La expresión
griega utilizada por el evangelista para indicar la necesidad del nuevo nacimiento
(“Si uno no nace de nuevo», Jn 3,3) significa ya “de nuevo», ya “de lo alto».
Jesús
afirma que, para ver el reino de Dios, es necesario un nuevo nacimiento que provenga
de Dios (“de lo alto”). Esto es inadmisible para Nicodemo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Es que puede entrar por segunda vez en el seno de su
madre y nacer? (Jn 3,4).
Jesús
ignora la objeción y continúa con su argumentación. Si antes había puesto la necesidad
de un nuevo nacimiento como condición para ver el reino, ahora afirma la
necesidad de nacer de agua y Espíritu para entrar en el reino de
Dios: “Si uno no nace de agua y Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”
(Jn 3,5).
A la incomprensión
de Nicodemo, que pensaba que el nuevo nacimiento dependía de los esfuerzos
propios, Jesús responde asegurando que éste no es fruto de las fatigas del hombre,
sino que tiene su origen en la acción divina expresada con la imagen del agua y
del Espíritu.
Sólo
esta nueva vida comunicada por el Padre hace a los hombres capaces de “llegar a
ser hijos de Dios”. (Jn 1,12).
Jesús
invita a Nicodemo a una nueva creación, donde ya no se es engendrado por un
hombre, sino por Dios mismo, que sigue trabajando en la creación del hombre
animado por el Espíritu (“Mi Padre, hasta el presente, sigue trabajando y yo
también trabajo», (Jn 5,17).
Nicodemo
no comprende que la creación del hombre de ca.rne no, está completada hasta
que, a través del nuevo nacimiento, éste no se haga espíritu (“De la carne nace
carne, del Espíritu nace espíritu», (Jn 3,6). Para el fariseo la creación está terminada,
y señal inequívoca de ello es el precepto del descanso en el séptimo día; “y bendijo
Dios el día séptimo y lo consagro, porque ese día descansó Dios de toda su
tarea de crear».
Viendo aumentar
el desconcierto del pobre Nicodemo, que sigue sin entender, Jesús le confunde
aún más las ideas diciéndole. “No te extrañes de que te haya dicho: “Tenéis que
nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su ruido, aunque no sabes
de dónde viene ni adónde va. Eso pasa con todo el que ha nacido del Espíritu» (Jn
3,7-8).
Mientras
para la Ley todo debe estar ordenado en cuanto ella misma es definitiva e
inmutable, para el Espíritu no pueden existir reglas, porque no se sabe ni de dónde
viene ni adónde va.
El
fariseo no comprende la necesidad de romper con el propio pasado para acoger la
novedad del Espíritu.
Nicodemo,
cada vez más perdido, replica una vez más: “¿Cómo es posible que eso suceda?
Jesús le responde con ironía: “y tú, siendo el maestro de Israel, ¿no conoces
estas cosas?” (Jn 3,9-10).
Jesús
no se dirige a Nicodemo definiéndolo simplemente como un maestro, sino como el
maestro por excelencia, aplicándole el título de Moisés, el gran legislador
(Mekh. Éx. 4a 16,22).
Jesús
manifiesta a Nicodemo su decepción. Si con toda su sabiduría, él, el maestro
de Israel, no ha llegado a conocer estas cosas, a Jesús le resulta imposible
continuar un diálogo con un sordo: “Si os he expuesto lo de la tierra y no creéis,
¿cómo vais a creer si os expongo lo del cielo? » (Jn 3,12).
Nicodemo
se había hecho la ilusión de creer que el conocimiento de la ley (cosas de
la tierra) lo habría llevado al conocimiento de Dios (cosas del cielo), pero
su apego a la letra escrita lo ha vuelto sordo a la voz del Espíritu.
El
fariseo, ”jefe entre los judíos”, no puede comprender la voz de Jesús, que
concluye el coloquio con Nicodemo aludiendo por primera vez a su muerte: ”Lo
mismo que en el desierto Moisés levantó en alto la serpiente, así tiene que ser
levantado el Hombre, para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga
vida definitiva” (Jn 3,15).
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