7/30/2013

LOS DE BETSAIDA. La caída del muro.



Felipe y Andrés aparecen juntos por segunda vez, en el evangelio de Juan, durante una fiesta de Pascua, la tercera y última de que habla el evangelio.

En esta ocasión el evangelista presenta a los dos discípulos animándose para afrontar unidos una cuestión difícil. Por la fiesta habían subido a Jerusalén también “algunos griegos” (Jn 12,20), esto es, extranjeros provenientes del paganismo, atraídos por el culto que se celebraba en el templo de Jerusalén.

La petición de estos extranjeros de ver a Jesús desorienta a Felipe. Incluso teniendo nombre griego, era heredero de una tradición que veía en Grecia la nación corruptora que, con sus costumbres depravadas, trataba de manchar la moral y la religión de los judíos.

La historia recordaba el trágico período del “dominio de los griegos”, cuando éstos “construyeron un gimnasio en Jerusalén, disimularon la circuncisión y apostataron de la alianza” (1 Mac 1,10.14-15).

La sangrienta revuelta contra la dominación griega por manos del sacerdote Matatías, un par de siglos antes, era descrita con abundancia de particulares truculentos en los dos libros de los Macabeos, textos que eran tenidos en gran consideración para mantener siempre vivo el fuerte sentido nacionalista judío. 

Pues bien ahora hay algunos griegos que quieren conocer a Jesús. 

Para hacerla se acercan a los únicos discípulos que llevan nombre griego, esperando por ello que sean un poco más abiertos: “Éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: -Señor, quisiéramos ver a Jesús” ... (Jn 12,21). 

El evangelista, recordando que este Felipe proviene de Betsaida, localidad de pescadores, alude a la actividad a la que Jesús ha llamado a sus discípulos (“Seguidme, veníos conmigo y os haré pescadores de hombres” , Mc 1,17). 

El discípulo tiene, de este modo, la tarea facilitada: no debe ir a invitar a los griegos, sino que son éstos los que se presentan espontáneamente pidiendo ser acogidos. 

A pesar de eso Felipe se muestra perplejo. 

Para él Jesús es -el descrito por Moisés en la Ley, y por los Profetas. (In 1,45). Y Moisés ha escrito la Ley para el pueblo de Israel y no para los griegos. 

En los libros de los profetas, los griegos son los enemigos que hay que combatir, como se lee en el profeta Zacarías donde resuena el grito de batalla dirigido por Dios mismo contra ellos: “Incitaré a tus hijos contra los de Grecia “ (Zac 9,13). 

Felipe no ha comprendido todavía que “no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan” (Rom 10,12); por esto pide consejo a Andrés y juntos se arman de valor y van a Jesús. 

El Señor les responde anunciando su próximo fin. Su muerte en cruz no será infructuosa, sino que, como el grano de trigo sembrado en tierra, dará mucho fruto: “Pues yo, cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí (Jn 12,32). 

Sobre la cruz Jesús demostrará una capacidad de amor que alcanza a todos, incluidos los griegos. Mientras la Ley emanada de Moisés era exclusiva de una nación, Jesús crucificado será la nueva Escritura que todo pueblo podrá comprender. 

Su reino no será el «reino de Israel » (Hch 1,6), sino el «reino de Dios » (Lc 4,43), donde toda barrera creada por la raza y la religión quedará eliminada por quien, “con su muerte, hizo de los dos pueblos uno y derribó la bandera divisoria, la hostilidad ... por medio de su cuerpo”. (Ef 2,14).

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