Marta y María habían hecho saber a Jesús que
su hermano estaba enfermo, pero el Señor al enterarse de que estaba enfermo, se quedó, aun
así, dos día en el lugar donde estaba » , de modo que cuando llegó a Betania “encontró
que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro” (Jn 11,6.17).
En Palestina
el funeral y la sepultura tenían lugar el día de la muerte. Se creía que el espíritu
del muerto se quedaba en el sepulcro, mientras se le reconocía en el cadáver. El
cuarto día, cuando el proceso de descomposición era ya avanzado, el espíritu
abandonaba la tumba y descendía para siempre a la morada de los muertos, el
hebreo sbeol, en espera de la resurrección (Ber. R. 100,7).
Apenas llega
a la aldea, Jesús es abordado por una de las hermanas del muerto, Marta, que le
reprocha por la actitud tenida: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto
mi hermano» y que le sugiere lo que tiene que hacer: “Pero, incluso ahora, sé que
todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo dará » (Jn 11,21-22).
La respuesta
de Jesús, “Tu hermano resucitará », no satisface a Marta, que rebate defraudada:
“Sé que resucitará en la resurrección del último día » (Jn 11,23-24).
Marta se
esperaba que Jesús le dijese: “yo resucitaré a Lázaro » y que, con una acción portentosa,
devolviese la vida al hermano.
Saber que
Lázaro resucitará en el último día no sólo no es causa de consuelo para Marta,
sino que le produce desesperación: para aquel tiempo incluso ella estará ya muerta
y resucitada.
Marta
está anclada en la imagen religiosa tradicional, según la cual se nacía y se
vivía después de la muerte en la ultratumba, a la espera del toque de trompeta
que daría paso a la resurrección de los justos (1 Tes 4,16).
La discípula
no ha comprendido la enseñanza de su maestro sobre la vida eterna. Para Jesús
ésta no es un premio por conseguir en el futuro, sino una condición a experimentar
en el presente (“quien cree tiene vida definitiva” Jn 3,15).
No hay
que esperar al último día para resucitar, sino que cualquiera que crea en Jesús
posee ya, como él, una calidad de vida capaz de pasar “de la muerte a la vida”
(Jn 5,24).
Por
esto Jesús replica a Marta, que llora la destrucción física del hermano, con la
afirmación: “Yo soy la resurrección y la vida » (Jn 11,25).
Jesús
no ha venido a resucitar a los muertos, sino a comunicar a los vivos una vida
capaz de superar la muerte; por eso declara que cualquiera que “víve y
cree en él”, no tendrá jamás la experiencia de la muerte: “El que me presta adhesión, aunque muera, vivirá;
pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca” (Jn 11,25).
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