,28; 27,3-10).

SANEDRÍN Y SOBORNOS.

MT 28.

La tradición iconográfica de Pascua consagra la imagen de Jesús resucitado que sale victorioso del sepulcro con el estandarte de la cruz en mano, con alborozo de ángeles y terror de guardias.
Esta fantasiosa descripción, contenida en un apócrifo del siglo II (Evangelio de Pedro, 36-40), está ausente de los cuatro evangelios reconocidos como auténticos por la Iglesia.
Los evangelistas no describen el momento de la resurrección de Jesús, sino solamente lo acaecido después: si ninguno ha sido testigo de la resurrección, todos pueden serlo de Jesús resucitado.
En el evangelio de Mateo, son dos mujeres las protagonistas del encuentro con el resucitado, "María Magdalena y la otra María" (madre de Santiago y de José), ya presentadas como las que "habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo" y testigos de la crucifixión y sepultura (Mt 27,55-56).
Mientras las dos discípuloas están junto al sepulcro, "la tierra tembló violentamente, porque el ángel del Señor bajó del cielo y se acercó, corrió la losa y se sentó encima".
"El ángel del Señor", expresión con la que se indica la acción de Dios mismo cuando se comunica con la humanidad (Éx 3,2-6), ha aparecido ya al comienzo del evangelio de Mateo para anunciar la vida de Jesús y luego para defenderla de la trama homicida de Herodes (Mt 1,20-24; 2,13).
Esta tercera intervención suya tiende a confirmar que la vida, cuando procede de Dios, es indestructible.
El terremoto que acompaña su venida es uno de los signos que en el Antiguo Testamento precedían a la manifestación de Dios: en el libro del Éxodo está escrito que antes de que Yahvé descendiese sobre el Sinaí, "toda la montaña temblaba" (Éx 19,18).
También este terremoto precede a una revelación divina, como cuando Jesús expiró y "la tierra tembló" (Mt 27,51): en la muerte de Jesús se había revelado todo el amor de Dios, en la resurrección se manifiestan las consecuencias de su amor fiel.

LA CASA DEL LEPROSO.

La acción se desenvuelve en "Betania, en la casa de Simón, el leproso", cuando "faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos, y los sumos sacerdotes y los letrados andaban buscando cómo dar muerte a Jesús prendiéndolo a traición" (Mc 14,1).
Betania, situada frente a Jerusalén, es la aldea de la que Jesús salió para subir al templo y arrojar "a los que vendían y compraban" (Mc 11,12-15).
Mientras en Jerusalén, en el sanedrín, se decide el asesinato de Jesús, en Betania, en la casa de un leproso, considerado maldito por Dios, encuentra refugio el Dios con los hombres (es significativo que la etimología popular mantenga como significado de Betania "Casa de los pobres").
En la escena de Betania se describen tres reacciones diferentes a la decisión de matar a Jesús, tomada por las autoridades: la acción de la mujer representa a cuantos han elegido seguir hasta el límite a su maestro afrontando con él la cruz; la reacción indignada de los discípulos manifiesta la incomprensión por la muerte de Jesús, considerada "una pérdida", y la traición de Judas indica el abandono de Jesús por parte de cuantos miran sobre todo su propio interés.
"Estando él (Jesús) reclinado a la mesa... llegó una mujer". Esta mujer, cuyo gesto deberá ser dado a conocer al "mundo entero", es anónima (solamente en el evangelio de Juan la mujer es identificada como María, hermana de Lázaro, Jn 12,3): más allá de la realidad histórica, en este personaje el evangelista representa el modelo de adhesión a Jesús con el que todo lector puede identificarse.
La mujer, que tiene consigo "un frasco de perfume de nardo auténtico de mucho precio, quebró el frasco y se lo fue derramando en la cabeza".
En los evangelios cualquier detalle que de suyo no ayude a arrojar luz sobre el texto (que el perfume sea de nardo o de jazmín, ¿qué cambia?) tiene siempre un significado cargado de connotaciones teológicas. En esta acción, la única del evangelio en que Jesús pide que se divulgue por todos sitios, el evangelista cuida los detalles enriqueciéndolos de significado.
El perfume es símbolo de vida que se opone al hedor de la muerte (mientras Lázaro, muerto, yace en el sepulcro "despide mal olor"), pero después, en el banquete al que asiste resucitado, "toda la casa se llena de la fragancia del perfume" (Jn 11,39; 12,2-3).
Pero el perfume es también símbolo del amor, y para evidenciar este significado el evangelista especifica que es de nardo.
Este preciosísimo ungüento, extraído de las racíes de una planta típica de la India es hata tal punto costoso que era con frecuencia falsificado (Plinio, Hist. nat. 12,72); en toda la Biblia aparece únicamente en el Cantar de los Cantares para expresar el amor de la esposa para con el esposo: "Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo despedía su perfume" (Cant 1,12; 4,13.14).
Marcos, que reconoce en Jesús abiertamente al Esposo (Mc 2,19), simboliza en la mujer anónima la comunidad-esposa y presenta la relación de amor entre Jesús y cuantos lo siguen con la imagen, querida por los profetas, de la relación nupcial entre Dios y su pueblo (Os 2).
El evangelista, para precisar que este nardo es "genuino", utiliza un término que significa "auténtico" referido a cosas, y "fiel" cuando se atribuye a personas.
Este recurso literario sirve a Marcos para representar con la imagen del perfume genuino el amor fiel de la mujer.
Finalmente se subraya que este perfume de "gran valor", es valorado por los escandalizados comensales "en más de trescientos denarios".
Teniendo en cuenta que el salario medio de un obrero era de un denario al día (Mt 20,2), el valor del perfume corresponde a casi un año de salario.
El "gran valor" de este perfume, expresión del amor auténtico, es una ulterior alusión al Cantar de los Cantares; "Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable" (Cant 8,7).
Mientras Judas piensa ganar algo traicionando al amor, la mujer demuestra a Jesús un amor que no tiene precio, porque el amor, el auténtico, no calcula, "no busca su interés" (1 Cor 13,5).
También la acción de romper el vaso y derramar el ungüento sobre la cabeza de Jesús es rica en significado simbólico. El amor no puede ser verdadero si no se hace don, y en el gesto de quebrar el vaso la mujer intenta expresar la ofrenda de su vida, como hará Jesús (Mc 10,45).
Marcos precisa además que el ungüento es derramado por la mujer sobre la cabeza de Jesús.
El evangelista equipara la acción de la mujer a la de los profetas encargados de ungir al rey de Israel: "Coge la aceitera y derrámasela sobre la cabeza, diciendo: "Así dice el Señor: Te unjo rey de Israel" (2 Re 9,1-3; 1 Sm 10,1).
Con su acción la mujer reconoce en Jesús al verdadero rey y se declara dispuesta a dar su vida con aquel que, algunos días después, será crucificado como "Rey de los Judíos" (Mc 15,26).
Gracias a este gesto la mujer se convierte para Jesús en "perfume de su conocimiento" ("Doy gracias a Dios, que constantemente nos asocia a la victoria que él obtuvo por el Mesías y que por medio nuestro difunde en todas partes el perfume de su conocimiento", 2 Cor 2,14).
Pero si la mujer, derramando el perfume, se muestra dispuesta a dar su propia vida, otros, aquellos que "acompañan" a Jesús, pero no lo "siguen", encuentran inútil la muerte del Mesías y reaccionan enojados: "¿Por qué se ha malgastado así el perfume?".
Jesús había dicho: "El que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la pondrá a salvo" (Mc 8,35).
La mujer ha aceptado esa "pérdida" de la vida, y lo ha manifestado en la "pérdida de perfume" para convertirse ella misma en "perfume de Cristo... olor que da vida y sólo vida" (2 cor 2,15-16).
En la reacción indignada del grupo, que considera un derroche el derramamiento del perfume, el evangelista representa a cuantos no han aceptado la invitación a la entrega total de sí mismos.
Éstos, que quieren "salvar la propia vida", consideran un error la muerte de Jesús y no están dispuestos a seguirlo por el camino de la cruz.
De hecho, según Marcos, en el Gólgota no habrá ningún hombre, sino solamente las mujeres "que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían prestándole servicio, y además otras muchas que habían subido con él a Jerusalén" (Mc 15,40).

2/07/2012

LA MUJER DEL EVANGELIO.

(Mc 14,3-9)

