En el
evangelio de Juan hay dos personajes que son calificados como -maestros-: Nicodemo
(Jn 3,10) y Jesús (Jn 13,14).
Si el
título es idéntico, su enseñanza es lo más distinta que se pueda imaginar.
Nicodemo,
fariseo, enseña la observancia de la Ley como signo de obediencia a Dios;
Jesús, el servicio como la única forma de amor que hace asemejarse al Padre.
Era
inevitable que entre estos dos maestros no pudiese haber entendimiento alguno.
La única vez que se encuentran los dos cara a cara es polémica.
El
encuentro sucede en Jerusalén con ocasión de la Pascua, cuando Jesús «echó a
todos del templo» (Jn 2,15).
Jesús
pretende con esta acción abolir para siempre cualquier forma de culto orientado
a obtener el favor de Dios, porque el amor del Padre se concede gratuitamente (Mt
10,8).
El
gesto de Jesús no es comprendido ni por los discípulos, que ven en él un celoso
reformador de las instituciones religiosas, ni por los que de modo entusiasta,
le dan su adhesión. “Jesús no se confiaba a ellos, por conocerlos a todos; no necesitaba
que nadie lo informase sobre el hombre, pues él conocía lo que el hombre llevaba
dentro» (Jn 2,24-25).
Entre
aquellos que, habiendo entendido mal el gesto de Jesús, se acercan a él “había
un hombre del grupo fariseo, de nombre Nicodemo, jefe entre los judíos” (Jn 3,1).
Presentando
a Nicodemo como “un hombre”, el evangelista lo pone inmediatamente en relación
con aquellos de los que Jesús no se fiaba, porque “conocía lo que el hombre llevaba dentro» (Jn 2,25).
Antes incluso
de dar su nombre, se subraya la pertenencia de Nicodemo al grupo de los fariseos.
Entre éstos, observantes de la Ley, y Jesús existe una incompatibilidad total, la
misma que hay entre la «ley dada por medio de Moisés y el amor y la lealtad que
vino por medio de Jesús Mesías” (Jn 1,17).
Finalmente
el evangelista da a conocer el nombre de este fariseo, Nicodemo, que significa
en griego “vencedor (nikô) del pueblo” (dêmos). Calificado por Juan
como “uno de los jefes de los judíos”, Nicodemo tiene un nombre que alude al alto
cargo que desempeñaba como miembro del sanedrín.
Al corriente
de cuanto ha sucedido en el Templo, Nicodemo se llega a Jesús “de noche” (Jn
3,2).
La indicación
no quiere ser cronológica, sino teológica.
La “noche”,
en el evangelio de Juan, es imagen de las tinieblas que intentan sofocar la luz
traída por el Señor. Cada vez que el evangelista señala que era “noche”, es para
indicar una situación bajo el signo de la incomprensión o de la hostilidad hacia
Jesús, como en el momento de la traición de Judas, que “salió en seguida; era
de noche» (Jn 13,30).
Nicodemo,
que sabe que representa la categoría de los fariseos, se vuelve a Jesús hablando
en plural (“Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro», (Jn 3,2).
Sabe
que Jesús es un «Maestro», esto es, el que enseña la perfecta obediencia a la
Ley como vía para instaurar el reino de Dios. En su respuesta, Jesús hace
comprender a Nicodemo que no ha entendido nada: “Sí, te lo aseguro: Si uno no nace
de nuevo, no puede vislumbrar el reino de Dios» (Jn 3,3).
Nicodemo
es, indudablemente, una persona de buena fe, que cree en el valor de la Ley,
pero la honradez y la justicia personales no le bastan para vislumbrar el reino
de Dios.
Cuantos
permanecen bajo la esfera de la obediencia a la Ley, no sólo no entrarán en el
reino de Dios, sino que tampoco serán capaces de comprender su naturaleza. Para
entenderlo hay que cortar radicalmente con el pasado y, sobre todo, con la pertenencia
al grupo de poder que Nicodemo representa.
Pero él,
fariseo y miembro del sanedrín, no puede aceptar la necesidad de una ruptura completa
con la propia tradición.
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