Juan Bautista desarrolló su actividad solamente con hombres y para hombres.
La única vez que se encontró con una mujer perdió la cabeza en el sentido literal de la palabra: fue "decapitado" (Mc 6,17-29).
En el Talmud está escrito que es mejor que "las palabras de la Ley sean destruidas por el fuego en vez de ser enseñadas a las mujeres" (Sota B. 19a) y en la lengua hebrea no se conoce un término para indicar "discípula"; esta palabra existe solamente con terminación masculina. En un mundo donde se afirma que "la mejor de las mujeres practica la idolatría" (Qid. Y. 66cd) y se consideran desgraciados aquellos padres a los que les nace una niña (Qid B. 82ab), el comportamiento de Jesús hacia las mujeres encontró dificultades para ser comprendido y aceptado por parte de la comunidad cristiana primitiva. Incapacidad que se refleja en los apócrifos, escritos menos preocupados por la ortodoxia, pero quizá más cercanos a la realidad histórica.
En estos textos se advierten todas las tensiones entre los hombres, capitaneados por Pedro, y las mujeres, representadas por María Magdalena.
Pedro, en nombre de los discípulos, se dirige al Señor lamentándose de que "nosotros no seamos capaces de soportar a esta mujer (María Magdalena), porque ella nos quita toda ocasión de hablar: no ha dejado hablar a ninguno de nosotros, sino que es ella la que habla siempre (Pistis Sophia 36).
María Magdalena responde por su parte acusando a Pedro "que está acostumbrado a amenazarme y odia nuestro sexo" (Pistis Sophia 2,72)
La presencia de las mujeres en la comunidad cristiana debía ser totalmente insoportable para los discípulos cuando en el Evangelio de Tomás (apócrifo de la mitad del siglo II) Pedro pide expresamente que las mujeres sean arrojadas de la comunidad: "Simón Pedro dijo: ¡Que María se aleje de nosotros, porque las mujeres no merecen la vida!".
Jesús acoge la petición de Pedro, transformando a Magdalena en Magdaleno: "Jesús respondió: Ea, yo la volveré hombre", para llegar a la deducción teológico-espiritual de que sólo "si la mujer se hace hombre entrará en el reino de los cielos" (Evangelio de Tomás, 114).
Probablemente la igual dignidad y libertad de palabra connaturales al mensaje de Jesús habían llevado a cierto desorden a las mujeres que, hambrientas de saber, después de milenios de forzado mutismo, finalmente podían tomar la palabra.
Su locuacidad en las asambleas, que parecía confirmar lo escrito en el Talmud ("diez medidas de palabras descendieron al mundo, de las que nueve cogieron las mujeres, y una los hombres", Qid B. 49b), empujó a Pedro a preguntar: "¡Señor mío, que cesen de preguntar las mujeres, de modo que nosotros también preguntemos!". Y una vez más Jesús, condescendiente con las lamentaciones de Pedro, "dice a Marúa y a las mujeres: "Dadle a vuestros hermanos varones la oportunidad de preguntar también ellos" (P.S. 2,146).
En estos apócrifos parecen reflejarse las consecuencias de las gravosas y discriminatorias limitaciones introducidas por un interpolador en la Carta a los Corintios.
Éste, buscando quitar la palabra concedida por Pablo a las mujeres (1 Cor 11,5), y no pudiendo remitirse a la enseñanza de Jesús, debe recurrir al Antiguo Testamento: "Las mujeres guardan silencio en la asamblea, no les está permitido hablar; en vez de eso, que se muestren sumisas, como lo dice también la Ley. Si quieren alguna explicación, que les pregunten a sus maridos en casa, porque está feo que hablen las mujeres en las asambleas" (1 Cor 14,34-35; Gn 3,16).
En la primera carta a Timoteo está escrito: "La mujer, que escuche la enseñanza quieta y con docilidad. A la mujer no le consiento enseñar ni imponerse a los hombres" (1 Tim 2,11-12).
Para justificar tanta misoginia, el autor hace lo imposible, llegando incluso a incomodar a Adán y Eva, porque "a Adán no lo engañaron, fue la mujer quien se dejó engañar y cometió el pecado" (1 Tim 2,14). Para las pobres mujeres, la única salvación consiste en imitar a las conejas y traer hijos sin parar: "Llegará a salvarse por la maternidad" (1 Tim 2,15), dejando abierto el problema de si el consejo es válido también para las núbiles y las vírgenes.
Pero la rivalidad hombre-mujer se vislumbra también en las diversas líneas teológicas seguidas por los evangelistas: ¿A quién se concede la primera aparición de Jesús resucitado? ¿A María de Magdala y a las mujeres (Jn 20,11-18; Mt 28,1-9) o a los hombres? (Lc 24,13-43; 1 Cor 15,3-8).
En este clima de impronta masculina (el envuelto de espiritualismo es el más despiadado), aparece aún más sorprendente lo que está escrito en el evangelio de Marcos, donde el único episodio que Jesús pide que sea dado a conocer al mundo entero es la acción realizada por una mujer: "Os aseguro que en cualquier parte del mundo entero donde se proclame esta buena noticia, se recordará también en su honor lo que ha hecho ella" (Mc 14,9; Mt 26,13).

CORAZÓN DE MAMÁ

(Mt 20,17-34).

De las cuatro madres nombradas en el Evangelio de Mateo, la de los Zebedeos es la única que no tiene nombre, y cuando es citada no se la recuerda como mujer de Zebedeo, sino únicamente como la madre de sus hijos.
Esta mujer, que vive en función de sus hijos, de hecho es conocida solamente como "la madre de los hijoz de Zebedeo" (Mt 20,20). Es nombrada además formando parte del grupo de mujeres que han "seguido a Jesús desde Galilea para asistirlo" (Mt 27,55). Pero el fin último de este servicio se desvela en una intervención que desenmascara una ambición desde tiempo incubada, y arroja una luz tan negativa sobre esta mujer que Lucas, el evangelista que exalta el papel de las mujeres en su evangelio, se ve obligado a censurar todo el episodio.
Jesús contempla Jerusalén y por tercera vez trata de hacer comprender a los discípulos su programa: "Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y letrados: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen" (Mt 20,18-19).
Jesús no podía ser más claro: en Jerusalén, el hijo de Dios no será coronado rey de la Ciudad Santa, sino clavado en un patíbulo donde morirá como un "maldito de Dios" (Dt 21,23; Gál 3,13).
Jesús trata de hacer comprender a sus discípulos que no sube a Jerusalén para quitar el poder a cuantos lo detentan, sino que va para ser matado por los representantes de Dios y del César.
Las otras dos veces en las que Jesús ha intentado hacer comprender a sus discípulos el significado de la subida a Jerusalén, la acogida por parte de ellos no había sido buena; más aún, la primera vez, Jesús había sido expresamente increpado por Pedro a quien no agradaba su funesto programa (Mt 16,21-23). Al segundo intento los discípulos se habían inquietado momentáneamente, pero, después, la perspectiva de permanecer sin un jefe había tenido como efecto el desencadenamiento de un litigio sobre la común aspiración de todo el grupo: "¿Quién es más grande en el reino de Dios?" (Mt 18,1).
Esta tercera vez, la declaración de Jesús sobre la ya cercana muerte y resurrección es interrumpida por la inoportuna acción de una mujer: "Entonces se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos para rendirle homenaje y pedirle algo".
El evangelista subraya el gesto de la mujer que se inclina delante de Jesús, pero en realidad el bajarse en gesto de humildad esconde el deseo de elevarse por encima de los otros. De hecho la imperativa demanda de la mujer es: "Dispón que cuando tú reines, estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".
Con esta demanda la madre, y con ella los hijos demuestran ser completamente sordos a cuanto ha sido anunciado por Jesús, porque están cegados por sus sueños de gloria ("Por mucho que oigáis no entenderéis", Mt 13,14).
Sentarse a la derecha e izquierda de alguien significa tener el mismo poder (1 Re 2,19). La mujer del Zebedeo, deseosa de una carrera ascendente para sus propios hijos, ordena a Jesús proceder rápidamente al nombramiento de Santiago y Juan como "primeros ministros" de su reino.
Comentando esta escena, Jerónimo liquida la intervención de la madre de los hijos de Zebedeo como "causada por la impaciencia típicamente femenina... un error de mujer dictado por el amor materno" (III,21).
Qué cosa no haría una madre con tal de ver colocados a sus propios hijos.
Pero la madre no sabe que está empujando a la ruina a sus hijos y dividiendo al grupo de los discípulos.
En lugar de responder a la mujer, Jesús se vuelve directamente a los discípulos y les pregunta si también ellos están de acuerdo con la petición de su madre, si son conscientes de las crecientes dificultades que habrán de afrontar para permanecer a su lado y que se concretarán en la condena a muerte.
El diálogo se desenvuelve en un plano equívoco. Mientras que para los discípulos "sentarse a la derecha e izquierda" de Jesús significa asegurarse los primeros puestos en palacio, para Jesús se trata de ser capaces de afrontar el deshonor y la muerte infamante: "¿Sois capaces de pasar el trago que voy a pasar yo?".
Los dos presuntuosos discípulos, dispuestos a todo con tal de conseguir el poder, no tienen ninguna duda y responden descaradamente: "Podemos".
Cuestión de tiempo.
Un par de días después, durante la cena con Jesús, afirmarán heroicamente estar preparados para morir con él (Mt 26,35), pero de pronto, después de la cena, en Getsemaní, cuando finalmente se encuentren de cara al "cáliz" que hay que beber, se revelarán pusilánimes, fuertes solamente en su torpeza.
A la petición de Jesús de estar cerca de él en aquellos terribles instantes que precederán al arresto del hijo de Dios "con machetes y palos, como si fuera un bandido" (Mt 26,55), responderán durmiéndose profundamente, prontos, sin embargo, a despertarse de golpe al primer atisbo de peligro para su integridad física y a huir como conejos: "Todos los discípulos lo abandonaron y huyeron" (Mt 26,56).
"El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga", había dicho Jesús (Mt 16,24); pero en el patíbulo, a derecha e izquierda, no estarán los dos discípulos, sino "dos ladrones" (Mt 27,38). Mientras tanto el resultado inmediato de la recomendación de la madre de los discípulos es la enésima disputa en el interior del grupo de los seguidores de Jesús, que "se indignaron contra los dos hermanos" no ciertamente por sus pretensiones, sino por haberse adelantado con engaño en la carrera sin exclusión de zancadillas para ocupar los puestos más importantes (Mt 18,1).
Todos los discípulos están convencidos de seguir a un Mesías victorioso por el camino del triunfo. Y Jesús, con paciencia verdaderamente divina, intenta una vez más hacerles comprender quién es y qué quiere hacer, y que su reino no tiene nada que ver con lo imaginado y esperado por ellos.
Su idea de un reino basado en el poder y el dominio, no sólo les separa del reino anunciado por Jesús, sino que los vuelve en todo semejantes a los paganos, donde "los jefes de las naciones las dominan y los grandes les imponen su autoridad".
A continuación Jesús advierte a los discípulos que so comunidad no deberá imitar la estructura del poder existente en la sociedad: "No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande sea servidor vuestro y el que quiera ser primero sea siervo vuestro".
Jesús había enseñado a los suyos que "le basta al discípulo con ser como su maestro" (Mt 10,25), y ahora les pide aprender de él, que "no ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos" (Mt 20,28).
A la petición de la madre de Santiago y Juan, y al sucesivo encuentro con el resto del grupo, el evangelista hace seguir un episodio muy importante,la última curación realizada por Jesús, última ocasión para recibir de él la vida antes de que sea matado.
La escena que sigue a la petición de los dos discípulos tiene por protagonista a dos ciegos, personajes en los que el evangelista representa la ceguera de Santiago y Juan, discípulos que, tentados por la ambición del poder, no llegan a "ver" la voluntad de Dios en el itinerario de Jesús.
Mientras Jesús se ha presentado a sí mism como uno que saldrá al paso de calumnias y persecuciones, y ha invitado a sus discípulos a afrontar valientemente el desprecio de la sociedad ("si al cabeza de familia le han puesto de mote Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa!", Mt 10,25), estos ciegos son figura de los discípulos, incapaces de ver porque, en lugar de seguir al Mesías despreciao "en su tierra y en su casa" (Mt 13,57), siguen sus sueños de gloria.
Para facilitar la identificación de los dos ambiciosos discípulos con los dos ciegos, el evangelista, con un artificio literario, hace desaparecer del relato a todos los discípulos dejando en escena únicamente a los ciegos y la multitud. Después coloca toda una serie de términos que permiten al lector identificar en los dos ciegos de Jericó a los hijoz de Zebedeo.
Santiago y Juan habían pedido estar sentados a la derecha y a la izquierda de Jesús en su reino. Los dos ciegos son presentados sentados, pero "junto al camino", expresión que en el evangelio de Mateo se encuentra únicamente en la parábola del sembrador (Mt 13,1-23).
Como "una semilla sembrada junto al camino", la enseñanza de Jesús se ha perdido a causa de la ambición y el deseo de poder ("el Malo"): "Siempre que uno escucha el mensaje del Reino y no lo entiende, viene el Malo y se lleva lo sembrado en su corazón" (Mt 13,19).
A través de estas imágenes, el evangelista quiere significar que cuantos están dominados por la ambición y el poder son completamente refractarios a la simiente-mensaje de Jesús, igual que los dos discípulos que, mientras Jesús habla de muerte, persiguen ideales de grandeza: "Por mucho que véais no percibiréis" (Mt 13,14).
Los dos ciegos, oyendo que pasaba Jesús, se pusieron a gritar: "¡Señor, ten piedad de nosotros, hijo de David!".
En esta invocación está la causa de la ceguera. Los dos ciegos, como los dos discípulos, reconocen en Jesús al Señor, pero entendido como "hijo de David".
El "hijo" en la cultura hebrea es aquél que se asemeja al padre en el comportamiento.
Los discípulos están ciegos, porque piensan que Jesús es "hijo de David", esto es, que se comporta como el gran rey de Israel que unificó todas las tribus y dio gran expansión al reino, y que asignó a sus más íntimos amigos los puestos más importantes (2 Sam 8,15-18).
Pero Jesús es el "hijo de Dios vivo" (Mt 16,16, no el "hijo de David", Mt 22,41-45).
En el programa de Jesús hay un reino, pero el de Dios, no el de Israel.
También Jesús ensanchará los confines del reino, pero dando la vida y no quitándola a los otros, como el sanguinario David, que "no dejaba con vida hombre ni mujer (1 Sm 27,9).
Si a David no se le permitirá construir el templo a Dios, porque sus manos "han derramado mucha sangre" (1 Cr 22,8), Jesús, fuente de vida, con su sangre, será el verdadero templo de Dios (Jn 2,19-21).
Jesús se vuelve a los dos ciegos con la misma pregunta formulada a la madre de sus discípulos (¿Qué quieres?): "¿Qué queréis que haga por vosotros?".
Los dos ciegos/discípulos piden a Jesús poder recuperar la vista, y Jesús, enviado de Dios "para abrir los ojos a los ciegos" (Is 42,6), "les tocó los ojos y al momento recuperaron la vista".
Los discípulos parecen ahora capaces de seguir a Jesús y no solamente de acompañarlo... pero la curación obrada por Jesús se mostrará ineficaz y aquellos mismos ojos liberados volverán a las tinieblas; el seguimiento de Jesús se detendrá en Getsemaní "porque sus ojos no se les mantenían abiertos" (Mt 26,43).
Jesús había pedido a Santiago y a Juan (junto a Pedro) vigilar y orar para 2no ceder a la tentación" (Mt 26,41).
Los tres que aspiraban a ser "tenidos por columnas" de la comunidad (Gál 2,9), en lugar de vigilar se duermen; la tentación los ha vencido.

1/31/2012

LA VIUDA Y LAS SANGUIJUELAS.

La única vez que en los evangelios se lanza una maldición es en el episodio de la higuera, y la sola vez que Jesús dirige palabras de drástica condena hacia alguien en el evangelio de Marcos es en la invectiva a los escribas que "recibirán una sentencia muy severa" (Mc 12,40).
Maldiciones y condena dirigidas a la institución religiosa, representada por el templo, y a los escribas, que con su teología justifican sus pretensiones, son el hilo conductor que une las escenas de la higuera y del episodio conocido como "el óbolo de la viuda" (Mc 12,41-44).
Este episodio, estructurado también según el esquema del tríptico, presenta en la primera tabla la denuncia de Jesús a los escribas que "se comen los hogares de las viudas" (Mc 12,38-40); en la parte central, la ofrenda de la viuda (Mc 12,41-44), y en la última tabla el anuncio de la destrucción del templo (Mc 13,1-2).
Después del episodio de la irrupción de Jesús en el templo, las autoridades llenas de miedo y alarmadas "buscaban una manera de acabar con él", pero desisten a causa del pueblo que "estaba impresionado de su enseñanza (Mc 11,18).
No pudiendo por ahora lanzar el ataque final, todo el sanedrín compuesto por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, desencadena contra Jesús una oleada de emboscadas, tendente a desacreditarlo y hacerle perder la aprobación de la gente: una vez aislado será más fácil eliminarlo.
Considerado elemento peligroso por las autoridades religiosas y civiles, se lanzan contra Jesús todos unidos, olvidando rivalidades y animadversiones, desde los piadosos "fariseos" revueltos con los disolutos "herodianos" (Mc 12,13) que es como decir el diablo y el agua santa (el diablo son los herodianos), a los ultraconservadores saduceos y toda la inteligentsia representada por los escribas (Mc 12,18-37).
El resultado de los ataques a Jesús, una vez esquivadas hábilmente todas las trampas e insidias contra él tendidas, es que el índice de su popularidad crece más aún: "la multitud, que era grande, disfrutaba escuchándolo" (Mc 12,37).
Y justamente dirigiéndose a la multitud, Jesús la pone en guardia contra los escribas, categoría fácilmente identificable por tres características: en lugar de vestirse como el común de los mortales, "les gusta pasearse con sus largas vestiduras", haciendo ostentación con un hábito religioso particular que los hace rápidamente reconocibles y que, sobre todo, indica claramente que son personas en contacto directo con Dios.
Pero la abundancia de tela empleada para mostrar a los otros tanta asiduidad con el padre-eterno no consigue esconder su desenfrenada sed de honores, su ansia de ser reverenciados y de "ser saludados en las plazas"; y como no se vive solamente para la gloria y para el espíritu (la carne es siempre débil), el deseo de ser bien vistos y reconocibles en las ceremonias, junto con el de "tener los primeros asientos en las sinagogas" va de la mano con el de asegurarse "los primeros puestos en los banquetes".
Dado que el apetito se hace al comer, los escribas tienen adiestradas sus voraces mandíbulas "devorando las casas de las viudas bajo pretexto de largos rezos".
Es éste el crimen más grave que Jesús les imputa.
La figura de la viuda en la Biblia ha representado siempre (junto con los huérfanos y los extranjeros) a aquellos a los que les falta protección y que están a la total merced de los prepotentes (Is 1,17; Jr 7,6).
Por este motivo Dios, que se preocupa de los miembros más débiles de la sociedad, establece que, con una parte de las ofrendas al templo, se asista a las viudas y a los huérfanos (Dt 14,28-39).
Jesús no tolera que cuantos pretenden ser la voz oficial de Dios, en lugar de alimentar a las viudas, las hagan morir de hambre.
Y justo cuando está poniendo en guardia a la multitud frente a aquellos que en nombre de Dios explotan a las viudas, ve a "una pobre viuda echar dos monedas" en el tesoro, la banca del templo, la estancia especial "repleta de riquezas indescriptibles, tantas que era incontable la cantidad de ofrendas" (2 Mac 3,6).
He aquí quién es el verdadero dios del templo.
No el Padre que se ocupa de los pobres, sino el tesoro, el dios-lucro cuyo cuyo culto cruento exige continuamente víctimas para despojar.
En lugar de ver saciada su hambre con los impuestos del templo, la viuda echa "todo lo que tenía para vivir" en el tesoro, monstruo que engulle con las monedas la vida misma de la pobre viuda para vomitarlas después en los bolsillos de los sacerdotes y de los adeptos al culto, que ofrecen a Dios lo que sustraen a los pobres.
Jesús constata la ineficacia de su enseñanza que choca con la fuerza de una tradición de la cual incluso las víctimas son las más convencidas sustentadoras, y con una institución que debe su misma razón de ser a la explotación de la gente.
Jesús no aprecia el gesto de la mujer. Sus palabras no son un elogio de la generosa fe de la viuda, sino un lamento sobre esta pobre víctima de la religión que se desangra por mantener en pie la estructura que la explota.
Jesús no puede tolerar que el Padre, conocido con el título de "defensor de las viudas" (Sal 68,6), sea transformado en un vampiro que las desangra.
Por esto, en la última tabla del tríptico, inmediatamente después de este episodio, Jesús anuncia que la única solución ya posible es la definitiva desaparición del templo opresor de los pobres: "No dejarán ahí piedra sobre piedra, que no derriben" (Mc 13,2).

1/30/2012

LA HIGUERA Y LA CUEVA DE LADRONES.

Una de las acciones más extrañas e insensatas de Jesús es la de haber maldecido a una pobre higuera culpable de no dar frutos en una estación que no era la de higos (Mc 11,12-14.20-22)
Indudablemente este episodio, separado del contexto, puede hacer nacer sospechas acerca del equilibrio psíquico de Jesús.
La perícopa de la maldición de la higuera, construida según el esquema del tríptico, forma parte de las dos tablas laterales que adquieren su significado solamente en relación con la tabla central, que es la de la entrada de Jesús en el templo de Jerusalén (Mc 11,15-19).
En la primera parte del tríptico (Mc 11,12-14) escribe el evangelista que Jesús buscando frutos de una higuera, "no encontró más que hojas".
El árbol engaña: el esplendor exterior enmascara su total esterilidad. El motivo de la ausencia de frutos, subrayado por el evangelista con la expresión "no era tiempo de higos" une este episodio a la primera palabra pronunciada por Jesús en este evangelio: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reinado de Dios. Enmendaos y tened fe en esta buena noticia" (Mc 1,15).
Junto a la vid, la higuera erauna de las plantas con las que se representaba a Israel: "La higuera es la casa de Israel" (Apoc. de Pedro, 2; 1 Re 5,5; Os 9,10). Dios había establecido con Israel un pacto: si el pueblo hubiese practicado sus enseñanzas, él lo habría protegido, y los hebreos con su vida refulgente de justicia y santidad habrían debido hacer ver a los pueblos colindantes que el Dios de Israel era el verdadero Dios (Dt 6-7).
Pero la infidelidad del pueblo había hecho que si Israel esra igual a las naciones paganas en cuanto a la opresión y violencia, su posición era más grave, puesto que la injusticia se ejercía, en nombre del verdadero Dios.
Jesús, venido para pedir cuenta del fruto de esta alianza, encuentra que Israel se había convertido en un lupanar de injusticias y perversidades, donde "profetas y sacerdotes son unos impíos, hasta en mi templo encuentro maldades" (Jer 23,11).
El "tiempo" no había sido de frutos, haciendo vanos todos los cuidados del Señor para con su pueblo, como constataron amargamente los profetas: "Esperó que diese uvas, pero dio agrazones. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos" (Is 5,2.7).
Por esto Jesús declara caducada la alianza porque, como la higuera sin frutos, aquélla es ya inútil. En la otra talba del tríptico (Mc 11,20-21) está la confirmación de lo anunciado por Jesús: "la higuera se secó de raíz".
En el centro de los dos episodios relativos a la higuera, el evangelista inserta la irrupción de Jesús en el templo (Mc 11,15-19).
El episodio es conocido como la "expulsión de los mercaderes del templo", pero Jesús no expulsa solamente a los vendedores: junto a éstos expulsa también a los compradores ("se puso a echar a los que vendían y compraban allí").
La acción de Jesús no tendía a purificar el templo, sino a abolir su culto.
Por esto se lanza contra el sacro mercado e impide el paso de los utensilios necesarios para el culto.
Privándolo de las ofrendas, Jesús golpea en su fuente la vitalidad del templo que, como la higuera sin linfa vital, "se seca de raíz".
En la figura de la higuera estéril el evangelista representa el templo, símbolo de la institución religiosa que, con todo su esplendor de palacios sagrados, sagradas ceremonias, sagrados adornos, sagrada vajilla, esconde la ausencia total de Dios.
En este lugar donde todo es demasiado santo, no hay ya lugar para el único Santo: de él, en verdad, no se siente gran nostalgia, en cuanto que está bien reemplazado por la presencia de su más concreto rival "Mammón", el dios-lucro.
Jesús denuncia que el templo, llamado a ser la casa de oración para todos los pueblos, se haya transformado en realidad en una "cueva de ladrones".
Esta expresión, que indica el lugar donde los bandidos esconden lo robado, está tomada de una invectiva contra el templo y el culto en la que el profeta Jeremías anunciaba la destrucción total del templo: "¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre?... Por eso trataré al templo que lleva mi nombre, y os tiene confiados, y al lugar que di a vuestros padres y a vosotros lo mismo que traté a Siló" (Jr 7,11.14).
Las autoridades religiosas han transformado el lugar santo en una cueva de la que no tienen ni siquiera necesidad de salir para andar a depredar a sus víctimas: la gente acude allí voluntariamente, creyendo que para ellos es un bien ser expoliados para gloria de Dios (y los bolsillos de los sacerdotes).

EL DIOS VAMPIRO.

(Mc 11,12-25; 12,38-13,2)

Para la comprensión de los evangelios es importante conocer las particulares técnicas literarias con las que éstos han sido compuestos; de otro modo los episodios narrados resultan incomprensibles o francamente desfigurados.
Para la elaboración del texto, los evangelistas usan esquemas y estructuras que responden a reglas bien precisas en el arte de la escritura, comunes a su cultura.
Una de las estructuras narrativas frecuentemente usada en los evangelios es la del "tríptico".
En arte se entiende por "tríptico" un cuadro compuesto por una tabla central y dos laterales: lo que aparece pintado en éstas no se entiende si no se pone en relación con lo que se representa en la parte central.

Y SIN EMBARGO VE

Por tercera vez el hombre que había estado ciego es convocado e interrogado por las autoridades, que intentan hacerle reconocer que ha sido algo malo para él la recuperacón de la vista a manos de un pecador.
Habiendo cambiado en un abrir y cerrar de ojos de la condición de beneficiario de un milagro a la de imputado, el hombre evita la trampa que le tienden las autoridades religiosas y no entra en el terreno teológico. Entre la verdad dogmática y la propia experiencia vital, es esta última la más importante: "Si es pecador o no, no lo sé; una cosa sé, que yo era ciego y ahora veo".
Pero la alegría del hombre, que había pasado de las tinieblas a la luz, ni siquiera es tomada en consideración por las autoridades, porque para éstas no puede haber nada de bueno en la transgresión de la Ley de Dios.
Habituados a encontrar en los libros sagrados, escritos siglos atrás, una respuesta válida para cada situación de sus contemporáneos, los jefes piensan no tener nada que aprender o modificar y ver en cualquier novedad como un atentado contra Dios, que ha determinado para siempre en su Ley el comportamiento del hombre, al que no le queda sino someterse a las normas establecidas en otros tiempos y para otros hombres.
Los dirigentes, a costa de negar la evidencia, no pueden admitir la curación del hombre, porque esto dañaría la autoridad de su enseñanza. Si alguno debe sufrir a causa de esto en adelante, paciencia, Dios proveerá.
Pero la obstinación del hombre que no se doblega a su autoridad y que no quiere reconocer que par él habría sido mejor permanecer ciego, aumenta la ira de los jefes que vuelven de nuevo a interrogarlo acerca de las circunstancias de la curación: "¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?" "Abrir los ojos a los ciegos" es una imagen con la que el profeta Isaías indica la liberación de la tiranía (Is 35,5; 42,7). La repetición de esta expresión siete veces en la narración quiere subrayar aquello que preocupa realmente a las autoridades: que la gente abra los ojos.
Los dirigentes religiosos pueden avasallar e imponer sus verdades, mientras que el pueblo no ve, pero si alguien comienza a abrir los ojos a la gente, están perdidos.
Cansado del enésimo interrogatorio, el hombre curado se niega a responder y pregunta a las autoridades si tanto interés no se deba acaso a que quieran hacerse también ellos discípulos de Jesús.
Jamás: ellos son discípulos de Moisés, no pretenden seguir a un vivo, sino venerar a un muerto.
Defensores del Dios Legislador, no pueden comprender las acciones del Creador que se manifiesta comunicando vida al hombre.
Aparentemente animados por el celo del honor de Dios ("Da gloria a Dios"), en realidad solamente piensan en salvaguardar su poder, usando el nombre de Dios para sofocar la vida que él comunica.
El evangelista subraya la gravedad del comportamiento de las autoridades que no sólo no quieren ver, sino que impiden que la gente vea y que, para no perder su propio prestigio, "llaman bien al mal y mal al bien" (Is 5,20), incurriendo en lo que es definido en los otros evangelios como imperdonable "blasfemia contra el Espíritu" (Mt 12,31). Las autoridades, no sabiendo ya qué argumentación teológica oponer a la evidencia del hecho, toman el atajo de los insultos. Recordando al hombre, culpable de ver, que es un maldito de Dios ("Empecatado naciste de arriba abajo, ¡y vas tú a darnos lecciones a nosotros!"), recurren a la violencia institucional ("lo echaron fuera") y hacen realidad en él la amenazada expulsión de la sinagoga.
Pero los jefes religiosos que excomulgan a los hombres en nombre de Dios son en realidad los verdaderos excomulgados.
Su indiferencia por el bien de los hombres, unida a la pretensión de indicarles el camino, los hace culpables de su ceguera, "guías ciegos" (Mt 23,16) que causan la ruina del pueblo: "Si fuérais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que vis, vuestro pecado persiste".
Jesús, una vez que supo que el hombre curado por él había sido echado de la sinagoga, corrió en su búsqueda.
La expulsión de la institución religiosa no causa en el hombre la ruina tan temida, sino que es la ocasión providencial para el encuentro con el Señor. Expulsado por la religión, el hombre encuentra la fe.

1/29/2012

LA MIRADA CREADORA.

Fruto de esta mentalidad es la pregunta que los discípulos hacen a Jesús al ver a un hombre ciego de nacimiento: "Maestro, ¿quién tuvo la culpa de que naciera ciego: él o sus padres?".
La ceguera no era considerada una enfermedad cualquiera, sino que, por impedir el estudio de la Ley, se creía una maldición divina, agravada por el anatema del rey David que odiaba a los ciegos hasta el punto de prohibirles la entrada en el templo de Jerusalén: "A esos cojos y ciegos los detesta David. Por eso se dice: "Ni cojo ni ciego entre en el templo". ("Sam 5,8).
Jesús responde excluendo taxativamente cualquier relación entre culpa y enfermedad ("ni él ha pecado ni sus padres") y advierte a los discípulos que incluso en aquel individuo, tenido por pecador por la religión y excluido de la sociedad (se trata de un mendigo), se manifestará visiblemente la obra de Dios.
El evangelista ha comenzado la narración subrayando que la mirada de Jesús se ha posado sobre el hombre inmerso en las tinieblas para completar en él la obra del Dios autor de la luz: "Al pasar vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento".
Jesús repite en el ciego los gestos del Creador, que "modeló al hombre de arcilla del suelo" (Gén 2,7): "hizo barro con la saliva y le untó barro en los ojos".
Enviado a ir a lavarse en la piscina de Siloé, el hombre "volvió con vista".
Las personas presentes en la escena, incapaces de evaluar el suceso, en lugar de alegrarse con el hombre curado, lo conducen a los fariseos para oír su parecer, desconcertados por el hecho de que Jesús "había hecho barro y le había abierto los ojos en sábado", quebrantando el más importante de los mandamientos.
La curación del ciego, pone alerta a los fariseos. Éstos, cultivadores de la muerte, no toleran ninguna manifestación de vida, y habituados a referirse a los hechos con la ley en la mano, no se felicitan por el hombre curado, sino que se alarman por las circunstancias de esta curación (hacer barro es uno de los treinta y nueve trabajos prohibidos en día de sábado, Shab 7,2) y le piden información únicamente sobre "cómo" ha sido curado.
De la respuesta del hombre, los fariseos deducen que Jesús "no viene de parte de Dios, porque no guarda el precepto".
Elos saben todo lo que Dios puede hacer o no.
Y dado que Dios no puede ir contra su propia Ley, es evidente que el autor de la grave infracción (la curación no interesa) ha actuado contra el Señor que ha mandado condenar a muerte a quien, incluso haciendo prodigios, desvía al pueblo (Dt 13,1-6).
Aquellos a los que Jesús ha llamado antes esclavos del pecado (Jn 8,34) sentencian ahora que Jesús es el pecador.
Pero en algunos fariseos la ostenta seguridad teológica se resquebraja frente a la evidencia del hecho ("¿cómo puede un hombre, siendo pecador, realizar semejantes señales?") y vuelven a interrogar otra vez al hombre, preguntándole su opinión sobre el individuo que lo había curado.
La respuesta de que se trata indudablemente de un enviado de Dios ("es un profeta") hace entrar en escena a las autoridades religiosas ("los judíos").
Éstas no pueden admitir que, transgrediendo el mandamiento del sábado, que incluso el mismo Dios observa, alguien pueda haber obrado el bien.
No pudiendo aceptar contradicción alguna en su doctrina, buscan negar la verdad del hecho, insinuando la duda del fraude y, convocados los padres del ciego que decía haber sido curado, los acusan de estar al frente del embrollo: "¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿cómo es que ahora ve?".
La curación del hijo es considerada por las autoridades un crimen del que deben responder sus padres.
Atemorizados y llenos de pavor, éstos descargan toda responsabilidad sobre su hijo: "Preguntánselo a él, ya es mayor de edad; él dará razón de sí mismo".
La cobardía de los padres es justificada por el evangelista aduciendo que "los padres respondieron así por miedo a los dirigentes judíos, porque los dirigentes tenían ya convenido que fuera excluido de la sinagoga quien lo reconociese por Mesías".
Esta expulsión comportaba sanciones no sólo a nivel religioso, sino graves consecuencias en el ámbito social: el expulsado era tratado como un contagiado por la peste, con quien no se podía ni comer ni beber y de quien había que mantenerse a dos metros de distancia (M.Q.B. 16a).

1/25/2012

EXCOMULGADO POR GRACIA DE DIOS (Jn 9)

"Bien y mal, vida y muerte... todo viene del Señor" (Eclo 11,14) que se define a sí mismo "creador de la desgracia" (Is 45,7) y asegura que "no sucede una desgracia en la ciudad que no sea causada por Yahvé" (Am 3,6).
La creencia, contenida en el Antiguo Testamento, de que Dios es el autor de las desdichas que se abaten sobre la humanidad, deja al hombre solamente la posibilidad de aceptar resignado lo que el Señor le envía, esperando que éste no apriete mucho la mano.
"Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? (Job 2,10), replica Job a la mujer que lo reprende por haber bendecido al Señor por todas las desgracias que le han caído encima: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor" (Job 1,21).
La convicción de que los males y las enfermedades son un castigo, enviado por Dios a causa de las culpas de los hombres, estaba tan arraigada en la época de Jesús que cuando un hebreo encontraba a una persona con alguna minusvalía bendecía al Señor, autor del merecido castigo: "Quien ve a un mutilado, un ciego, un leproso, un cojo, diga "Bendito el juez justo" (Ber. 58b).
Pero si la enfermedad guarda siempre relación con el pecado del hombre, ¿cómo podía explicarse el sufrimiento de los niños sin duda inocentes?
Para los rabinos la solución era muy sencilla: los pequeños son el chivo expiatorio de las culpas de los adultos, como enseñan la Biblia y el Talmud al presentar un "Dios celoso: que castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos cuando lo aborrecen" (Éx 20,5): "Cuando en una generación hay justos, éstos son castigados por los pecados de esa generación. Si no hay justos, los niños sufren entonces por los males de la época" (Shab 33b).

1/24/2012

QUIEN ENDEMONIA A QUIEN.

En contraste con la exuberante demonología del judaísmo, los evangelistas tratan el tema con mucha sobriedad.
El diablo aparece poquísimo en los evangelios, que no registran ningún caso de posesión por parte de Satanás, sino sólo por parte de los demonios, definidos también como "espíritus impuros".
A excepción del evangelio de Juan, donde no aparece ningún caso de endemoniado, los evangelistas aplican la categoría de posesión demoníaca a aquellos impedimentos interiores (prejuicios, ideologías, intereses) que dominan al hombre y lo vuelven refractario al proyecto de Dios.
Estos obstáculos son individuados por los evangelistas en la tradición religiosa y en la doctrina oficial, impuesta por los escribas y practicadas por los fariseos.
La primera vez que Jesús se encuentra frente a un endemoniado es, por cierto, en un ambiente dominado por la institución religiosa: la sinagoga.
Jesús, huido de la sinagoga de Nazaret, donde han intentado matarlo (Lc 4,16-30), trata de exponer de nuevo su mensaje en la de Cafarnaún (Lc 4,31-37).
Al contrario que en Nazaret donde la escucha de sus palabras había provocado un furor homicida, en Cafarnaún se produce una explosión de entusiasmo por parte de la gente que se siente finalmente liberada, "impresionada por su enseñanza, porque hablaba con autoridad".
Hablar con "autoridad" era prerrogativa exclusiva de los escribas, los únicos que habían recibido oficialmente por mandato divino la potestad de enseñar la Escritura.
Con su enseñanza, Jesús desmiente esta pretendida autoridad de los escribas que no sólo no hacen que se conozca la palabra de Dios, sino que la sustituyen por una miserable "componenda de usos humanos" (Is 29,13), haciendo pasar de contrabando doctrinas que son "preceptos humanos" por el único mandamiento de Dios (Mt 15,9).
Pero hay uno que no soporta la reacción entusiasta del auditorio: "un hombre que tenía un espíritu, un demonio inmundo y se puso a gritar a grandes voces: ¿Qué tienes tú contra nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos?"
¿Quién se siente amenazado de destrucción por las palabras de Jesús?
El evangelista resalta pretendidamente la extrañeza de una sola persona anónima ("un hombre") que habla en plural en defensa de una clase ("contra nosotros").
La enseñanza de Jesús no se había dirigido contra ninguno, pero fue la reacción positiva de la gente la que arrojó el descrédito sobre el prestigio de los escribas, dejando claro a todos que éstos no tenían ningún mandato divino. Jesús, enseñando "con autoridad, no como los letrados" (Mc 1,22), destruye de raíz toda su autoridad.
El endemoniado se siente amenazado por el mensaje de Jesús: junto con el prestigio de los escribas, la enseñanza del Señor destruye también las certidumbres del poseído, fundadas en la obediencia a aquellas autoridades que ha considerado siempre expresión de la voluntad divina.
Defendiendo la fe en las instituciones religiosas, el poseído defiende su misma fe.
El "grito fuerte" del endemoniado amplifica la alarma lanzada por las autoridades: "¿Qué hacemos?, porque ese hombre realiza muchas señales. Si lo dejamos seguir así, todos van a darle su adhesión..." (Jn 11,47-48).
El mensaje de Jesús desenmascara a los escribas y fariseos: son las autoridades religiosas y espirituales las que endemonian al pueblo, haciéndole adherirse a una enseñanza que no viene de Dios.
Los escribas y fariseos no sólo no entran en el reino de Dios y no dejan entrar a los que quieren entrar en él (Mt 23,13), sino que arrastran a la perdición a cuantos creen y obedecen su doctrina y los hacen "dignos del fuego" el doble que ellos (Mt 23,15).
Mientras la enseñanza religiosa de los escribas tendía a someter al hombre, privándolo de la capacidad de juicio y de libertad, el mensaje de Jesús hace al hombre libre y le descubre nuevas posibilidades y capacidades de amor.
Por esto la palabra de Jesús, más eficaz que las numerosas palabras de los escribas, obtiene el efecto de liberar al poseído "sin hacerle ningún daño".
Éste creía que el abandono de la Ley habría sido la causa de todos los males y experimenta al contrario que el mal consistía justamente en la sumisión a la Ley.
Las modalidades de la liberación del poseído causan todavía más admiración por parte de todos los presentes que unánimemente la atribuyen a la "palabra" de Jesús. ("¿Qué palabra es ésta?"), considerada eficaz no sólo para el caso presente, sino capaz de expulsar a todos los "espíritus inmundos".
Jesús ha conseguido poner en práctica en la sinagoga de Cafarnaún aquello que solamente había podido anunciar en la de Nazaret: "Me ha enviado... a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos" (Lc 4,18).
Y la gente experimenta que la fuerza contenida en el mensaje de Jesús es capaz de liberar de los condicionamientos creados por la religión que impiden descubrir el verdadero rostro del Padre a toda persona esclava.

DEMONIO GAY

En lengua hebrea no existe el término "demonio" (del griego "devorador de cadáveres"),
Cuando la Biblia, en una sociedad culturalmente más desarrollada, se tradujo a la lengua griega, se tomaron distancias con relación no sólo a aquellos seres intermedios entre divinidades y hombres, sino también a los personajes mitológicos que se encontraban por doquier en el texto como sirenas, arpías, centauros, sátiros, faunos, duendes, gnomos y espectros, que fueron traducidos todos con el mismo término genérico de "demonio" (Lv 17,7).
Con esta misma palabra se designaron también las divinidades extranjeras, polémicamente degradadas a espíritus malignos, como Gad, el dios arameo de la fortuna, y el "genio protector" de la casa (Is 65,11; Dt 32,17).
Tal vez los traductores exageraron algo y designaron también como demonios a los gatos salvajes (Is 34,14) y a las cabras (Is 13,21).
El demonio más popular del Antiguo Testamento es Asmodeo ("Aquél que hace morir"): enemigo declarado de las uniones conyugales. A Sara "le fue matando todos los maridos (hasta siete) cuando iban a unirse a ella, según costumbre" (Tob 3,8). Tobías, también aspirante a marido suyo, preocupado de que pudiera sumarse a los siete precedentes cadáveres, salvó la vida con un remedio extraño.
Sabiendo que Asmodeo, demonio particularmente débil de estómago, no soporta "el olor del hígado y del corazón del pez", echó esos ingredientes en el brasero del incienso y "el olor del pez contuvo al demonio, que escapó hasta el confín de Egipto" (Tob 8,3).
La sobriedad de la Biblia hebrea y griega respecto a diablos y demonios (no registra ningún caso de posesión diabólica y desconoce el término "endemoniado"), contrasta con su proliferación en el judaísmo, época precedente a la actuación de Jesús, en que el número y la variedad de demonios creció con desmesura dejando espacio a la fantasía más desenfrenada: "Cada uno de nosotros tiene mil -Demonios- a la izquierda y diez mil a la derecha" (Ber. 6a).
En un mundo en el que algunos no comían alubias, convencidos de que contuviesen las almas de los muertos (Plinio, Hist. nat. 18,118), todo lo que aparecía maravilloso o proveniente de causas desconocidas (como la insolación, causada por el "demonio del mediodía", Sal 91,6) era identificado como demonio o acción demoníaca.
Cada demonio tenía su especialidad: la borrachera era provocada por el demonio Shimadon (Ber. R. 36,3), la ceguera por Shabrirri (Ab. A. 3a. bar) y la peste por Queteb (Dt 32,24).
En el Talmud, las hipótesis sobre el origen de los demonios son de lo más variado.
Se cree que son herederos de los "Nephilim", gigantes orientales nacidos de la unión entre seres celestes y las primeras mujeres: "En aquel tiempo -es decir, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas del hombre y engendraron hijos- habitaban la tierra los gigantes" (Gn 6,4).
También hay quien sostiene la teoría de la evolución: "La hiena, después de siete años, se hace murciélago, el murciélago vampiro, el vampiro hortiga, la hortiga espino, y éste, al fin después de siete años, se convierte en demonio" (B.Q. 16,1).
Otros piensan que son criaturas incompletas: Dios había creado ya sus almas,pero cuando iba a modelar sus cuerpos llegó el sábado, lo observó dejando de trabajar, y estas almas, que habían quedado sin cuerpo, resultaron ser los demonios (Ber. r. 7,5).
La noche es su reino incontrastable ("De noche está prohibido saludar a quien sea por temor a que pueda ser un demonio"; Sanh. 44a).
Si el sexo de los ángeles era un enigma, el de los demonios que, como los humanos "comen y beben, se reproducen y mueren" (Hag. B. 16a), estaba claro: eran machos, hembras y gays.
La demonisa más célebre es Lilith (Is 34,14), insaciable doncella lujuriosa que se introduce hábilmente en la cama de los hombres para hacer el amor con ellos. El Talmud advierte: "El que duerme será cogido por Lilith" (Shab 151b).
En la cama le plantea una despiada competencia Ormas, el demonio que se viste de mujer con la intención de engañar y seducir incluso a los hombres.
Quien desea saber si ha sido visitado de noche por un demonio basta con que: "tome ceniza cernida, la esparza en torno a la cama, y por la mañana verá las huellas de patas de gallo" (Ber. 6a), y "quien le quiera ver, que lleve la placenta de una gata negra, nacida de una gata negra primogénita, nacida a su vez de una primogénita, y la seque en el fuego, la triture, se ponga una poca en los ojos, y entonces lo verá" (Ber. 6a).

DEMONIOS POR TODAS PARTES.

En el uso atento de los vocablos empleados para transmitir el mensaje de Jesús, los evangelistas distinguen entre "diablo" y "demonio", términos diferentes y de significado distinto que se confunden con frecuencia.
"Diablo" es el equivalente griego del vocablo hebreo "satanás" ("adversario", "enemigo"), que en la Biblia hebrea se usa indistintamente para indicar ya la acción del "Ángel del Señor" (expresión que indica a Dios mismo, Éx 16,7), ya a personas como David, enemigo de los filisteos (1 Sm 29,4) o Amán, adversario del pueblo hebreo (Est 7,4).
De las diez veces que aparece en el Antiguo Testamento, la única en que "Satanás" es utilizado como nombre propio es en el libro de las Crónicas (1 Cr 21,1), donde el autor, en una teología más desarrollada, imputa a "Satanás" la intención de hacer el censo de Israel, acción que había sido originariamente atribuida al Señor: "El Señor volvió a encolerizarse contra Israel e instigó a David contra ellos: Anda, haz el censo de Israel y Judá" (2 Sm 24,1).
Con el término "Satanás" se representan también figuras genéricas como el "acusador" (Sal 109,6), título de un funcionario de Dios que forma parte de la corte celeste: "Un día fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos llegó también Satanás" (Job 1,6).
En un apócrifo tardío, "Satanás" se convierte en el nombre del ángel que rechaza adorar a Adán, el primer hombre creado, y que es arrojado por eso a la tierra con sus ángeles (Vida lat. de Adán y Eva 12-16).
Contrariamente a lo que muchos creen, en la Biblia no aparece la fábula del bellísimo y muy ambicioso ángel, de nombre Lucifer, arrojado por Dios para siempre del paraíso y transformado en un horrible diablo.

TEMPLO DEL PECADO.

El hombre que durante años ha sido esclavo de su propio lecho, señor al fin de quien lo había dominado y capaz de autonomía ("echó a andar"), cae bajo la ira de las autoridades que, ante su curación, reaccionan de modo negativo.
No hay un sentimiento de solidaridad hacia el enfermo completamente restablecido y capaz de caminar con sus propios pies, sino un reproche amenazador: "Es día de precepto y no te está permitido cargar con tu camilla".
De hecho, la transgresión comenzada por Jesús ha sido completada por el enfermo con el transporte de su camilla, acción prohibida en día de sábado, y por cuya desobediencia estaba prevista la pena de muerte: "Guardaos muy bien de llevar cargas en sábado y de meterlas por las puertas de Jerusalén" (Jr 17,21).
En el relato, la expresión "carga tu camilla", aparece cuatro veces para subrayar que éste es el hecho que alarma a las autoridades.
Jesús ha ordenado al enfermo: "Levántate, carga con tu camilla y echa a andar".
Las autoridades ordenan exactamente lo contrario: "No te está permitido cargar con tu camilla".
La obediencia a las autoridades mantiene al hombre en la enfermedad; la acogida de la palabra de Jesús vuelve al individuo capaz de caminar con sus propios pies.
Por esto ahora los jefes están más preocupados por el autor de la curación: "¿Quién es el hombre que te dijo: Carga con tu camilla y echa a andar?".
Lo que de hecho les alarma no es tanto la transgresión cometida por el enfermo, sino que haya uno que incite a la gente a no observar la Ley, acompañe esta invitación con eficaces signos de vida.
La curación obrada por Jesús puede ser para las multitudes la tan esperada señal del cielo para la liberación de todo el pueblo (el agua que "se agita"), realizando lo descrito por Ezequiel en la visión de la llanura llena de "huesos calcinados que eran el pueblo de Israel" a los que el espíritu vuelve a dar vida: "Penetró en ellos el aliento, revivieron y se pusieron en pie" (Ez 37,10-11).
Mientras tanto, el hombre curado, hallado por Jesús en el templo, es amonestado severamente a "no pecar más, no sea que te ocurra algo peor".
Para el evangelista quedarse en el templo significa aceptar voluntariamente ser dominado por la institución religiosa, renunciando a la plenitud de vida que Jesús comunica e incurriendo en algo peor que la enfermedad: la muerte.
El "pecado", citado por primera vez en el evangelio de Juan como "pecado del mundo" (1,29), es la voluntaria renuncia a la vida y la sumisión a las tinieblas, símbolo de muerte.
Mientras para Jesús el pecado es ir contra la vida, para los dirigentes consiste en ir contra la Ley.
Para las autoridades el bien y el mal dependen de la observancia de la Ley; para Jesús, del comportamiento con relación a los hombres. No es el hombre quien debe respetar la ley, sino ésta la que debe tener respeto al hombre.
En realidad, a los jefes les importa un comino la Ley; ellos son los primeros en transgredirla cuando va contra sus intereses: "¿No fue Moisés quien os dejó la Ley? Y, sin embargo, ninguno de vosotros cumple esa Ley" (Jn 7,19).
Su interés por la obediencia de la Ley es solamente el instrumento para someter al pueblo que reconoce de este modo su poder y permite a las autoridades saber hasta dónde puee llegar su dominio, cargando cada vez más "a los hombres con cargas insoportables"(Lc 11,46).
Si la violación del descanso sabático marca el inicio de la persecución de los dirigentes contra Jesús, su pretensión de llamar Padre suyo a Dios desencadena los instintos homicidas de las autoridades que "trataban de matarlo, ya que no sólo suprimía el descanso del precepto, sino también llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose él mismo igual a Dios" (Jn 5,18).
El proyecto de Dios sobre la humanidad -que todos los hombres lleguen a ser hijos suyos (Jn 1,12)- es considerado por las autoridades religiosas un crimen digno de muerte, por minar las mismas bases del sistema religioso, considerado indispensable mediador entre Dios y los hombres.
Jesús denuncia que aquellos que pretenden enseñar en nombre de Dios, en realidad no lo conocen: "Nunca habéis escuchado su voz ni visto su figura, y tampoco conserváis su mensaje entre vosotros; la prueba es que no dais fe a su enviado" (Jn 5,37).
Cuando esta palabra se les manifiesta, la consideran una execrable herejía que hay que extirpar con el homicidio: "No te apedreamos por ninguna obra excelente, sino por blasfemia; porque tú, siendo un hombre, te haces Dios" (Jn 10,33).
El Dios, cuya santidad se había manifestado en la liberación de su pueblo (Ez 20,41), será considerado blasfemo por cuantos pretenden dominar a los hombres en su nombre: las autoridades religiosas que tienen "por padre al diablo, homicida desde el principio" (Jn 8,44).

EL DIOS AGUAFIESTAS.

Las autoridades hacen fiesta, fingiendo ignorar que para Dios la verdadera fiesta consiste en "enderezar al oprimido y defender al huérfano" (Is 1,17) y no en pomposos rituales: "Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé..." (Is 1,14-15); "retirad de mi presencia el barullo de los cantos, no quiero oír la música de la cítara" (Am 5,23).
Dios no oye las cantinelas litúrgicas sino "el clamor de los pobres" (Job 34,28).
El Creador ignora los ritos que le ofrecen los "pastores de Israel", y su mirada se vuelve al pueblo, verdadera víctima sacrificial de esta fiesta: "Viéndolo Jesús echado y notando que llevaba mucho tiempo..."
Jesús, que ve lo que las autoridades ignoran, toma la iniciativa con el enfermo ("¿quieres ponerte sano?") y lo estimula a repreender el camino de la libertad: "Levántate, carga con tu camilla y echa a andar".
En la acción de Jesús se realiza la promesa de Dios de cuidar de su pueblo: "Yo mismo conduciré mis ovejas al pasto..., vendaré a las heridas, curaré a las enfermas..." (Ez 34,1-31), como estaba profetizado en el libro de Ezequiel contra los pastores de Israel "que se apacientan a sí mismos" y no "han fortalecido a las débiles, ni curado a las enfermas, ni vendado sus heridas".
El episodio en cuestión es la primera de las dos transgresiones del descanso sabático por parte de Jesús narradas en el evangelio de Juan.
Que Dios hubiese terminado la creación el séptimo día era una verdad revelada indiscutible que ninguno se atrevía a poner en duda.
Jesús, sí.
Él no está de acuerdo con el autor del libro del Génesis y con la doctrina ofcialmente enseñada de que "Dios había concluido toda su tarea y descansó en el día séptimo de toda su tarea" (Gn 2,1), y afirma: "Mi Padre, hasta el presente, sigue trabajando y yo también trabajo" (Jn 5,17).
Para Jesús la cración no sólo no está terminada, sino que "espera con impaciencia" la plena realización de los hombres como "hijos de Dios" (Rom 8,19).
Éste es el designio del Padre para quien Jesús trabaja infatigablemente, con la finalidad de extender a todos los hombres la acción vivificante de Dios.
Y Jesús prolonga la acción del Creador comunicando vida aun en sábado, día en el que está prohibida cualquier actividad y en el que el Talmud veta expresamente curar a los enfermos: "No se puede curar una fractura, ni siquiera meterla en agua fría" (Shab. M. 20,5).
Una vez más la acción del Dios creador agua la fiesta al Dios legislador, y la aséptica ceremonia litúrgica se arruina por la irrupción de la vida.

1/23/2012

EL SANTO BLASFEMO.

Una sola fiesta de las seis que jalonan el evangelio de Juan no tiene otro calificativo que la fiesta de "los judíos" (Jn 5,1), expresión con la que el evangelista no indica casi nunca a los pertenecientes al pueblo de Israel, sino a las autoridades religiosas y los jefes del pueblo.
Siguiendo la cronología de Juan, esta fiesta anónima puede ser identificada con Pentecostés, en la que se conmemoraba la promulgación de la Ley en el Sinaí: "Pentecostés es el día en que fue dada la Ley" (Pes 68b).
El evangelista sitúa la fiesta en Jerusalén, en una "piscina" (más exactamente en una cisterna-aljibe de recogida de agua de lluvia) de la que da el nombre: "Bethesda".
Tres veces se citan en el evangelio de Juan nombres "en hebreo", y siempre en relación con el asesinato de Jesús:
-En la piscina de "Bethesda" se toma la decisión de matarlo (Jn 5,2.18).
-En el tribunal llamado "Gábbata" se le condena a muerte (Jn 19,13-16).
-En el "Gólgota" se ejecuta la sentencia (Jn 19,17-18).
El hecho de que el evangelista diga que es la fiesta de "los judíos" subraya que es fiesta solamente para los jefes, mientras la gente es descrita como "una muchedumbre de enfermos: ciegos, tullidos, resecos (lit. entumecidos) y no como un pueblo en fiesta.
El día en que los jefes celebran la ley, el evangelista denuncia los efectos de su uso en el pueblo.
La ley, convertida en instrumento de dominio, sirve para reprimir y atrofiar los estímulos vitales del hombre, volviéndolo incapaz de ver (ciego), sin autonomía (tullido) y vaciado de vida (entumecido).
Indiferentes ante la triste situación del pueblo, los jefes hacen fiesta, y el esplendor de la ceremonia oculta el sufrimiento de la gente: "Había un hombre allí que llevaba treinta y ocho años con su enfermedad".
El número "38" alude a la tragedia del Éxodo que, de promesa de libertad, se transformó en un gran fracaso, en cuanto que ninguno de los hombres escapados de la esclavitud de Egipto, alcanzó la tierra de la libertad, sino que todos murieron en el desierto "Anduvimos caminando treinta y ocho años, hasta que desapareció del campamento toda aquella generación de guerreros, como les había jurado el Señor" (Dt 2,14; Nm 14,20-33).
El uso intencionado del número 38 y la ausencia de especificación de la dolencia indican que en la enfermedad de este hombre se representa la trágica situación del pueblo sin esperanza: como los antecesores en el desierto, no ha alcanzado la libertad y está en espera de la muerte.
La tierra prometida se ha transformado en tierra de esclavitud y la felicidad garantizada por Dios a su pueblo es una quimera que, cada vez más lejana en el tiempo, se transforma en desesperación en lugar de ser fuente de esperanza consoladora: "Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido; estamos perdidos" (Ez 37,11).

1/17/2012

LOS CALZONCILLOS DE LOS SACERDOTES.

La imagen de Dios que se deduce de la lectura de la Biblia es un tanto contradictoria. La contradicción refleja las diferentes culturas, espiritualidad y circunstancias de las decenas de autores que han compuesto aquellos escritos que después han confluido en la Biblia y que se declaran globalmente "Palabra de Dios".
De una primera lectura de la Biblia salen al menos dos imágenes contrastantes de Dios: la de "Creador" y la de "Legislador".
El Creador se entusiasma con su creación y no puede menos de exclamar cada vez que todo lo que va haciendo es "bueno... muy bueno" (Gen 1).
El Legislador no hace otra cosa que poner carteles con el letrero de "prohibido" (Lv 11).
El Creador eleva a la dignidad de su palabra la serenata un poco "audaz" de un enamorado a su querida: "¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! (Cant 4,1). "Esa curva de tus caderas como collares; tu ombligo, una copa redonda rebosando licor; tu vientre, montón de trigo, rodeado de azucenas; tus pechos como crías mellizas de gacela (Cant 7,2.4)
El Legislador llega a prescribir con meticulosidad obsesiva hasta el material y la largura de los calzoncillos de los sacerdotes: "de lino que les cubran sus partes, de la cintura a los muslos" (Éx 28,42).
El Dios creador ama la vida.
El Dios legislador la hace imposible.
Para el primero todo es puro (Tit 1,15).
Para el segundo todo es pecaminoso.
El Creador quiere elevar al hombre a su mismo nivel.
El Legislador lo aleja.
El Dios creador busca personas que se le asemejen.
El Legislador, súbditos que le obedezcan. Mientras la semejanza desarrolla al hombre y lo conduce a la plenitud de la libertad, la obediencia le quita la serenidad y le produce angustia.
La observancia religiosa separa de los no practicantes y crea la superioridad.
La semejanza aproxima a todos y lleva al servicio.
Insertándose en la línea de los profetas, Jesús no sólo tomó partido decididamente a favor del Dios creador, oponiéndose al Legislador y a sus representantes, sino que llevó el conocimiento de Dios a un nivel todavía más profundo, presentándolo como "Padre": aquél que no se limita a crear algo externo a sí, sino que por amor comunica su propia vida a la humanidad.
Un amor que no es condicionado por las respuestas del hombre, sino que se propone incesantemente para transmitir vida.
Con esta actitud, Jesús, manifestación visible de este Dios, se vuelve a los individuos que encuentra o que le salen al encuentro, "bautizándolos", esto es, sumergiéndolos en la realidad del amor del Padre.
Los personajes varones que aparecen en los evangelios son en su mayoría negativos.
Incluso los mismos discípulos son presentados como obtusos y hostiles a Jesús.
Hasta durante la última cena, después de la comunión, en lugar de dar gracias, se ponen a discutir violentamente entre ellos sobre quién es el más importante: "Surgió entre ellos una disputa sobre cuál de ellos debía ser considerado más grande" (Lc 22,24).
Al contrario, los aproximadamente veinte personajes femeninos presentes en los evangelios son todos positivos, a excepción de la ambiciosa "madre de los hijos de Zebedeo" (Mt 20,20-28), y de Herodías, adúltera y asesina (Mt 14,1-11).
Las mujeres son presentadas en los evangelios como las que, cronológica y cualitativamente, han acogido y comprendido primero a Jesús: desde la madre, que es grande no porque lo haya dado a luz, sino porque ha sabido hacerse discípula del hijo, a María Magdalena, primera testigo y anunciadora de la resurrección.
Pero hay un personaje femenino inquietante, cuya embarazosa historia constituyó una especie de "patata caliente", que al menos por un siglo, ninguna comunidad cristiana aceptó en su evangelio y que en los siguientes siglos, fue cuidadosamente censurada por los Padres de la Iglesia de lengua griega.
Solamente en el siglo III los once escandalosos versículos encontraron hospitalidad en un evangelio que no era el originario y debieron esperar otros doscientos años antes de ser insertados en la lectura litúrgica.
Actualmente este episodio conocido con el título de "La mujer adúltera", se encuentra en el evangelio de Juan (8,1-11).
El estilo de este relato, su gramática y los términos usados en él excluyen que haya sido compuesto por el autor del evangelio de Juan, siendo atribuido unánimemente a Lucas.
En efecto, si esta perícopa se quita del evangelio de Juan, éste es más lineal, mientras que si se inserta en Lc 21,38 encuentra en él su contexto natural.
Su estilo, temática y lenguaje son propios de Lucas, el evangelista que ha hecho del amor misericordioso de Jesús el leitmotiv de su evangelio.
Pero la actitud del Señor con relación a la adúltera fue considerad peligrosa por la vacilante estabilidad conyugal en las comunidades cristianas, y contradictoria con el rigor del sacramento de la penitencia en uso en la Iglesia primitiva, de modo que ninguna comunidad quería este relato inserto en su evangelio porque -como escribe preocupado Agustín- podía hacer creer "a las esposas la impunidad de su pecado" (De Coniug. Adult. II,7,6).
El relato está ambientado en el templo de Jerusalén. El espacio donde Dios debía manifestar su amor se convierte en una trampa mortal.
La temática del episodio censurado se refiere a la elección de Dios en el que hay que creer: el Dios legislador que castiga con la muerte la desobediencia a sus leyes o el Padre que no condiciona su amor al comportamiento del hombre.
Un Dios que mata o uno que salva.
Conducen a Jesús a "una mujer sorprendida en adulterio".
El matrimonio en Israel se contraía en dos etapas: los "esponsales", ceremonia durante la que la muchacha de doce años y el hombre de dieciocho son declarados marido y mujer, volviendo después cada uno a su casa; y, un año después, las "bodas", momento a partir del que comienza la vida en común.
Si se comete adulterio entre el espacio de tiempo que va de los esponsales a las bodas, la pena prevista es de lapidación (Dt 22,23-24) como piden a Jesús los escribas y fariseos para la adúltera sorpendida en el acto.
Para el adulterio después de las "bodas", la mujer es estrangulada (Sanh 11,1.6). Así pues, la "mujer" arrastrada hasta Jesús, apenas tiene doce-trece años.
En una cultura en la que los matrimonios se decidían por las familias y los esposos se conocían con frecuencia solamente el día de los esponsales, el adulterio era común (aunque no fácil).
Los varones que hacen las leyes (para después enmascararlas como "Palabra de Dios") se previenen al respecto.
Mientras un hombre es culpable de adulterio sólo si la mujer con la que se une es hebrea y casada (teniendo, por tanto, permiso para sobrepasarse con todas las núbiles o paganas), para la mujer "adulterio" es cualquier relación con un hombre (Dt 22,22-29; Lv 20,10).
¿Y en caso de duda?
Se deja la decisión al juicio de Dios.
En el libro de los Números (5,11-31) se prescribe que la mujer sospechosa de adulterio sea llevada al sacerdote que le descubrirá la cabeza (solamente las prostitutas llevan la cabeza descubierta) y le hará beber un jarro lleno de agua donde ha esparcido ya la ceniza del suelo del santuario y disuelto la tinta con la que había escrito en un rollo todas las acusaciones delmarido.
Si a la pobre le da dolor de barriga es señal inequívoca de que es culpable y es condenada: Palabra de Dios.
A Jesús, "los escribas y fariseos" le han preparado una trampa.
La mujer ha sido cogida en "flagrante adulterio" (el evangelista subraya hasta el momento: "al alba"). Moisés, portavoz de Dios, mandó apedrear a "mujeres como ésta". ¿De parte de quién se alinea Jesús?
Sea cual fuere la respuesta, Jesús se perjudica perdiendo la reputación o la libertad.
Si está de acuerdo con el Dios legislador, sufrirá inmediatamente un descenso en el índice de popularidad ante aquella masa de marginados y pecadores que lo siguen por haber visto en él un mensaje de esperanza y misericordia.
Si es contrario a lo que Moisés ha mandado, la policía del templo está preparada para arrestarlo como sacrílego blasfemo y peligroso subvertidor de la Ley dictada palabra a palabra por Dios mismo.
Jesús responde escribiendo "en la tierra", gesto simbólico que alude a la denuncia del profeta Jeremías hacia cuantos "han abandonado la fuente de agua viva" y "serán escritos en el polvo" (Jr 17,13), esto es, entre los muertos. Para Jesús aquellos que cobijan sentimientos de muerte están ya muertos.
Jesús denuncia que tan celosa defensa de la Ley por parte de los escribas y fariseos sirve solamente para enmascarar su odio mortal.
A la vista de la insistencia de los acusadores para que se pronuncie, Jesús da una respuesta que desactiva sus planes de muerte.
"Quien de vosotros esté sin pecado, que tire la primera piedra contra ella".
El evangelista anota que "se fueron uno a uno, comenzando por los ancianos".
Como en la historia de Susana narrada en el libro de Daniel (Dn 13), estos "ancianos" no son los "viejos", sino los "presbíteros", esto es, los influyentes miembros del Sanedrín, que gozaban entre los escribas y fariseos de gran prestigio y tenían el derecho de juzgar.
Este grupo, que se había mostrado compacto cuando se trataba de condenar, se disgrega cuando se ve en peligro de ser desenmascarado ("se fueron uno a uno").
Comprendido bien por Pablo ("¿Quién condenará? Cristo Jesús, que ha muerto, más aún, que ha sido resucitado, y que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros", Rom 8,34) y descrito magistralmente por Agustín ("Quedan solo dos, la miserable y la misericordia", Com. a Juan 33,5), el comportamiento de Jesús, el único "en el que no hay pecado" (1 Jn 3,5) no es de condena.
Los jueces han conducido a Jesús a una adúltera para condenarla; él ve a una mujer a la que hay que ayudar.
Jesús que "no ha venido a juzgar", sino a salvar (Jn 3,17), no reprueba a la mujer y ni siquiera la invita a arrepentirse y a pedir perdón cuando menos a Dios: éste le ha sido ya concedido incondicionalmente.
Y con el perdón del Padre ha recibido también la fuerza necesaria para volver a vivir: "vete, y de ahora en adelante no peques más".
El Dios legislador, abandonado de sus policías, ha dejado la escena del linchamiento al legítimo Dios del templo, un padre que manifiesta su amor y no "rompe la caña cascada" (Mt 12,20), sino que la refuerza con su perdón vivificante.

CINCO MANDAMIENTOS MÁS UNO.

Enumerando al individuo en cuestión los mandamientos que permiten alcanzar la vida eterna, Jesús omite aquellos que miran a las obligaciones para con Dios.
Según Jesús no son indispensables para la "salvación" los tres exclusivos de Israel, cuya observancia garantizaba a esta nación el "status" de pueblo elegido, al tiempo que confirma el valor de cinco mandamientos esenciales válidos para cualquier hombre, hebreo o pagano, creyente o no, que contemplan comportamientos básicos de justicia en relación con el prójimo: "no matar; no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio, honrar al padre y a la madre".
Para comprender el significado de los dos últimos mandamientos es conveniente situarlos en el contexto cultural de la época.
"No dar falso testimonio" no equivale simplemente a "no mentir".
El "falso testimonio" es la acusación injusta con la que se condena a una persona a la pena capital (Dt 19,18).
El "honor" que hay que darle al padre y a la madre no consiste solamente en el "respeto" o en la "obediencia" debida a los padres, sino en su manutención económica, en cuanto que los padres ancianos quedaban totalmente a cargo de los hijos, y la pobreza se consideraba como un gran deshonor: "¿En qué consiste el honor al padre? En alimentarlo, vestirlo... (Pea 15b; Eclo 3,1-16).
Entre los cinco mandamientos enumerados, Jesús inserta también, con gran habilidad, el de "no defraudar", aludiendo a un precepto contenido en el libro del Deuteronomio: "No defraudarás al asalariado pobre y necesitado, le darás su salario el mismo día, antes de que se ponga el sol" (Dt 24,14).
Jesús introduce este precepto antes del mandamiento de honrar (mantener) a los padres: las obligaciones hacia la familia no eximen del deber hacia los otros, en este caso los asalariados: y al individuo de "muchas posesiones" le recuerda que en la base de toda riqueza puede estar el fraude (cf. Sant 5,4).
"Maestro", responde triunfante el tal -"todo esto lo he observado desde pequeño".
Ahora se siente mejor.
Se le ha pasado, aunque por poco tiempo, la angustia.
Él es un perfecto observante de la Ley, practicándola desde la infancia. Es muy rico y también muy religioso.
Por lo demás a los ricos no les resulta difícil ser religiosos: cuando se tiene la panza llena es más fácil que nazca un deseo de reconocido conjuro hacia Aquel a quien se considera la fuente de tanta providencia.
Pero ¿cómo este individuo, tan rico y tan piadoso, está angustiado por la vida eterna?
La motivación está contenida en la repuesta de Jesús: "Entonces Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor diciéndole: Te falta todo (lit. "una cosa te falta"): ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu seguridad (lit. "tu riqueza"); y anda, ven y sígueme".
Jesús le quita su seguridad ilusoria de hombre rico y piadoso: "¡Te falta todo!" La traducción: "Una sola cosa te falta" induce a pensar en un cumplido por parte de Jesús ("eres tan bravo, haz un esfuerzo más y pondrás la guinda en la tarta").
En la simbología numérica hebrea, cuando falta a una cifra la unidad es como si faltase todo (el pastor que tiene 100 ovejas y la mujer fque tiene 10 monedas, cuando se le pierde el uno se quedan sin nada (Lc 15,4.8).
Jesús no reconoce los méritos del piadoso rico y no lo elogia, sino que le hace notar que le falta todo, pues tanta riqueza y la constante práctica religiosa no lo han hecho un hombre feliz (en la versión de Mateo el individuo es consciente de sus carencias y pregunta: "¿Qué me falta"?, Mt 19,20).
La observación de Jesús nace de la mirada creadora del Hombre-Dios que "no mira la apariencia" (1 Sm 16,7), sino que ve el corazón.
Mientras los hombres ven la riqueza y la envidian, la mirada de Dios desenmascara la miseria y la compadece: "Tú dices: soy rico, tengo reservas y nada me falta. Aunque no lo sepas, eres desventurado y miserable, pobre, ciego y desnudo" (Ap 3,17).
Jesús propone al rico angustiado poner la propia seguridad en Dios ocupándose de la felicidad de los otros. Esto permitirá al Padre tener cuidado de su felicidad.
A quien le falta todo, Jesús le propone fiarse de Dios para poder, como el salmista, exclamar "no me falta nada" (Sal 23,1).
El don de sí mismo es un camino practicable por todos y permite a cualquiera asemajarse al Cristo que "siendo rico se hizo pobre para hacer ricos a los pobres" (2 Cor 8,9) y realizarse plenamente alcanzando el ideal deseado por el Creador de la humanidad: la condición divina (Jn 1,12).
Encontrar a Jesús no trae siempre bienes.
El piadoso rico va angustiado al encuentro de Jesús y vuelve de él "entristecido y afligido".
Ha ido a Jesús para tener más y Jesús lo invita a dar más.
Se ha vuelto al Señor para saber cómo obtener en el futuro la vida eterna y Jesús lo invita a tener ya en el presente la condición divina.
El obstáculo para la plenitud de la vida a la que Jesús lo invita es la riqueza, y el motivo de la aflicción es "porque tenía muchas posesiones".
En la comunidad de los creyentes, Jesús no admite ningún rico (rico es quien tiene), sino solamente señores (señor es quien da) comó él.
Mientras el leproso, después del encuentro con Jesús, se curó (Mc 1,42) y el endemoniado recuperó su sano juicio ("se fue de allí y se puso a proclamar por la Decápolis lo que Jesús le había hecho", Mc 5,20), el rico, precisamente por no renunciar a cuanto posee, ha elegido venderse otra vez al dinero, prefiriendo estar angustiado, triste y afligido, pero rico.
Jesús le había propuesto experimentar dimensiones ilimitadas: "Tendrás un tesoro en el cielo".
El rico "siervo de sus propios haberes, en lugar de señor de ellos" (Ambrosio), ha preferido el angosto y obtuso horizonte de quien cree solamente en aquello que se puede tocar: el dinero, la riqueza. Es más fácil para Jesús liberar a un hombre de los demonios que lo poseen que de la riqueza, como "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el reino de Dio" (Mc 10,25); el rico es el único personaje en todos los evangelios que rechaza la invitación a seguir a Jesús.